domingo, 26 de noviembre de 2017

José Fuentes Mares


Letra impresa

Por Jesús Chávez Marín

Les voy a contar, para ver si queda como lección que guarden los siglos, tres momentos cumbres en las vidas ejemplares del periodismo chihuahuense:

Primero. En los anales de la tradición oral, vigorosa en las cantinas y los cafetines del centro, donde periodistas y escritores era habituales, la leyenda registra que, una mañana de mal humor, la planta entera de redactores y reporteros de El Heraldo de Chihuahua llegó atropelladamente y penetró en masa a la oficina del director. Aquellos redactores bárbaros le anuncian a su regordete jefe que, si no les aumentaba a todos y a cada uno en ese mismo instante el desnutrido salario que para entonces recibían cada quincena, la edición de la mañana siguiente no saldría. Es más: que si allí mismo no les subían el sueldo, simplemente se negarían a seguir trabajando. Y a ver cómo le hacían en adelante para redactar, formar, diseñar, investigar, fotomecanografiar y todas las tareas y trabajos con los que se producía un matutino. A ver cómo carajos le iban a hacer.

Cuentan las historietas, las cuales jamás fueron documentadas ni llegaron a constar en libros, que el director dijo:

―Má, cómo no. A huevo. El periódico sale porque sale. Brincos dieran, bola de haraganes. Van a ver si no. Para empezar, quedan todos ustedes despedidos y lléguenle, pero rapidito, a la Caja por su liquidación.

Entonces el director salió a la calle y, a los transeúntes que pasaron ese día frente al edificio de aquel periódico, les iba preguntando:

―¿Quiere ser usted periodista?

A quienes contestaron sí, los contrató allí mismo, les enseñó según él a redactar en tres patadas y, claro, el periódico salió a tiempo la madrugada siguiente para que los niños y los demás voceadores lo vendieran oportunamente.

Aquellos transeúntes neoperiodistas eran: el nuevo periodismo de Chihuahua.
Segundo. Una fotonovela algo más posmoderna sucedió en otra de nuestras gandallas y pintorescas empresas periodísticas: se cuenta que, ya muy cansados por el salario miserable y por los malos tratos del neurótico director, en la atmósfera oscura y asfixiante de tal ambiente de trabajo, uno a uno fueron renunciando los reporteros de aquel matutino, en cuanto conseguían algún otro empleo donde fuera. Llegó un día, cuando el problema en la sala de redacción fue ya grave, la empresa empezó a contemplar la posibilidad de contratar nuevos redactores.

Pero como ya no consiguió en la ciudad de Chihuahua quien quisiera trabajar para ellos, los jefes se fueron a la graduación de una universidad al sur de la patria, Veracruz para ser exacto, y contrataron completita a la nueva generación de licenciados en ciencias de la comunicación de aquel año, para que se vinieran a reportear en las resolanas y en las nieves del norte mexicano.

Aquellos neolicenciados eran: el siguiente nuevo periodismo de Chihauhua.

Tercero. El director fundador del periódico Novedades de Chihuahua fue el escritor José Fuentes Mares: uno de nuestros héroes civiles más respetados, lo mismo por su vida llena de pasión como por su muerte, de valentía y honor, lección alta dignidad y estoicismo al enfrentar a la leucemia.

Fuentes Mares inauguró en Chihuahua una costumbre que en aquellos años era extraña y hasta exótica: pagar sus textos a los escritores que Novedades publicaba en sus bien diseñadas páginas.

Aquel año de feliz memoria Novedades de Chihuahua llegó a tener la mejor sección editorial que se recuerda en la historia no oficial del periodismo chihuahuense y además, un suplemento dominical que sí pagaba los textos a sus autores: Tragaluz, aventuras y leyendas dominicales, a cargo del poeta Luis Nava Moreno.

José Fuentes Mares fundó la dignidad laboral para los escritores de Chihuahua.

Pasaron varios meses. Al año y medio Eloy Vallina, dueño de aquel periódico que había fundado y dirigido Fuentes Mares, empezó a dar lata con la tacañería monumental que lo caracteriza. Entonces el director renunció.

