Mi bruja light
Por Jesús Chávez Marín
Cuando te comparo,
mi reina santa, con algunas de las mujeres que me he topado desde que me
mandaste a volar, tú vendrías a resultar una bruja de lo más light.
Es cierto
que tú eras levemente alcohólica y pisteabas como albañila con tus amigas de
los viernes, pero no sabes las cantidades industriales de tequila que se meten
algunas de mis nuevas amigas; como pelonas de hospicio recién liberadas de la
cárcel conyugal por divorcio, viudez o abandono, algunas damas tragan licores
de manera insensata y una que otra se disuelve literalmente en mis brazos hasta
quedar allí tiradas, sucias y blandas, a veces confundidas en su propio
vértigo. Para mí no hay problema, me concreto a bañarme, vestirme y salir de
allí para siempre: de sus recámaras, sus oficinas o del motel en turno que haya
sido el refugio para el encuentro amoroso, el último que conmigo habrá de
tocarles a esas borrachas perdidas.
Otras son
más celosas que tú, y ya sabes que esto es mucho decir: no se miden para sus
reclamos ni respetan mis papeles, buscan huellas en mis camisas y revisan con
lupa mi agenda, sobre todo el directorio: cada nombre femenino les parece
sospechoso, las llamadas de mi teléfono son para ellas pruebas contundentes.
Debo reconocer a tu favor que siempre respetaste la intimidad de mi oficina y
hasta saludabas con respeto y claridad a mis compañeras de trabajo.
También hay
otras, dulce mujer antiguamente mía, que están más neuróticas que tú, la
histeria las mantiene oscilando entre la amargura del pasado y el miedo al
futuro. Quieren que les firme papeles de registro civil, atraparme en redes
legales y yo les digo: mira, preciosa, para serte franco ya me casé una vez y a
pesar de que lo intenté veintitres años, mi matrimonio fue un acto que terminó
en intercambio de rencores. No manchemos este amor libre que tan a gusto nos
mantiene relajados y muertos de risa, ¿para qué quieres un marido?, tuviste uno
y ya se te murió, ya viviste casada y te divorciaste, o ya pasaron los años y
tuviste la precaución de no embarcarte en un matrimonio al que intuías como
amenaza: ya te has salvado a ti misma de esa acechanza, para qué quieres
entonces que firmemos esa acta civil tan peligrosa llamada contrato y
apadrinada por Melchor Ocampo. Así estamos bien.
Por eso a
veces me pregunto, ex esposa querida, ¿no seré yo el que está equivocado,
llegaré a ser egoísta de tan pragmático o acaso mi lógica no embona con las
ideas y prejuicios de mis amigas con derecho de piso?
Bueno, mi
reina, ya con esta me despido. Espero que esta dulce misiva no te parezca un
tanto cuanto cínica, no podría soportarlo. En todo caso te pido por favor de la
manera más atenta que la borres de tu correo electrónico; que ni se te ocurra
otra vez imprimirla y leérsela a tus amigas: prototipos, ellas sí, de las más
peligrosas brujas de la ciudad. Un beso.
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