Fantasmas en una casa de interés social
Por Jesús Chávez Marín
En el mes de los muertos una tarde,
frente a la luna de una televisión
prendida,
una mujer se acercó a la cama
donde yacía su blando esposo.
Ella incendiada por los deseos
del cuerpo atlético y su esperanza;
él un hombre dañado por la tristeza,
ya no sabía mirar el rostro de su amada.
En los ojos furiosos de aquella mujer
resplandecía un filo de ternura;
al fulgor de aquel hilo tenue
lo asombraban velos de rencor.
El hombre fue causante de muchas
derrotas.
Ella se imaginaba a sí misma
la víctima de un loco despiadado.
Se humillaba suplicando
amor y placer, caricias y palabras.
Pero él tenía el alma petrificada
por la melancolía.
Nadie quiso entender la tragedia de los
amantes.
Ellos sufrían a gritos en su casa,
porque el corazón del hombre
no sabía querer, vivía opacado.
Todos los deseos habían muerto.
Ella lo cuidaba, resignada,
como se guarda un perro moribundo.
Con mucha piedad y con desprecio.
Con mucho rencor y sin futuro.
¿Qué más se puede buscar en un ser
melancólico
que se marchita en el umbral de su casa?
Él tomaba pastillas de sal.
Ella los licores de su desengaño.
Marzo 1995
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