El funcionario que llegó para sustituirlo mandó de inmediato una carta a los 53 escritores de la ciudad para anunciarles que, desde ese instante, los honorarios “quedaban cancelados”, pero también que, si lo querían, el espacio seguía disponible para ellos donde podrán seguirse expresando libre y gratuitamente. Por supuesto: nadie aceptó. De todos modos la sección editorial siguió apareciendo. La hacían otros escritores, que también los hay, quienes llegaron a sus páginas sin pretender ni un dólar de honorarios.

Los neoeditorialistas que llegaron para quedarse eran: los improvisados de siempre.

Bueno, ya dejémonos de historietas y contemos de inmediato quienes son hoy, en 1992, los redactores de letra impresa:

Los articulistas de partidos políticos con buen presupuesto que se transforman en jilgueros para cantar alabanzas a políticos e instituciones, presentes o futuras. Ellos no cobran su trabajo de escritura, porque en oficinas y dependencias se ven favorecidos por otro tipo de fueros y recompensas.

Los ya escasos idealistas que no cobran su trabajo de escritura porque son víctimas del chantaje sentimental de candorosos sueños de justicia.

Los moralistas y pregoneros de religiones, quienes jamás pretenden cobrar por su trabajo de escritura, porque sería muy feo, ofenderían sus ansias apostólicas y/o romanas y en un descuido hasta pudieran irse al infierno.

Los poetas y cuentistas que no cobran por su trabajo de escritura con tal de pasar a la modesta inmortalidad en revistas que, créanlo o no, resultan buen negocio para sus mafiosos dueños.

Los articulistas que cuentan charras o chascarrillos de su natal Camargo, Jiménez, Parral, Delicias o cualquier región de románticas historias que de tan románticas y color de rosa resultan un asco, quienes jamás cobran su trabajo de escritura porque su comadre lo lee allá en el rancho y les manda decir que qué bonito los echaron en el periódico y cuán famosos han llegado a ser.

Los miembros de una raquítica institución llena de socialités llamada Sociedad de Escritores Chihuahuenses A.C. quienes, con tal de que los publiquen en algún lado, entregan gratis sus más sentidos sonetos, sus crónicas masculaises y las anécdotas chistosas que todos llevamos dentro.

Los profesores eruditos en algo que escriben grandes rollos con notas a pie de página y se los dan gratis a los editores, con tal de engordar hasta el fastidio su currículum académico.

Los teatristas metidos a críticos que publican gratis y con seudónimo sus textos venenosos y rencorosos, con tal de agredir a colegas que recientemente hayan trabajado en algo, por ejemplo: en una puesta en escena.

Acabemos con esta situación. Atrevámonos a llamar a nuestro oficio por su nombre: somos escritores, somos escritoras. Sin falsos pudores de señorita de rancho, digámoslo con toda sencillez: soy escritor, soy escritora. ¿Qué tiene? También es una profesión. Anotémosla sin pena en los hoteles donde preguntan –indiscretos como ellos son– ¿profesión u oficio al que se dedica?: escritor. Punto. ¿Vieron qué sencillo es? No se trata de presumir nada ni de sentirse ridículo: o somos o no somos.

¿Por qué creen ustedes que en ciudad Juárez, por ejemplo, los periodistas y los escritores ganan el doble de salario que los de esta ciudad de Chihuahua? ―Porque hacen ellos valer su trabajo.

¿Por qué en Juárez, como en Monterrey, la prensa es más fuerte, más cercana a su sociedad y de mejor calidad comparada con la prensa de aquí?

―Porque a los escritores les pagan su trabajo.

¿Por qué existe en México un periódico de buena calidad como La Jornada?

―Porque ese periódico contrata escritores profesionales.

―¿Y por qué son profesionales?

―Porque cobran.

No porque sean mejores o más sabios que los escritores aficionados: pueden serlo o no serlo. Pero lo que les da su condición de profesionales, técnicamente hablando, es el salario, los honorarios.

Solo eso

Igual que los futbolistas: los amateurs no cobran, los profesionales sí. Los primeros son profesionales; los segundos son aficionados y, si no se ponen listos, pueden seguir así la vida entera.

