domingo, 27 de abril de 2025

La educación de los niños

 


La educación de los niños

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Mis primos los grandes me dijeron:

―A ver, Rulis, diga muchas veces la palabra charco.

― Charco. Charco. Charco.

Se reían mucho.

Yo creo que cuando llegué a mi casa quería que mi mamá también se riera y entré repitiendo la misma palabra.

 Mi mamá no se rió.

 Agarró un zapato y me empezó a pegar muy enojada.

―Mocoso malcriado, ahora verás.

Salí corriendo y me metí debajo de la mesa, pero me alcanzó a dar un demoniazo muy fuerte en la espalda.

Me dolió de a madre.

sábado, 19 de abril de 2025

Adiós, hija querida

 

Dibujo: Beatriz Bejarano


Adiós, hija querida

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Me parece que esa noche don José había salido de viaje, así que no se enteró hasta tres días después.

Su señora andaba asustadísima por lo que pasó, y sobre todo de imaginar la manera como reaccionaría él cuando supiera. Le tenía pánico.

Cuando la hija regresó a la mañana siguiente, toda llorosa, apenadísima, pero con una carita de decisión tomada, y de cierta íntima felicidad, ella, su propia madre, no había tenido el valor de apoyarla con su cariño ni tampoco de regañarla. Ya para qué.

En silencio la vio sacar tímidamente alguna ropa, aceptó inmóvil el beso en la mejilla y se quedó muy quieta, viéndola salir.

jueves, 17 de abril de 2025

En el agua clara que brota en la fuente

 

Dibujo: Beatriz Bejarano

En el agua clara que brota en la fuente

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Fíjate que el niño no quiso comer. Es que cometí el error de guisar las mojarritas enteras y de servírselas así en su plato.

Se quedó mirándolas un buen rato, pero yo no me fijé hasta que me preguntó:

―Oye, mamita, ¿por qué están así los pescaditos?, ¿qué les hiciste?

Quise restarle importancia.

―Ándele, m’hijito, es su comidita ―y traté de arrancar un trozo con el tenedor.

Con una vocecita muy triste me dijo:

―¿Y no le duele al pescadito que le piques con el cuchillo?

―No, m’hijito, no le duele.

―¿Y por qué no le duele?

No hallaba qué hacer ni que decir.

― No, no les duele porque ya están…

―¿Ya están muertos? ―hablaba como azorado, como asustadito.

Mejor le retiré el plato. Ya ni yo pude comer; empecé a platicarle de otras cosas, a jugar con él para que se le fuera olvidando.

lunes, 14 de abril de 2025

Palemón


Foto: Pedro Chacón

Palemón

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Empedernida su mente, macerado en alcohol, salió de la cantina y manejó su viejo camión materialista por la carretera de Ávalos.

Palemón no tenía casa, ni familia, ni el menor asomo de amor propio; a los cincuenta y cinco años vivía con su mamá, pero no le ayudaba en nada con los gastos; al contrario, era una carga económica para la pobre anciana, quien, sin embargo, lo protegía como a un niño viejo, como a una criatura sin alma.

Palemón vio venir el carro de frente, pero se iba quedando dormido por la borrachera y la desvelada crónica de insomnio. Entre vapores de sueño pensó, absurdamente: ahorita se desvía, se quita de mi camino; pero él venía circulando por el carril contrario de la carretera, fue inevitable el choque de frente.

El carro Datsun quedó hecho un montón de láminas y fierro como si fuera papel estrujado, el joven que venía dentro salió sangrando, con las piernas rotas. Palemón lo miró sin el menor asomo de pena ni culpa ni compasión; lo único que le preocupaba era echar a andar el motor de su troca para irse de allí.

Después de intentarlo con ansias, logró prenderlo, dio reversa para librar el obstáculo del carro destrozado. El hombre herido ya no se movía. Palemón se fue. Muy apurado por escapar de su responsabilidad, tal como lo ha hecho toda su vida.

Dudé entre auxiliar al muchacho o perseguir al culpable y me decidí por esto último, cuando vi que llegaban otras personas. Lo alcancé más adelante, cuando su troca se detuvo, porque iba fallando. Por suerte pasaba por allí una patrulla de tránsito, a la que le hice señas.

