En la foto con Víctor Urenda, Fernando Reza y Manuel Mendoza
Nota roja
Por Jesús Chávez Marín
Con ironía relató José Fuentes Mares, en una conferencia, las angustias de algunos chihuahuenses cuando no podían conseguir dólares en ningún lado: "se les ve desesperados deambulando como almas en pena por la calle Libertad, maldiciendo su suerte por no poder ya ir a El Paso, ni comprar ropa americana ni aparatos japoneses, no hacer el acostumbrado viaje de fin de semana con puente integrado cada vez que se les antojara".(1)
Este relato es indicador de hasta qué punto somos dependientes del país vecino y no solo en la infraestructura económica y tecnológica como lo evidenció tan claramente nuestro desastre financiero ante la moneda americana, las devaluaciones intermitentes, deslices del débil peso, dictaduras del Fondo Monetario Internacional, o como quiera usted llamarle a todo este desconcierto. No solo, pues, en lo económico, sino como consecuencia en lo cultural. El relato de Fuentes Mares no se refiere a gente angustiada ante una situación de carencias materiales sino de personas que habían tenido que romper una costumbre individual, familiar: el viaje, las compras, el sueño de pertenecer a esa cultura donde “todo está bien hecho”.
En estos días vivimos una muestra de esa dependencia espiritual a la que nos sometemos alegremente: las fiestas de halloween.
Los niños se disfrazan de brujitos graciosos y salen a tocar la puerta de los amables vecinos quienes ya saben que la regla es recibirlos con dulces y frutas: La noche de Halloween hay jóvenes que se visten de chicucos y vampiros para ir a bailar a los discoteques música popular norteamericana. Cumplimos puntualmente con esa tradición ajena. Las escuelas y jardines de niños someten a los pequeños alumnos al juego extraño.
Teniendo una cultura de gran riqueza estética y espiritual que nos hace pertenecer a otra colectividad cultural nos empeñamos en imitar acríticamente las costumbres del vecino poderoso. Y decadente: para ellos la fiesta de halloween se les convirtió en tragedia, en pánico, en nota roja. El año pasado los niños de un barrio de clase media que salieron a recolectar dulces y frutas recibieron la agresión de venenos y sustancias tóxicas en las golosinas, navajas y alfileres entre las manzanas y las naranjas.
Meses antes se habían distribuido tres series de medicamentos envenenados con cianuro, gotas para los ojos mezcladas con ácido clorhídrico. Hubo víctimas, sobre todo en Chicago. Especialistas en sicología trataron de armar el cuadro de conducta de maniático tal, capaz de cometer esa agresión ciega y despiadada. Detectives y reporteros de policiacas anduvieron activos. Un extorsionador quiso hacer el negocio de su vida exigiendo un millón de dólares a la firma Johnson y Johnson, fabricante de los medicamentos envenenados, amenazando con nuevos ataques. Pero no era un maniático ni dos quienes regalaron a los niños con dulces envenenados y frutas con alfileres: fue un número importante de gente en varios estados de la Unión Americana.
La nota roja gringa circuló a nivel mundial causando el terror de los norteamericanos, quienes prohibieron a sus hijos el juego de halloween para siempre. Nota roja trasnacional es lo que nos llueve en los periódicos ahora que el ejército norteamericano ha invadido una pequeña isla del Caribe, que en el Medio Oriente dos terroristas suicidas, sonriendo, destruyeron las embajadas de Francia y Estados Unidos; nota roja trasnacional es el clamor de invasión sobre Nicaragua, el sostenimiento desde el exterior de un ejercito salvadoreño agresor de su propio pueblo.
Nota.
1.- José Fuentes Mares en una conferencia sobre periodismo ante la comunidad de la Escuela de Filosofía y Letras, en el Centro de Información del Estado de Chihuahua.
Junio 1983
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