Escritores: sugiero que se decidan, desde hoy, a ser profesionales. Negocien duro, peleen, exijan el valor económico de esa mercancía que ustedes producen: el texto.

(Nota de 2018: Con el advenimiento de los medios electrónicos y las redes sociales, el ambiente de trabajo para los articulistas es ahora bien distinto al que se describe en esta crónica de 1992. Para bien y para mal).

Junio 1992

lunes, 13 de noviembre de 2017

JChM

Zangoloteo social. El show profesional de los escritores

Por Jesús Chávez Marín

Como nos dijeron que la revista Scorpio cierra con llavecita dorada su edición de junio el meritito 18 de mayo, para salir tan puntual como ella sola, el equipo de Zangoloteo social decidió pedirle prestado su carro del tiempo al viejo ese que tiene ojos de toro loco, el chifladito que sale en las películas de Volver al futuro I, II y III, para mandar de enviada especial a nuestra astuta reportera Rosario Sansores Mares a que cubriera con sus notas, sus poemas y sus besos al famoso foro literario que organizó el capitán Mario Lugo en el Salón de Cedro de Palacio, el pasado viernes 5 de junio de 1992.
A su regreso del túnel del tiempo, la Rosario colocó en nuestra coqueta mesa de redacción estas páginas, un viernes en la tardecita:
La cálida y sensual atmósfera de aquella noche de junio, que además era viernes social, elevé mis gráciles pasos sobre la escalinata de Palacio: llegué puntual como siempre a las ocho y media de la noche, hora marcada y troquelada en la invitación que mi gran amiga Cristina Matamoros me entregó en mayo, cuando desayunamos juntas en el café El Real de San Felipe.
Como les iba diciendo: llegue a Palacio y encaminé mis pasos hacia el Salón Rojo.
Ya había llegado varia gente fume y fume a las afueras del recinto de maderas labradas, entre ellas nuestro Quique Cortazar, ¡cuerísimo!, como toda la vida, con su look londinense de entre Dostoievsky combinado con Gustavo Adolfo Bécquer, quien le daba vuelo a su pipa con la elegancia casual que lo caracteriza.
Quique conversaba animadamente con una galana de Juaritos que yo apenas esta noche conocí, muy guapa ella: la típica 90/60/90, te lo juro. Ya somos las grandes amigas.
También andaba la Sandoval, como siempre repartiendo tarjetitas de presentación de las barrancas.
Más tarde llegó Manolo Fernández con una camisa di-vi-na que se compró en Marruecos el mes pasado, cuando se dio una vueltecita a visitar a unas amigas.
También se vinieron Óscar Robles desde Nueva York y Héctor Contreras desde El Gran Silencio, Texas, Víctor Hugo Rascón Banda desde Santa Rosa de Lima y el tal Ezequiel Mar, de aquí de Mápula.
“Bueno, ya, tercera llamada, comenzamos”. En la mesa pusieron un arreglo lin-dí-si-mo de flores y jardinería para las dos bellas damas de aquel foro literario: mi amiguérrima Lupita Salas, la escritora con más clase en este pueblo de vaqueros fulanos quienes lo único que saben es pistear en La Hacienda y en el Chihuahua Charlie’s. Y también estaba allí sentada muy modosita esa guera guapa Estela Fernández, la gurú del Cedart, feminista famosa, filósofa inteligente y aguerrida.
El primer rollo del mar muerto para la sociedad de los poetas vivos lo dictó uno que, según esto, es escritor del municipio de El Charco. Yo no sé a quién carajos se le ocurrió traer a este escribidorcito que se parece tanto a su paisano Lalo González. Yo a ese ni lo leo. Aunque esa noche me cayó en gracia: habló muy bonito de mi primo Pepe.
Luego vino el discurso de Lupita, ay, Salas preciosa ella: se vistió de luxe, queridas lectoras, con una mini roja super sexi que le quedaba lindísima, unos collares de plata y aretes de aro, leves como su personalidad encantadora. Además a ella todo le luce, porque no le sobra ni un gramo de cintura, curveadita, girita y elegante. ¿Cómo le haces, maestra? Mándanos la recete por fax: el suyo es el cuerpo femenino más sutil entre los que adornan nuestras vidas ciudadanas.
Enseguida habló Alfredo Espinosa, el único escritor de aquí que sabe vestirse con el estilo clásico, guapo y limpiecito siempre, no como sus colegas de mezclilla que se ponen camisetas feas feas aún cuando ya todos son casi cuarentones, oye, como que ya no les va el jipiteca fashion.
Ya para cerrar de lujo habló el apuesto capitán de este equipo de críticos literarios y literales, el señor Mario Lugo, ni más ni menos que la autoridad en lo que a todo tipo de textos se refiere.
Y bueno, todos ellos hablaron de un tema muy actual, muy oportuno para todas nosotras las escritoras, como lo son mis lindas amigas de las Letras y algo más, quienes también asistieron a este show profesional, al mando de mi comadre Minerva Ramírez, la directora que todas queremos porque ella es muy linda: nos publica en sus páginas poemas y cariñitos de todas nosotras y también, ¿por qué no? de alguno que otro escritor dela pelusa.
Lo que siguió después ya se sabe: las miles de preguntas, los saludos de pero válgame cómo has engordado desde la penúltima vez que nos vimos la semana pasada, queridita; el cóctel con vino blanco que ya basta, oye, deberían poner coñac de vez en cuando o, mínimo, etiqueta negra, ¿por qué no se les ocurre? Ya estamos fas-ti-dia-dí-si-mas del vino de mesa hasta altas horas de la noches de todos los viernes. Mejor ya vámonos a casa de mi comadre Luly Carrillo a seguir platicando otro ratito.”

