Por Jesús Chávez Marín
Es agradable cuando una escuela especializada en las disciplinas científicas, como es el caso del Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos, Cecyt, organiza programas como la Semana cultural. En comunidades como esta, suele darse una sensibilidad despierta de gran claridad para disfrutar de la música, los libros, el teatro, la danza, el cine, las exposiciones de pintura y la belleza de los edificios y los espacios urbanos o solariegos.
Durante esta semana, a partir del 18 de octubre de 2002, la comunidad de este centro educativo, y también toda la gente de la ciudad, podrá darse tiempo para asistir a charlas y conciertos, para la contemplación serena y reflexiva.
En nuestra época parecemos de pronto demasiado ocupados en asuntos concretos y materiales, la urgencia nos vence y los días van repitiéndose erizados de tareas. Pareciera que el destino se aleja de los pensamientos y nos encarrila a los números, las técnicas, la política siempre ajena y a veces injusta. Sin embargo los hombres han construido también una magnífica herencia cultural en cuyas manifestaciones se reúne el espíritu y recuperamos de esta manera nuestra identidad profunda, la más humana.
Los hombres, los niños del siglo 21 tenemos como patrimonio colectivo una montaña de libros; un aire armónico donde vibra la música hermosa compuesta por grandes maestros en el pasado y en el presente; en las ciudades del mundo hay edificios magníficos, pinturas de belleza deslumbrante que nos emociona y estruja; en cada pueblo y en toda civilización se conocen los bailes, las danzas y las canciones que le dan a la vida un sentido de fiesta y los sueños de un futuro venturoso.
La felicidad suele ser sencilla, pero hay que buscarla. Aprender a disfrutar la música requiere una concentración y una actitud. Hay veces en que leer un libro abre ventanas a pensamientos que ya estaban en el recuerdo pero que permanecían latentes, y en la lectura la imaginación se alimenta y la memoria se ejercita: pero el placer de la lectura también hay que aprenderlo, exige un esfuerzo y un trabajo intelectual, el de conocer más palabras y más formas textuales, con el diccionario a un lado y la mente despierta.
En la contemplación de un cuadro o una escultura podemos aprender también a educar la mirada, a conectarla con el pensamiento. A estos procesos de frecuentar las artes y la filosofía, y también la contemplación de la naturaleza, los maestros orientales les llaman meditación. Hay muchas formas de nombrarlo, por supuesto, y varios caminos para expandir la percepción.
De muchos de estos temas habrá de reflexionarse en esta Semana cultural.
Durante esta semana, a partir del 18 de octubre de 2002, la comunidad de este centro educativo, y también toda la gente de la ciudad, podrá darse tiempo para asistir a charlas y conciertos, para la contemplación serena y reflexiva.
En nuestra época parecemos de pronto demasiado ocupados en asuntos concretos y materiales, la urgencia nos vence y los días van repitiéndose erizados de tareas. Pareciera que el destino se aleja de los pensamientos y nos encarrila a los números, las técnicas, la política siempre ajena y a veces injusta. Sin embargo los hombres han construido también una magnífica herencia cultural en cuyas manifestaciones se reúne el espíritu y recuperamos de esta manera nuestra identidad profunda, la más humana.
Los hombres, los niños del siglo 21 tenemos como patrimonio colectivo una montaña de libros; un aire armónico donde vibra la música hermosa compuesta por grandes maestros en el pasado y en el presente; en las ciudades del mundo hay edificios magníficos, pinturas de belleza deslumbrante que nos emociona y estruja; en cada pueblo y en toda civilización se conocen los bailes, las danzas y las canciones que le dan a la vida un sentido de fiesta y los sueños de un futuro venturoso.
La felicidad suele ser sencilla, pero hay que buscarla. Aprender a disfrutar la música requiere una concentración y una actitud. Hay veces en que leer un libro abre ventanas a pensamientos que ya estaban en el recuerdo pero que permanecían latentes, y en la lectura la imaginación se alimenta y la memoria se ejercita: pero el placer de la lectura también hay que aprenderlo, exige un esfuerzo y un trabajo intelectual, el de conocer más palabras y más formas textuales, con el diccionario a un lado y la mente despierta.
En la contemplación de un cuadro o una escultura podemos aprender también a educar la mirada, a conectarla con el pensamiento. A estos procesos de frecuentar las artes y la filosofía, y también la contemplación de la naturaleza, los maestros orientales les llaman meditación. Hay muchas formas de nombrarlo, por supuesto, y varios caminos para expandir la percepción.
De muchos de estos temas habrá de reflexionarse en esta Semana cultural.
Octubre de 2002
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