La sangre de Sara
Por Jesús Chávez Marín
En un reciente foro de literatos señalaba Mario Lugo que aún estamos
esperando que llegue a los vagos territorios de la literatura chihuahuense
(vamos a suponer también por hoy que tal literatura existe, como se permitió en
hipótesis de trabajo aquella noche el mismo Lugo) la creación de la novela
chihuahuense. Y ahora estamos aquí celebrando la presentación de la novela de
Sergio Alberto Campos Chacón, que es la versión novelada de aquel asalto al
cuartel de ciudad Madera en 1965.
Como hoy, aquel día también fue jueves, como lo consigna Sergio Alberto
en su testimonio, al iniciar su texto con unas palabras. Para nuestro oficio,
esta novela de testimonio podría ser un buen comienzo de una novelística
chihuahuense que Mario Lugo y muchos lectores estamos esperando.
“La madrugada del jueves 23 de septiembre de 1965, el profesor y médico
Pablo Gómez Ramírez, los profesores Arturo Gámiz García, Miguel Quiñones
Pedroza, Rafael Martínez Valdivia, los campesinos Salomón Gaytán Aguirre y
Antonio Escobel Gaytán y los estudiantes Emilio Gámiz García y Óscar Sandoval
Salinas, y otras personas aún sobrevivientes, todos de ideología marxista,
atacaron el cuartel militar de ciudad Madera, Chihuahua, con la pretensión de
iniciar una revolución socialista” (p.9).
Barrancas rojas, de Sergio Alberto
Campos Chacón, es la versión novelada de esa guerrilla. Esto queda muy claro en
el pacto narrativo que el autor propone desde el principio. No es un reportaje
con nombres y fechas, aunque la verdad histórica y la estricta revisión de
documentos se nota en el rigor de su testimonio. Pero deja muy claro que la
suya es, antes que nada, una novela, una versión novelada de unos hechos
históricos.
¿Quiénes son los personajes de esta novela? Ante todo, el grupo de
jóvenes guerrilleros que decidieron su destino en el hecho de armas, para ellos
heroico y coherente, al que acudieron llevados por su idealismo y por los
impulsos generosos de su sangre joven. Es un personaje colectivo, “los
guerrilleros”, pero muy bien construido en la individualización de Juan, un
joven adusto y casi rígido, lleno de ideas y estoicismo; en Sara, la bella
muchacha que elige el camino de las armas y cuya sangre corriendo por la nieve
en plena batalla es la metáfora totalizadora de esta novela, a ratos
profundamente romántica; Graciela, a quien vemos peregrinando por las inhóspitas
calles de la ciudad de México entrevistándose con extraños donadores de
recursos para la revolución. Casi personaje de Gorki, llena de dignidad con sus
ropas humildísimas y su hambre revolucionaria, pero sobre todo en Juan Luis, el
personaje más cercano a la voz del narrador omnisciente y el hilo más fuerte de
esta historia.
Frente a ellos hay otro personaje colectivo: el ejército. Vemos al
soldado Ubaldo Venzor despidiéndose de María, su mujer, muy de madrugada para
responder al llamado de tropa que lo convoca a viajar hasta ciudad Madera,
donde el alto mando del ejército lo llama. Vemos en su oficina también al
Secretario de Defensa, hablando por teléfono con el presidente Díaz Ordaz, que
en la novela se llamará Durán Ortíz. Y también está otro general de división,
Giner Durán (que en la ficción de Barrancas
rojas habrá de llamarse Justiniani) diciendo para siempre: “¡Querían
tierra, denles hasta que se harten!”, y ladrando en palacio la arrogancia negra
del poder.
Aparecen personajes, estos sí con sus nombres reales aquí con la doble
vida de la historia y de esta novela, el secretario de gobernación Echeverría,
el rector de la Universidad de Chihuahua Manuel Russek, el comandante de tropa
al que le tocaron los hechos de Madera, que en la novela se llama Jesús Reyes
Villegas.
Toda novela es un lugar, un espacio casi físico, donde viven, son
creados y pasan muchísimos personajes. Campos Chacón maneja con talento los
grupos de gente: las manifestaciones frente al palacio de gobierno, las quemas
de los ataúdes que estuvieron a punto de incendiar también la gran puerta de
este lugar donde ahora estamos de fiesta, por razones literarias, pero donde
suceden o se traman tantas historias a veces bastante negras.
También de un pincelazo el autor retrata con acierto a sus criaturas
pasajeras, como la mujer del soldado que se preocupa por el salario de la
quincena de su guerrero marido: “adiós no, soldado, hasta pronto”; el cubano a
quien solo conocemos por la excelente recreación tipográfica de su habla caribeña
cuando asesora a los futuros guerrilleros; el secretario atildado y servil, el
empresario del Grupo Huenachi (Huenachi en la novela es Chihuahua en el juego
retórico de los nombres que exige la libertad para fabular la historia y
recrear conversaciones ultraprivadas que, por serlo, jamás podrían ser
documentadas de otra forma) el empresario de Bosques de Huenachi que manipula a
su favor la situación, la reunión con el presidente de la república donde sus
intereses son su único pensamiento social, la tosca personalidad del gobernador
Giner a quien le deja sentir que es macho, muy macho y castrense con tal de que
siga favoreciendo su causa, la del empresario, que siempre será la causa de su
dinero.
