sábado, 14 de abril de 2018

Su Alteza Serenísima. Versión escénica de Enrique Hernández Soto

(En la foto Holda Ramírez, Semi Ugalde y Jesús Ramírez en Su Alteza Serenísima, versión escénica de Jesús Ramírez).



XIV. Su Alteza Serenísima


Por Jesús Chávez Marín

Alfonso Verona regresa investido de todo su poder, el cual le fue conferido por el caballero Enrique Hernández Soto, director de la farsa Su Alteza Serenísima. La actuación de Verona está de risa loca y su secre Jiménez (Carlos Ayala) no hace malos gestos. Juntos son la pura botana.
Hernández Soto se lanza en este montaje a experimentar efectos que antes no se atrevía a poner. Un hallazgo fue el vestuario de los personajes, todos en color blanco igual que la sencilla escenografía surrealista, blanca también, recursos que expresan una sensación de delirio y sueños locos.
El “quien vive” de la actuación de Varona y Ayala crea en la obra un ritmo regocijante y dinámico. Ellos son los dos mejores actores de Chihuahua. Paradójicamente, este hecho causa cierta arritmia en la obra, ya que la actuación de sus otros compañeros en escena deja mucho que desear. Francisco Díaz hace un Mr. Sewar de pacotilla, impostadísimo, apenas estaría bueno para que el señor Barriga hiciera chistes sobre el tratado de libre comercio. Mary León, en el papel de Petra, finge ser una sirvienta pueblerina y coquetona, pero parece la chorreada de Pepe el Toro. El consejo de ministros está compuesto por cuatro inditos de esos que le dan vuelta al sombrero todo el día, se la jalan mucho y se maquillan bigotes de orillita; su actuación es pésima, típica y declamatoria, ya mejor ni quisiéramos decir los nombres de los actores pero son Mario Meléndez, Juan Gómez Franco, Luis Raúl Quintana y Carlos Héctor Montes.
La actriz que hace el papel de Lola Tosta de Santa Ana, de quien no tenemos el nombre porque no venía en el programa (suplió esa noche a Mónica Gutiérrez, quien ha hecho el papel en otras funciones), se desempeña en una buen actuación, se salva. No a la altura profesional de Alfonso Varona y Carlos Ayala, pero al menos no cae en las sobreatuaciones, garabatos corporales y desfiguros de sus otros compañeros.
Su Alteza Serenísima 1991 inyecta vitalidad nueva al viejo texto de Fuentes Mares. Aunque Hernández Soto ha sido siempre respetuosísimo de los autores que pone en escena, se atreve por esta vez a meter discretamente su cuchara literaria. Los chistes de Fuentes Mares, hoy un poco pasados de moda y hasta bobalicones, se ven aquí renovados en la voz aguardentosa de Varona, que le imprime con el tono y con la brillante mirada picaresca una vigencia que actualiza la antigua farsa del poder. Hay varios textos en los parlamentos que mencionan de pasada hechos y picardías son de actualidad periodística, como el TLC y el montón de doctores en economía que hoy nos desgobiernan.
Incluso Varona, con la impresionante agilidad mental que siempre ha tenido en escena, pudo haber aprovechad la presencia del ex gobernador Óscar Ornelas entre el público, a quien también corrieron del trono, para formular un mimetismo con el Antonio López de Santa Anna, interpretada magistralmente esa noche. Pero le perdonó la vida. Y don Óscar Ornelas se lo merecía esta vez, por ser de los pocos gobernadores de Chihuahua que van al teatro.

Agosto 1991


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