Por Jesús Chávez Marín
Cosecha es el espacio literario de los estudiantes y de los profesores de la Escuela de Filosofía y Letras. En los años setenta, el entonces director de nuestra escuela, Francisco Flores Aguirre, realizaba una intensa labor periodística en El Heraldo de Chihuahua y fundó este suplemento dominical que duró varios años, y al que se agregara otro más, llamado signo sobre signo, que coordinó Luís Nava Moreno.
En aquel tiempo tuve la fortuna de publicar en Cosecha mi primer texto profesional que se titulaba “Polvo de vidrio”. Años antes había ya publicado en revistas estudiantiles del Instituto Regional, en la secundaria, y en el Seminario Conciliar de Chihuahua, en la preparatoria. Pero considero mi primera salida seria como escritor la de Cosecha, porque la circulación de El Heraldo siempre ha sido vigorosa, y lo sigue siendo hasta hoy en la ciudad.
Así que la mañana de aquel domingo de abril desperté a las seis de la mañana y salí afuera de mi casa a esperar al joven atleta que repartía los periódicos en mi barrio. Andaba ansioso e inseguro, como cuando se espera la primera cita con la mujer maravillosa.
Cuando el voceador llegó y confirmé con regocijo que sí, que allí estaban mi nombre y mi texto, el cual el profesor Hildeberto Villegas Méndez me había ofrecido publicar, y lo cumplió, compré de inmediato quince ejemplares.
Uno era para mi madrina, el otro para mi madre, otro más para mi novia de aquel tiempo feliz María Selina del Rayo Nava Cano, otra para cada uno de mis amigos y otro para guardarlo siempre en los archivos de mi corazón. Me habían armado caballero, la tinta de la imprenta me hizo escritor para siempre.
Una labor importante en el aprendizaje de la literatura es el encuentro con lectores, el desafío de la crítica, el riesgo del ridículo con este desnudamiento del placer y del dolor y del cuerpo que cuesta trabajo; es difícil escribir y, aun más, publicar. Es el paseo por la otra orilla de la luna: puede no haber nada, puede hallarse uno el vacío. Pero también puede haber un valle terrible o lleno de placeres secretos. Y el fulgor de la belleza.
Todos los que alguna vez nos inscribimos en carreras como letras españolas, ciencias de la comunicación o filosofía, tenemos la divina ilusión y el temeroso deseo de llegar a ser escritores. No escuchamos voces razonables que nos advierten que aquello será locura y miseria económica. Insistimos.
Aceptamos poco a poco nuestro destino fatal, o placentero, de escribir para que los demás oigan las voces y los alaridos que se nos ocurren a cada rato, en las noches o en las madrugadas; también de sol a sol. Por eso este domingo, cuando me invitaron a producir un texto para Cosecha siento la emoción de regresar, aunque sea de pasada, a mi joven casa, a la escuela, a Cosecha, y ver de nuevo allí mi escritura al lado de mis ahora desconocidos colegas estudiantes de filosofía y de literatura. No quiero jamás robarles espacio, quisiera entrarle de lleno cuando por la sabrosa pereza de ellos y de ellas, no se hayan completado las páginas de este lúdico espacio periodístico.
Domingo 17 mayo 1994
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