Fue de esa manera como Palemón fue a dar a la cárcel, no por homicidio gracias a un milagro y a los reflejos ágiles de aquel joven, pero sí por lesiones muy graves que requirieron cirugías y varios meses de cuidados.

lunes, 7 de abril de 2025

El mecenas Polo

 

Dibujo: Larissa C V


El mecenas Polo

 

Por Jesús Chávez Marín

 

En Chihuahua están los empresarios más miserables y en cambio se edifican las esculturas más buenotas dijo en 1990 mi examigo Topolobampo Aguirre, en una conferencia literaria, refiriéndose a Polo Mares y luego a las estatuas de La Diana Cazadora que está en la calle Mirador y La Adelita de la avenida Tecnológico.

Lo habían invitado a que hablara de su obra en la Quinta Gameros y leyera algunos de sus poemas en un festival de literatura. A pesar de su ingenua juventud, Topolobampo era en ese entonces el santón de las letras de la región y tenía muchos fans de los que leen poco, pero van a todos los cocteles culturales. Así que Topolobampo aprovechó el viaje para quejarse amargamente, que es el show que mejor le sale.

Ustedes, que son la inteligencia de esta ciudad le dijo a su audiencia, pues siempre acostumbra granjearse la voluntad del respetable público sabrán comprenderme de inmediato.

Resulta que dos semanas antes había tenido la pésima idea de pedir cita con el famoso ex abarrotero, y ahora socio de almacenes globales, para decirle que lo consideraba un prócer de la cultura, mecenas inmarcesible, y que por eso le concedía el honor de invitarlo a que financiara la publicación de su más reciente libro: una novela que hablaba de la grandeza chihuahuense, no sin cierta crítica a la sociedad actual, tan llena de complejos problemas.

―Cómo no, cuente con ello ―respondió el magnate, midiéndolo con la mirada, luego de la solemne alocución de Topolobampo.

―Muchas gracias, señor Mares. No solo se lo voy a agradecer yo sino la sociedad entera, pues la literatura y el arte, como usted muy bien lo sabe, son obra pública, como los puentes y el pavimento, tan necesarios para el alma colectiva de los pueblos.

Un tanto cuanto desconcertado por los repentinos conceptos del conspicuo escritor, el forzado mecenas agregó:

―Puede usted pasar mañana mismo a nuestras oficinas a recoger un cheque de mil pesos. Esa será mi contribución para la hechura de su libro, que estoy seguro será tan entretenido como todos los que usted escribe.

Topolobampo, quien un minuto antes ya había visto completa la película de sus ilusiones donde el libro salía de la imprenta con todo lujo y con vasto tiraje, no se esperaba este golpe de dados que le había dado su interlocutor: aquí tienes mil pesos, muchacho. Aunque no era muy rápido de mente, procuró que no se le movieran tantos músculos de la cara como ya se le habían movido sin control, lo cual resulta fatal no solo en el póquer sino también en los arduos negocios de la literatura. Alcanzó a agregar, aunque ya con el tono de voz un tanto disminuido y desafinado:

―Pero don Polo, la edición de mi obra cuesta setenta y tres mil pesos, precisamente aquí le traía el presupuesto.

―“Señor Mares”, para usted. Pues mire, yo creo es muy justa la cantidad con la que nuestra empresa está dispuesta a patrocinarlo; es muy buen inicio para que usted empiece a juntar la cantidad que necesita. No es poco ni es mucho, me parece una suma razonable de nuestra parte en el apoyo de las letras chihuahuenses.

Topolobampo no lo podía creer. Como se quedó mudo, el astuto empresario agregó:

―Pase mañana por el cheque. Solo voy a pedirle que me consiga un recibo deducible de impuestos, de alguna institución de cultura, o de alguna escuela de educación superior, por la cantidad asignada. Y me despido, buenas tardes, tengo que salir hoy mismo a nuestras oficinas de Ojinaga, me dio gusto verlo.

Topolobampo le dio la mano para despedirse, pues era un hombre bien educado, pero casi murmurando entre dientes un montón de rayadas de madre, literatura más bien demasiado costumbrista.