Por Jesús Chávez Marín
El martes 11 de octubre de 2005 se inauguró en Chihuahua la sexta feria del libro y anoté aquí algunas reflexiones en torno a la presencia del libro en nuestra civilización y también en torno al oficio de hacer libros, vocación natural de toda universidad.
En el desarrollo del conocimiento los libros han sido piedra angular de las civilizaciones y el registro más trascendente y confiable de la sabiduría humana. En la Edad Media, cuando se iniciaron las primeras universidades occidentales como extensión de los conventos y monasterios, era muy respetado el oficio de los copistas, aquellos amanuenses que producían en forma manuscrita los códices y volúmenes con los textos de las culturas antiguas y los primeros libros, también manuscritos, del naciente idioma español. En aquellos tiempos los libros eran solo para iniciados.
El maestro Antonio Pompa en un librito suyo ágil y bien informado: La imprenta tipográfica en México (1988), describe en forma certera los orígenes de la escritura pública en el mundo:
“En el principio era el verbo, mas el verbo solo quedaba en el relato, en la tradición, en la memoria. Después en la voz de los juglares, de los relatores, quienes trasmitían a las generaciones que les sucedían el motivo de su relato. En la antigüedad remota, el verbo era representado en símbolo rupestre, en glifo esculpido. Más tarde el papiro, en papel de maguey, sobre piel de animal, sobre lienzo”.
A partir del siglo 15, luego de que Juan Gutenberg (1400-1468) inventó la imprenta, los libros pasaron a formar parte de los objetos más presentes y apreciados en los castillos, en las escuelas, en las universidades y en todos los recintos, como joyas valiosas y venerables.
Hoy los libros son accesibles a casi todos los hombres y mujeres que quieran frecuentarlos. En la producción de esta magnífica herencia cultural las universidades han sido un cauce fundamental en sus bibliotecas, en sus espacios y programas de investigación científica y de producción literaria y también han sido grandes casas editoras al servicio de sus sociedades.
El mismo autor que cité al principio, nos da la nota de los inicios de la imprenta en Chihuahua, este mar antiguo donde navegamos todos los días:
“La imprenta llegó a Chihuahua en 1825 y fue su primer operario don José María Almón, originario de esta ciudad, quien había tenido a su cargo la imprenta sonorense de Arizpe”.
“Es de advertir que el primer taller de imprenta establecido en la capital de Chihuahua estuvo muy ligado a los que existieron en territorio del antiguo estado de Occidente, y consta que para el año 1828 ya existía bien instalada la imprenta del gobierno del estado, a cargo de Sabino Cano, por algunos impresos que lo justifican, como la alocución pronunciada por el ministro fiscal del supremo tribunal de justicia José Fernando Ramírez en mayo del año referido. De esa fecha en adelante parte el progreso de la tipografía chihuahuense”.
La muestra que los libreros y los editores chihuahuenses, así como también los que nos visitan de toda la república mexicana en esta Feria del Libro son señales de que desde entonces y hasta los inicios de este siglo, el libro ha sido uno de los pilares de nuestra educación y de nuestro recreo espiritual.
Octubre 2005
“La imprenta llegó a Chihuahua en 1825 y fue su primer operario don José María Almón, originario de esta ciudad, quien había tenido a su cargo la imprenta sonorense de Arizpe”.
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