El abrecartas. Las cosas andan mal en la oficina
Por Jesús Chávez Marín
El invitado de honor era el autor de la obra. Llegó puntual acompañado
de su anfitrión Enrique Cortazar, amigo suyo. Esto fue el 18 de marzo a las
ocho de la noche. La gente iba llegando a la Sala de Espectáculos del INBA en
el Pronaf de ciudad Juárez, para asistir al estreno local de El abrecartas, de Víctor Hugo Rascón
Banda. Esta pieza forma parte de Armas blancas,
publicada por la revista Repertorio y
cuya primera versión escénica fue montada en México por Julio Castillo.
Como siempre, varias personas fueron llegando tarde, ya iniciada la
función, sus pasos sonaban más fuerte que los ruidos y voces de la escena; este
teatro del Pronaf tiene instalaciones deficientes, pésima acústica, las butacas
se amontonan a un solo nivel en semicírculo ante el escenario y nomás los de la
primera fila alcanzan a ver bien; los que estamos atrás, aunque sea en la
segunda, tenemos que estirar el cuello entre las cabezas de los de adelante,
las lindas cabelleras rizadas de algunas damas, nuestros ojos encandilados por
alguna que otra calva radiante.
Una de las calvas, un caballero delgado y gris, se acerca, entra, es el
señor Manzo quien llega puntual a la oficina, se acomoda tranquilo ante su
escritorio a leer el periódico. Otros empleados van entrando, miran insistentes
la pulsera de su reloj para calcular si llegarían tarde y para que los
espectadores vean muy claro que, en la mañana de un viernes, la vida comienza.
Chayito viene de mal humor, se enoja con Manzo porque éste cambió de
lugar su escritorio, “órdenes de la Licenciada”; Florecita llega tarde y quiere
firmar la tarjeta como siempre “es que como una es madre soltera”, pero la
tarjeta ya fue capturada por órdenes de Ya Sabes Quién, ¿qué qué? ¡Si siempre
esperan a que yo pueda firmar! Las miradas, el ambiente se va cargando de
tensión. Polo intenta poner macetas nuevas, son órdenes de la, quítame esas
mugres de aquí, van a llenar todo de plagas, aúlla Chayito irritadísima.
Creo que al licenciado le pidieron la renuncia, parece que hasta
auditoría quieren hacer; lo va a sustituir una licenciada en Administración
Pública joven, guapa y tecnócrata, con maestrías en el extranjero y toda la
cosa. de las horas-hombre, su obsesión es la eficiencia, no quiere probar el
sabroso menudo que le convida Florecita, “de ahora en delante nadie comerá en
horas de”, si al menos fueran dietéticas. Y los colores de la atmósfera van
cambiando desde el gris verdoso del escalafón y la transa hacia tonos naranja y
nubarrones con buen puesto en el crucigrama.
Al licenciado ya le descubrieron las tranzas, ya se te notó, la nómina
fantasma y los cheques puntualmente cobrados; Manzo ve amenazada su cercana
jubilación; a Florecita la cacharon recibiendo mordida por sellar unos papeles;
a Chayito sele esfuman los pequeños poderes que tiene como la típica secretaria
particular del jefe querendón. Aquí la modernidad es amenaza.
En otra parte, el reseñista se percata e que ya contó la anécdota
completa, platícame un texto, y aún no ha dicho nada de la muy buena dirección
de Rodolfo Rodoberti, quien también actúa en la obra; hace el papel del Señor
Manzo, muy bien ,hasta se hizo afeitar el cráneo por Manuel Meza, encargado de
maquillaje y peluquería; funciones muy bien cumplidas en la caracterización de
estos actores; ellas vienen peinadas como oficinistas de mediopelo en contraste
con la cabellera audaz de la dinámica licenciada tecnócrata, que es la amenaza
perfumada con cocó chanel. El técnico
de luces, Juan Ortega, logra buenos efectos escénicos, usó con acierto el
escaso arsenal que ofrece este triste local que sufre de graves carencias en
sus instalaciones: parece hecho para otro tipo de espectáculos, farsas
oficiales y esas aburridas conductas de los pequeños poderes. A continuación el
señor diputado dirigirá unas palabras.
Es notable el trabajo de las actrices. Patricia Jaimes, en el papel de
Chayito, es un polo de energía que da estructura a las tensiones de la escena,
es fuerte, es una fiera que se enfrenta a la extraña para defender su posición,
su territorio, sus amores; su novio y su amante aparecen más débiles, ella lo
sabe y pelea. Por su parte Isela Mendoza hace su propia versión de Florecita,
renuncia a lo fácil del tipo, no es la pícara vulgarcita sino la graciosa y muy
viva secretaria que, busca conciliar la
nueva situación, su actuación es fina y aprovecha el palmito para encontrar
matices. Lourdes Arguelles interpreta a La Licenciada, ella es muy guapa y
tiene presencia escénica, aunque hubo alguna inseguridad en su actuación,
ciertos titubeos restaron fuerza a su personaje. En parte por un error de
dirección en su entrada, debió proyectarse como la amenaza que viene y no sólo
la prepotente y sangrona funcionaria que a ratos parecía.
Los actores, salvo Rodoberti, tuvieron menos fortuna esa noche.
Víctor López se veía flojo, a ratos declamatorio, no logró sacar su
papel en El Licenciado; Polo fue insignificante, por más que entraba y salía,
no logró existir en la actuación de Cesar Molina, Leonel Hernández y Jésús Avila, sin lograr hacerla como los ciudadanos que
llegan a tramitar fragmentos de su existencia ante los escritorios de su
desventura (mídete), se hacían bola, tropezaban, engolaban la voz. En cambio el
niño que llega a vender chicles saca muy bien su breve papel. En tres minutos
se mete al público a la bolsa con mucha gracia y frescura. Buen actor este
Rodolfo Iván González, niño de seis años.
En conjunto, ellos son muy buen grupo. Acá, a Chihuahua, han venido varias
veces, entre otras pusieron en el Paraninfo la obra Compañero, de Vicente Leñero
y allá están montando Los Albañiles.
Con El Abrecartas están participando
en el Festival de Primavera de Ciudad Juárez. Es interesante que decidieran
montar precisamente esta pieza que habla de problemas en la burocracia oficial.
Ellos son maestros o alumnos de la Escuela de Ciencias Políticas de la Uach.
Muchos de los aspectos que la obra señala son materia de estudio para estos
teatristas.
Víctor Hugo Rascón Banda quedó encantado con la puesta en escena, se
reunió con los actores y el director para hacerles comentarios, varios de los
cuales quedan cumplidamente fusilados en esta reseña. Platicó horas, firmó
autógrafos, repartió sonrisas, anotó teléfonos, saludó antiguos amigos
condiscípulos de la secundaria y la prepa, que el cursó aquí en Ciudad Juárez;
los de intendencia estaban desesperados. Querían que saliéramos ya, que desocupáramos
el teatro, empezaron a apagar las luces como recurso de cantina chafa ante clientes necios que acusáis; pero
afuera la tertulia siguió libre y gozosa hasta las diez y media de la noche,
hora de las muchas despedidas y el que mucho se despide pocas ganas tiene de
irse.
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