Otro de los recursos narrativos de este texto son los desplazamientos.
Se maneja bien el espacio, lo mismo los camiones miserables donde viaja
Graciela, famélica y digna, por el Distrito Federal buscando fondos para la
revolución, que el clima frío de la intensa nevada que une su crueldad a la
crueldad de la guerra y de la sangre derramada, la que empezó con la nieve
ligera en el hombro de un estudiante y terminó con una helada negra la noche
siguiente de una madrugada sangrienta.
Vemos al camión de soldados atravesando desde Juárez el “mar de dunas” y
también el despacho del presidente Díaz Ordaz a donde, tímido y obediente,
entra Luis Echeverría a entregar detallados informes y pronósticos de la política y de la vida.
Campos Chacón maneja extensamente el diálogo. Vemos muchas escenas y
pocas descripciones, a ratos su narrativa parece dramaturgia. Pero es, sobre
todo, un teatro de ideas. Quiso dar testimonio de todas las conversaciones,
ponerlas en el escenario vasto de su novela. Él mismo nos comunica al principio
su proyecto de este gran teatro de conceptos, cuando advierte y asume el riesgo
de su desmesura, y le señala al lector: “Por extremistas que le parezcan
algunas reflexiones que leerá, eran normales en ese tiempo.”
Pero también anuncia lo necesario de esa mezcla de ideas y vertiginosos
relatos, porque esa historia “grabó a fuego violento nuevos registros en la
conciencia social de los chihuahuenses.”
En la lectura de Barrancas rojas
asistimos de nuevo, o asistimos por primera vez, según sea la edad del lector,
a un juego intenso de ideas y hechos históricos: la ideología que se fue
tejiendo en Cuba luego del triunfo de su revolución en 1959 y de su
reconstrucción política y social; la guerra de Vietnam donde se empantanó la
sociedad entera de los Estados Unidos; el jipismo y su blanda protesta clasemediera;
el marxismo más ortodoxo que era también una especia de encendido mesianismo;
la manipulación financiera de los bosques de Chihuahua que, por sus resultados,
es también una maligna ideología; la filosofía castrense sostenida por un
gobernador militar que es también un viejo neurótico de los de antes; los
informes de gobernación mezclados de noticias internacionalistas justificadoras
de la violencia interna; las ideas palpitantes en las gargantas de jóvenes
estudiantes que resultan casi aburridos de tan fanáticos: “les recuerdo también
que nuestras vidas no tienen sentido cuando en las ciudades y en el campo son
explotados miles de compatriotas por la burguesía.”
La novela es un texto donde todo cabe: documentos, gritos, ráfagas de
ametralladora y el pájaro carpintero del telégrafo, las voces enamoradas y las
fieras.
A una novela siempre la reconocemos como tal, cuando lo es, por el
tejido sabio de sus múltiples hilos. Sergio Alberto Campos Chacón es con mucha
discreción y sutileza un poeta, un novelita poeta, en la recreación de imágenes
amorosas o terribles, en medio del fuego de las metralletas y el humo de las
ideologías.
Como cuando Juan Luis mata por primera vez: “El muchacho supo que ya
nunca más sería el mismo, invadió los terrenos de la muerte que casi no
conocía, a la que llamó para destruir la vida del soldado.”
Imágenes en plena acción o dramatización: “Por varias noches, calambres
venidos del subconsciente estremecieron a los guerrilleros, rompiendo la secuencia
del sueño”.
Las imágenes terribles de la guerra: “Más claro el amanecer, los
soldados disparaban contra lo que se moviera. Liberándose de la demoníaca carga
emocional del combate, entraron violentos a sus casas…”
Imágenes que fulguran en las fronteras del amor y de la muerte cuando el
guerrillero ve caer a su amada Sara: “Apretó su mano y sintió que la sangre de
la joven lo quemaba, la que al correr como lava derritió la nieve dejando en la
mente de Juan Luis la imagen de profundas barrancas rojas, como las gigantescas
montañas de la sierra.”
La visión expansiva del amante herido en la muerte de su amada, y
también en la derrota, es casi la síntesis de esta novela; el título de ella
aparece como una sorpresa en medio del texto.
La novela de Chihuahua habrá de hacerse con muchas novelas, con diversos
relatos que canten y cuenten la peripecia de nuestra vida en común. El asalto
de Madera es una señal de nuestra historia. El 23 de septiembre sigue muchas
veces vivo. La novela “Barrancas rojas,
de Sergio Alberto Campos Chacón, es una de esas novelas que vendrán, aquí
pionera y fundadora.
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