La Güera
Por César Francisco Pacheco Loya
Cuenta la leyenda
qué en una ciudad lejana existió un hospital donde hace años acaeció un echo
terrorífico que nadie ha podido dilucidar. Esa tarde, Matilde, quien se había
desempeñado allí como jefa de enfermeras hasta el día en que fue jubilada,
llegó al Servicio de Urgencias quejándose de dolores en el cuerpo, falta de
apetito y molestias para orinar. Ramona, la enfermera de urgencias, la
reconoció de inmediato y, con voz cordial, le dijo:
―Jefa, me da gusto verla. Desde que se
jubiló no volví a saber de usted.
Matilde movió la
cabeza, y con voz apagada musitó:
―Vengo a consulta, me siento muy mal.
―No se preocupe, yo haré lo necesario para que
la atienda el doctor Estornino, ¿Recuerda quién es él?
―Por supuesto que sí. Un médico muy humanitario
y además muy preparado.
Apenas entró
Ramona al área de consultorios, se escucharon pasos que avanzaban por el
pasillo central del Servicio de Urgencias y se oyó el molesto rechinido que
hacía la puerta cada vez que la abrían o la cerraban. En cuanto el médico
estuvo cerca de Matilde le dio la mano y le dijo:
―Hola Jefa, a que se debe su visita.
―Hace tres días que siento el cuerpo cortado y
no apetezco la comida, solo tomo agua.
El doctor pidió a
la enfermera:
―Ramona, ponle el termómetro a la Jefa, ahorita
que la saludé de mano me di cuenta de que viene ardiendo en fiebre.
El médico terminó
su interrogatorio, y cuando iniciaba la exploración física, fue interrumpido
por Ramona:
―Trae
41 grados de temperatura, doctor.
―Tómale muestras de sangre y de orina y
llévalas a laboratorio para que le hagan una biometría hemática y un examen
general de orina. Diles que son urgentes.
El doctor
continuó su trabajo, y en no más de media hora estuvo el reporte de
laboratorio. Con los resultados en la mano, le dijo al paciente que atendía en
ese momento:
―Regreso rápido, no se desespere.
En cuanto llegó
al lado de Matilde, le informó:
―Trae usted una infección aguda en las vías
urinarias, se va a quedar hospitalizada ¿Quién viene con usted?
―Nadie, solo tuve una hija, pero hace años se
casó y se fueron a vivir al Estado de Virginia ella y su marido; solo
mantenemos comunicación por teléfono.
―Muy bien, Jefa, no hay problema, aquí tiene
una gran familia, usted sabe a qué me refiero, todo el personal de enfermería
la aprecia mucho.
―Sí doctor, le agradezco sus atenciones.
En cuanto la
enferma ingresó al Hospital, se corrió la voz, entre las enfermeras de que
Matilde estaba encamada en el cuarto 218 y por ello, en pequeños grupos, fueron
a saludarla y manifestarle su deseo de que sanara pronto.
Cuando la ex jefa
quedó sola, se abrió la puerta del cuarto y entró la enfermera Adela empujando
una charola rodante donde traía todo lo necesario para iniciarle el tratamiento
que le había indicado el doctor Estornino. Luego que terminó de canalizarle una
vena, le empezó a pasar la solución salina, y cuando terminó de regular el
goteo, tomó una jeringa que contenía un líquido amarillo y le explicó:
―Este es el antibiótico que le recetó el doctor,
es un medicamento muy fuerte, se lo voy a poner en el suero para que vaya
pasando lentamente, verá que pronto se va a curar. ¿Se le ofrece algo más?
―Sí, Adela, dame un vaso con agua, tengo sed. Luego
voy a descansar, porque estos días he dormido muy poco.
Ya que Adela se
retiró, pronto se escucharon los ronquidos de la ex jefa. Cuando despertó había
una joven sentada en el sillón del cuarto, a quien Matilde le preguntó:
―¿Ya
cambiaron de turno? ¡Acaso dormí tanto!
―¿Por qué pregunta eso, Jefa?
―Porque tú no eres la enfermera que me puso el
suero, ella se llama Adela.
―Tiene razón, no soy quien le puso el suero,
pero vengo a cuidarla.
―Te mandó el doctor Estornino, es una
distinción especial, ¿no es así?
―Sí, estoy aquí por orden superior,
tranquilícese y siga durmiendo.
La ex jefa secó
sus ojos con un pañuelo desechable y, sin quitar la mirada del rostro de la
joven, preguntó:
―¿Cual es tu nombre?
―Uhhh, mejor le voy a decir mi apodo, porque
todo el personal me conoce como La Güera. Por mi nombre de pila no hay quien me
nombre aquí.