Mayo1992

jueves, 9 de noviembre de 2017

Willivaldo Delgadillo



Timbiriches y rockanroleros en La Raya

Por Jesús Chávez Marín

Por efectos de la prestidigitación y los trucos de la escritura, estas páginas se transformarán ante ustedes en una bodega del segundo piso de un edificio en ruinas, decorada con entusiasmo kitch, para que en adelante sea el lugar común de cafecito cultural con canela, donde obligatoriamente los seres fuera de serie pasarán muy a gusto noches y tardes enteras.

Si lo cursi nunca pierde, y cuando pierde arrebata, con dulzura, a la entrada del café La Raya todo mundo dejará rastro de su was here escribiendo recaditos de lo más mamones sobre carteles de papel crema a la derecha, mientras desde el lado izquierdo un retrato enorme en blanco y negro nos mira oblicuamente, atrás de sus lentes Ray-Ban. Como hoy es sábado, al fondo del local estarán instaladas las bocinas y los tambores del rock, como promesa (publicitaria) del concierto de esa noche, que será tan prototípico que lo mismo puede quedar fechado con esta historia o con la circunferencia mental de algún parroquiano de cualquier sábado.

Si llegas temprano tienes que sentarte en la mesa que esté lo más lejos posible de donde se reúne el taller literario, que será el primer acto de esta puesta en escena. El coordinador del curso, el famoso escritor Willivaldo Delgadillo, guerrero de todas las batallas literarias en cualquier cenáculo o asamblea a donde asista (y asiste a todas), tiene estrictamente prohibida la presencia de extraños que puedan perturbar la serenidad estoica de sus pupilos. Así, estas inocentes criaturas podrán sentirse con seguridad y aplomo y leer sus textos recientes, a salvo de cualquier sarcasmo extranjero o crítica exacta.

Mientras tanto, el solitario cliente deberá tomarse un café con canela, ni modo, no hay de otro (el estilo es el estilo, aunque la canela adultere el noble sabor del oscuro brebaje desde que alguien decidió que era muy chic); se levantará vencido por la curiosidad para ver de cerca los horribles óleos colgados en las paredes y los retratos de la revista Life en español recortados y pegados con resistol en cualquier hueco.
Aquel individuo no lo puede creer, se imagina el pasado de aquellos mamotretos, arrumbados en el cuartito de los estorbos durante años hasta que alguien se deshace de ellos al donarlos generosamente a los neoempresarios dueños del café, quienes muy agradecidos (y contentos por el ahorro en gastos de la decoración) los cuelgan imprudentemente en los muros, sin importarles ni por un momento la tortura visual a la que someterán a los ingenuos clientes intelectuales y artistas que encontrarán en esa peña uno de los lugares de su destino en común.

