Por Jesús Chávez Marín
Entre los servicios turísticos que toda ciudad ofrece a sus visitantes (y también a los residentes, claro), están las complicadas artes del comercio erótico.
En la calle Doblado, aquí en el centro, ejercen su oficio antiguo dos lectoras de nuestra revista Auraed: Verónica y Olga Yolanda.
Ellas esperan todos los días con los brazos abiertos a sus numerosos clientes. Por la módica suma de cuarenta mil pesos (los diez mil del cuarto van aparte), despachan en media hora puros clientes satisfechos y relajados y, si por cualquier razón el fulano lo amerita, quizá se lleve gratis algún tiempo extra de placer.
El tipo de prestaciones y servicios que Vero y Olga conceden es variado: desde masajes (el chino y el francés), hasta nutridas conversaciones para solitarios que lo que quieren es ser escuchados con atención y desenfado.
A ellas les gusta trabajar temprano. Salen muy frescas a las ocho de la mañana y para las doce ya atendieron a cinco o siete personas que se van fascinados o quizá ligeramente arrepentidos, según sea su temperamento y sus ataduras mentales.
Agosto 1991
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