En la foto con la editora Martha Retana
La
dimensión desconocida
Por
Jesús Chávez Marín
Estábamos
mi colega Graciela y yo en el bar El
Coliseo y me dijo: Cuéntame algo. Le platiqué entonces esta historia: Cuando
cumplió 32, a Rigoberto le tocó en la lotería bioquímica de que se le
desarrollara una alteración de ánimo que lo subía y lo bajaba en la esfera de
las emociones. Para su buena fortuna, en su época la ciencia médica ya tenía
muy bien tipificado ese mal, que durante siglos había hundido en el limbo, y a
veces en el infierno, a una legión desdichada.
Un
médico de práctica sabiduría le recetó la dosis exacta del medicamento con el
que Rigoberto pudiera vivir sin problemas en la dimensión civil, como cualquier
persona sana, y así pasaron cinco años sin alteraciones en la convivencia, el
amor y el trabajo. Estabilidad divino tesoro.
Pero un
mal día Rigoberto amaneció vigoroso y alegre y tuvo una infeliz ocurrencia:
dejar las pastillas. Total, pensaba, soy dueño de mi cuerpo y a pura fuerza de
voluntad controlaré actos y pensamientos, no necesito guajes para nadar.
Todavía
pasaron tres meses en los que el tipo siguió viviendo tranquilo, pero al cuarto
mes su conducta empezó a cambiar con los antiguos altibajos: de la euforia
narcisista a la tóxica melancolía. Él no se daba cuenta de esos cambios que
todos los demás notaban de inmediato, seguía muy quitado de la pena creyendo
que andaba todavía en la dimensión civil de la convivencia humana. Pero ya flotaba
en la dimensión salvaje, la dimensión desconocida.
A los
seis meses de aquella irresponsable reincidencia, Rigoberto era otro, en los
hechos y en la intimidad de su conciencia. Amigos y vecinos lo veían como a un
fantasma. Quienes lo amaban trataron inútilmente de sobrellevarlo como a un
muerto que camina. Y quienes lo odiaban lo miraban como a un monstruo.
Graciela
se quedó pensativa. Luego me dijo: Ay no, tu relato falla en una cosa. Yo creo
que quienes lo amaban no lo veían como eso que dices, sino como a un hombre que
necesita amor y cuidados. Claro que no, le contradije: ellos saben esto: lo que
sigue es la llegada de uno de estos tres automóviles: la patrulla, la
ambulancia o la carroza.
Piénsalo
bien, Graciela: cuando te enfermas tu familia, tus amores, te cuidan un tiempo,
pero el único que debe procurar el remedio para ese tipo de males es el
protagonista, nadie más puede. Luego de unos meses, y por razones más que
comprensibles, los que te aman se van pasando al grupo de los que te odian;
nadie aguanta la irritación espantosa que causa la convivencia con un sujeto de
conducta alterada, eso sería inhumano para ellos mismos y para el mismo enfermo,
porque consecuentándolo solo consigues la autocomplacencia.
Todavía
quiso Graciela agregar algunos ejemplos de abnegación y cariño sin límites de
alguna gente que ella hubiera conocido, pero poco a poco me fue dando la razón.
Entonces pedimos las siguientes Modelo
Especial y cambiamos de tema, para platicar de cosas menos funestas.
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