Con una paciencia que asombraría al mismo Buda, se queda uno hasta la noche, en espera del concierto de rock que nos tienen prometido. Poco a poco llegan otros habituales y se cruzan amables las conversaciones con amigos de toda la vida que se conocieron esa misma tarde.

Llega Héctor Lozoya, empresario juarense que llegó de Durango hace 18 años; sus historias vertiginosas descubren territorios insólitos de aventuras y viajes de fábula. Más tarde llega el maestro Jorge Vargas, el concertista cuyas manos de excelente músico y oídos de compositor clásico se educaron en Viena. Su estilo de platicar tiene la elegancia de los buenos tiempos anteriores a la omnipresencia de la tele, cuando la conversación era una de las bellas artes.

De repente ya todas las mesas están ocupadas. Jóvenes notoriamente fresas (como se decía antes y se escribe aquí, a riesgo de ser marcado fatalmente como “clase 1953”) se instalan ruidosamente en las sillas y los meseros corren a encender la vela roja que hay en el centro de cada mesa que se va ocupando y atienden las órdenes de café o cerveza o chocolate caliente que piden algunos.

Las mujeres vinieron muy chulas y con audaces dosis desnudistas perfectamente administradas con modelos comprados en Dillard’s y, francamente, a nosotros, con el asma incipiente propia de la edad y años de tabaquismo, nos hacen suspirar como a los caballos viejos que salen en los cuentos de Rulfo. Otra vez se ríe el poema de Rubén Darío: juventud divino tesoro, etcétera. Y, para consolarnos, nos ponemos a citar a “los clásicos”, ¿tú crees?, para ponernos a tono con aquella bodega repleta de “gente culta”.

Impuntual, como debe ser, empieza lo que chavos de este grupo Nexus llaman “concierto”. Se trata de una serie de tamborazos y requintazos que truenan en media res uno de los amplificadores.

El muchacho, que había estado notoriamente desafinado, se da cuenta de que se reventó el aparatejo made in Taiwan y trata de tomarlo a chiste; le pide a los espontáneos del público que, mientras ellos van a su casa a traer otro bafle, alguien pase por favor a contar algún chiste, alburero aunque sea. Por supuesto nadie le hace caso, pero tampoco le chiflan ni lo abuchean, qué gente tan considerada.

Tres cuartos de hora después los neomúsicos reinician la tocada. A la primera rola Jorge Vargas declara con su gesto que ya no puede más y se retira del lugar sin haberse terminado siquiera su segunda Tecate de la noche. A la segunda rola, timbra el teléfono celular de Héctor, también ya quiere irse, de perdida al Salón México al no haber más.
Pero decidimos quedarnos un rato a ver qué tal canta la bella cantante que hasta hoy se ha concretado a danzar graciosamente frente al micrófono, en silencio, como bailarina a go go venida desde la prehistoria de nuestra educación sentimental.

Diez rolas destempladísimas y desafinadas tuvimos que soportar antes de que sus gandallas compañeros le permitieran a la chaparrita cuerpo de uva cantar su primera rola.

Su voz era algo débil pero ella sí sabía cantar y su timbre agudo era armónico con la danza de su fino cuerpo vestido de blusa negra de encajes tipo Madonna, donde se ofrecían frescos sus pequeños pechos igualitos a los de Nastassia Kinski en la famoso foto de su inaugural desnudez.

Solo por el show de la danza de aquellos jóvenes senos fue que habíamos resistido los ruidos y hasta la humillación de ser unos cuantos rucos en medio de una nueva generación de banqueros. Pero la cantante jamás se quitó la chingada chamarra de cuero negro que ella seguramente consideraba obligatorio uniforme de rockera.
Además los caciques y caimanes del grupo Nexus no le permitieron cantar una rola más y la dejaron ahí bailando como mensa con chamarra de ángel del rock, hazme el cabrón favor.

