Unas palabras al cumplir cuarenta
años
Por Jesús Chávez Marín
La memoria es un valle
donde suceden todas
las estaciones.
En las noches heladas del invierno
a veces llegas
temblando de frío, de miedo,
pero ya no quieres el refugio
de mis brazos.
Las hojas de nuestro amor
volaron
de los corazones.
Nos dejaron desnudos y secos.
Fuimos víctimas del aire
furioso del rencor.
El otoño nos había muerto,
teníamos solo la vida
latente
de las semillas,
sangre abandonada en la arena.
La primavera nos pareció
imposible.
Tu cuerpo era ya para mí desconocido,
yo que tantos años
navegué con regocijo
en ese caliente húmedo suave
territorio
como un caballo feliz
embriagado por el perfume de tu
pelo.
Todo era ya un árbol
de recuerdos podridos.
¿A dónde fuiste, amada?,
¿qué otras miradas te fueron
habitando
y me expulsaron de tus
pensamientos?
No sabía vivir sin ti.
Y en la noche una esfera de vacío
me crecía en el plexo solar.
Viví desamparado y la luna
se bebió mi corazón.
La vida se burló
con crueldad.
Me quedé solo. Mis manos te extrañaron
tanto.
No sé cómo sigue amaneciendo
esa luz indiferente que me deja
oscuro,
mientras andas lejos,
y hablas con hombres y mujeres
que no me conocieron.
No les cuentes de mí.
No dejes que el rencor me alcance.
No quiero que ese veneno añoso
manche tus palabras y tu boca.
Quiera Dios que alguna vez me
nombres
con la memoria del cariño
que tus brazos y tus ojos me
tuvieron.
Junio 1993