La fiesta del chivo: furia y locura del poder político . El reciente libro de Vargas Llosa es otra novela de dictadores
Por Jesús Chávez Marín
Cuando Martín Luis Guzmán escribió La sombra del caudillo fundó con su refinada prosa un tema que habría de alcanzar una dimensión casi mítica en la tradición literaria del idioma español: el tema del dictador latinoamericano, del que habrían de ocuparse los más grandes novelistas del siglo 20. Por ese mismo tiempo también el escritor y aventurero español Ramón María del Valle Inclán escribió Tirano Banderas, divertida historia donde ese autor inaugura su forma esperpéntica.
Por Jesús Chávez Marín
Cuando Martín Luis Guzmán escribió La sombra del caudillo fundó con su refinada prosa un tema que habría de alcanzar una dimensión casi mítica en la tradición literaria del idioma español: el tema del dictador latinoamericano, del que habrían de ocuparse los más grandes novelistas del siglo 20. Por ese mismo tiempo también el escritor y aventurero español Ramón María del Valle Inclán escribió Tirano Banderas, divertida historia donde ese autor inaugura su forma esperpéntica.
Años después saldrían dictadores de todas las regiones en la novelística latinoamericana, desde la ficción más fantasiosa de aquel estilo que se le llamó realismo mágico hasta las más realistas y casi biográficas.
En el primer ambiente estético están El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias; El otoño del patriarca, de García Márquez y Maten al león, de Jorge Ibargüengoitia. En el segundo, El recurso del método, de Alejo Carpentier; Yo el supremo, de Augusto Roa Bastos y ahora La fiesta del chivo.
Un caudal de anécdotas de la más dolorosa y desaforada vida real han sido registradas en la escritura artística. Los anhelos afrancesados de Porfirio Díaz; las costumbres monacales y crueles de Rodríguez Francia, dictador casi eterno de Paraguay; el fascismo rioplatense de Perón; la ficción de república peruana de Odria y hasta las más recientes lágrimas del criollo López Portillo, las mansiones griegas de Durazo, su amigo de la infancia, las paraestatales portátiles de Echeverría, las aventuras terribles del capo Salinas, su hermano Raúl y su folklórico asesor francés Joseph Marie Córdova y los rollos caribeños del abuelo terco Fidel Castro Rus.
En La fiesta del chivo, Mario Vargas Llosa cuenta la historia del atentado que acabó con la vida de Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien gobernó durante 31 años República Dominicana y fue muerto a balazos el 30 de mayo de 1961 por un grupo de conspiradores entre los que andaba un militar del régimen, un líder religioso, un empresario y un funcionario del gobierno. Luego se dijo que en el complot también participaron como autores intelectuales algunos obispos norteamericanos, varios agentes de la CIA y hasta el mismo presidente en funciones Joaquín Balaguer, a quien Trujillo había impuesto en la silla presidencial.
La estructura de la novela es sencilla, se alternan capítulos de tres tiempos narrativos: en el primero aparece Urania Cabral, una cuarentona soltera que es ejecutiva del Banco Mundial en Nueva York que regresa al terruño, Santo Domingo, a reencontrarse con su papi en ruinas y con sus primas Lucindita y Manolita. El padre fue Agustín Cabral, quien gobernó la patria junto con el jefe máximo.
La segunda secuencia, alternada en otros capítulos, es la crónica del atentado y las historias personales en los recuerdos de los conspiradores. La tercera secuencia es un día en la vida de Trujillo, quien se levanta, como siempre, a las cuatro de la mañana y esta vez recuerda las palabras de su sargento gringo que le enseñó a ser hombre rudo y le dijo: “Irás lejos, Trujillo”
—Había ido, sí, gracias a esa disciplina despiadada, de héroes y místicos, que le enseñaron los marines —afirma el narrador de esta novela de Vargas Llosa, quien deja traslucir cierta admiración por este dictador disciplinado y cruel.
Abril 2001
No hay comentarios:
Publicar un comentario