Pero ya pasajeros en el tren de la parranda sabatina, viernes social sábado sexual domingo familiar, seguían corriendo las respectivas cervezas. En eso llegó, para nuestro regocijo amistoso, si bien debemos reconocer que algo exagerado por la incipiente borrachera, el gran Antonio Muñoz, filósofo de interés social y sincero amigo de aquellos bohemios que éramos nosotros, ya para esas horas en torno a una mesa del café cantante.

Toño era el venerable maestro en la prepa en el pasado reciente de Héctor; ex condiscípulo en la UACH del otro amigo, un locutor de Radio Universidad de la mínima y dulce ciudad de Chihuahua y literato en cómodas mensualidades. No, pues la tertulia se había completado.

Antonio llegó vestido de tarahumara, con la greña debidamente sujeta con una cinta de colores indígenas y calzado con huaraches de llanta de tres agujeros, cual debe de ser.
Así ya no se miraba tan incompartida la brecha generacional y todos nos sentimos más a gusto. Y eso que, o tempora o mores, Toño y Héctor se pusieron allí mismo a negociar la compraventa de un automóvil peor que si estuvieran en Wall Street mientras el carajo celular seguía chingue y chingue.

Y el otro sacó, te lo juro, su pendeja libreta de taquigrafía y se puso a escribir no sé qué prosa poética sobre unos animales de Neanderthal que fueron arrojados por el hoyo de ozono, oye, de plano, aquello era francamente el colmo.

Los aprendices de rockstars del sexus plexus nexus seguían tocando y los jóvenes ahí presentes hasta les aplaudían, no lo puedo creer. Qué dañados. Cuánto mal les han hecho las cabronas discoteques con la basura de Televisa a todo volumen y ellos bailoteando hasta la madre y hasta las tres de la mañana los viernes sin falta.

De las mesas vecinas a veces se oían comentarios de algunas muchachas que a veces exclamaban a gritos: “qué señores tan botanas”, ¡y se referían a nosotros! Es más de lo que un ser civilizado hubiera podido soportar.

Fue entonces cuando uno de aquellos jipitecas de la pelea pasada se subió al foro y empuñando gallardamente el micrófono le dijo a los de Nexus, envidiosos de su Madonna juarense, que por favor tuvieran la bondad de dejarla cantar a ella, que no por eso les robaría cámara, ya que nadie estaba filmando nada en proyección nacional, y que la guapa muchacha de la frontera no era ninguna Martha Sánchez que fuera algún día a arrebatarles el jugoso contrato en ningún bar o café cantante o gira al interior de la República y además, tanto el baterista, como el bajo y el guitarra primera cantaban muy feo y desafinaban, que por favor ya mejor ni tocaran nada, recogieran humildemente sus herramientas y se fueran de ahí en ese mismo instante, porque ya la campanita de los aficionados había sonado para ellos y su obligación era ponerse a estudiar y ensayar horas enteras. Para la siguiente –insisto– dejen cantar aquí a la señorita: ¿para qué la invitaron al grupo si no la dejaban desarrollar su creatividad?

Aquel rollote en su propio micrófono había cogido por sorpresa a los nexus plexus y trataban de impedirlo a como diera lugar. Requinteaban (ya se dijo cuán desafinados), chiflaban tratando de hacerse los chistosos, buscaban el apoyo de sus camaradas del público que trataba inútilmente de callar al emisario del pasado aquel, pero no contaban con su larga experiencia de rockanrolero, y a las largas jornadas de oratoria grillera que esta noche, posterior al desmoronamiento de los grandes sistemas, hallaba el cauce de un inesperado ajuste con la historia.

Pero definitivamente las conductas han cambiado. Los muchachos ya no se conmueven ante los discursos. Por un oído les entra y por otro les sale, son sordos tanto a las palabras como a la música. Viven muy al pendiente de la moda y de la cuenta bancaria de sus padres.

Pero no todo está perdido: no hay que olvidar que este tipo de historias resentidas lo único que hacen es demostrar que casi no hay nada nuevo bajo el sol y que los rucos siempre seguirán creyéndose la falsa y débil ilusión de que todo tiempo pasado fue mejor.

Abril 1992