―La Güera, eso no me dice nada, no recuerdo a
nadie con ese sobrenombre. Préstame tu gafete.
―No lo traje. Como venía a hacer un servicio
especial, solo vestí mi uniforme y me vine rápido. ¿Por qué le extraña cómo me
dicen?
―La Güera. Es cierto que tu piel es muy blanca,
pero tu cabello es negro, lo mismo que las cejas y las pestañas. ¿Quién te puso
el apodo?
―Fue un médico interno. Él cursaba su internado
rotatorio. Lo recuerdo con aprecio porqué fue un buen compañero.
La ex jefa se
resignó a llamar a la joven por su sobrenombre y desistió de tratar de recordar
la verdadera identidad. Cambiando de tema, Matilde comentó:
―Sigo con sed, se me antoja una soda bien
helada.
―Yo se la traigo, en fin, no está
contraindicada.
La Güera salió presurosa
de la habitación y fue por el refresco. Apenas había salido, entró Adela a
tomarle signos vitales a la paciente y una vez que los anotó en el expediente,
le preguntó:
―¿Cómo se siente, Jefa?
―Mejor, creo que ya hizo efecto el analgésico y
el antipirético, claro también el antibiótico está actuando. Oye, ¿cómo se
llama la enfermera que salió del cuarto en el momento que entraste?
―¿Enfermera que salió de dónde?
―De aquí. Si casi te tropezaste con ella.
―No, Jefa, ni en la puerta, ni en el pasillo vi
a nadie.
―Andas concentrada en tu quehacer y por eso ni
ves ni oyes lo que pasa a tu alrededor.
―Pues será por eso. Pase buenas noches, nos
vemos mañana.
En cuanto Adela
salió de la habitación, entró La Güera trayendo en las manos un refresco de
cola mediano.
―Regresaste rápido, ¿acaso fuiste volando? ―comentó la ex jefa.
─No, bajé en el
elevador y de regreso también subí en el elevador, por eso volví tan pronto. Yo
utilizo mucho el ascensor y de preferencia lo hago por las noches.
Llegó la noche y
con ella la obscuridad. La Güera no mostraba intención de retirarse a
descansar; por ello Matilde le preguntó:
―¿Qué no piensas ir a dormir en tu casa?
―No, aquí me voy a quedar toda la noche.
―Dónde piensas acostarte?
Señalando con uno
de sus dedos, dijo:
―En este sofá.
―No es necesario que hagas ese esfuerzo,
recuerda que hay personal suficiente.
―Sí, pero algunas enfermeras desconectan el
timbre para dormir y no hacen caso al llamado de los pacientes.
―Tienes razón, sí hay enfermeras
irresponsables. Bueno, pues entonces acondiciona tu dormitorio; en el cuarto de
utilería debe haber una cobija y una almohada.
―Ahorita preparo mi cama, antes voy al baño.
―Usa este, está limpio.
No obstante la
insistencia de Matilde, La Güera se encaprichó:
―Prefiero ir al baño de personal.
Pronto regresó La
Güera y la ex jefa, de nuevo sorprendida, le dijo:
―¿Cómo es posible que tan rápido hayas ido y
regresado, si los baños del personal están en el sótano.
―Es que bajé por el elevador. A mí me gusta
mucho pasearme en el ascensor, principalmente por las noches.
Al tercer día,
Matilde fue dada de alta, con su salud restablecida. Cuando ya estuvo vestida
con ropa de calle y había terminado de guardar sus pertenencias en una bolsa de
mano que traía para tal fin, La Güera le pidió:
Dígame el número
telefónico de su vecina para hablarle y preguntarle que si puede venir por
usted.
―Abre mi bolsa y saca una libreta que traigo
ahí para decirte el número.
La Güera fue a
contactarse con la vecina de Matilde y pronto regresó.
―Sí, Jefa, en un momento llega. Voy a traer una
silla de ruedas.
Ya junto al coche
de la vecina, mientras abrían la portezuela para que subiera la ex jefa, el
brillo del sol permitió a Matilde saber quién era La Güera, y lívida gritó:
─Jesús, María y
José, pero si eres Virg… y en ese momento cayó muerta mientras que el cuerpo de
La Güera se transformaba en una columna de neblina que lentamente se desvanecía
elevándose al cielo.
César Francisco Pacheco Loya es egresado de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde después fue maestro. Dedicó su ejercicio profesional a la administración de servicios médicos, área en la cual tiene un postgrado. Realizó además un diplomado en informática. Es autor de dos libros publicados: Análisis global de los servicios médicos bancarios (1993) y Control médico administrativo (1995), y las novelas La inexplicable especie humana, Encuentro con un medio desconocido y Amores que matan.
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