Familias
ya de este siglo, ciudad de Chihuahua
Por
Jesús Chávez Marín
A mediados del siglo pasado, las nuevas formas de producción económica
cambiaron costumbres tradicionales de la sociedad de Chihuahua, una ciudad que
a finales de los años setentas del siglo 20 tenía apenas la mitad de la
población actual y cuyas dimensiones eran solo una tercera parte de lo que es
hoy su territorio urbanizado. Empresas norteamericanas y japonesas encontraron
aquí un mercado laboral ventajoso: mano de obra barata y, sobre todo, el hecho
notable de que la mayoría de las mujeres, al casarse, dedicaban su tiempo
completo a las fatigosas tareas de su casa y a la crianza de los hijos, dejaban
de participar en forma definitiva en lo que se le llama la planta productiva, y
la economía familiar se sostenía solo con el salario del esposo, el padre de
familia, quien se asumía muy cómodamente como El Jefe.
Antes, las mujeres casadas
que trabajaban fuera de su casa eran la excepción. Las solteras trabajaban como
secretarias, sirvientas, enfermeras, empleadas bancarias, o como cajeras y
vendedoras en tiendas de ropa, zapaterías, papelerías o perfumerías. Nada más
las que trabajaban de maestras seguían trabajando después de casarse, por la
facilidad de los horarios. En 1970 se abrió la primera “supertienda” en la
ciudad, que fue Futurama, y al año siguiente La Soriana, con modelos europeos y
norteamericanos de comercialización, de autoservicio,
donde había “de todo para toda la familia en un solo lugar”. Estas tiendas
abrieron un mercado laboral que antes no existía, en el que las mujeres tenían
una preferencia notable a la hora de las contrataciones.
Todavía en ese tiempo, la
señora era llamada “ama de casa”, nombre de su oficio en documentos públicos:
ella sola se ocupaba de cocinar y servir almuerzo, comida y cena, lavar la ropa
de todos, asear la casa, llevar y traer a los hijos a la escuela, ayudarlos en
las tareas, asistir a las juntas escolares, cuidar la salud. Pero
de la noche a la mañana, casi de forma masiva, la mayoría de las mujeres
dejaron el hogar. A partir de la instalación de las empresas maquiladoras, consiguieron
su independencia económica y escaparon de la esclavitud doméstica de tiempo
completo.
La mayoría de ellas sigue realizando en doble jornada los quehaceres
de su casa, pero ya no de manera exclusiva. Se fueron a estudiar en las
preparatorias y en las universidades, a donde antes muy pocas asistían;
llenaron las oficinas y fueron consiguiendo cada vez más puestos de dirección,
ante el desconcierto profundo de los señores, compañeros de trabajo y
subordinados. También llenaron los salones nocturnos y aumentó con ellas el
consumo de licores y cigarros; la nueva libertad fue tan frenética, que la
ciudad fue extendiendo los espacios públicos y también los discretos para
nuevas costumbres de las parejas, en todas las orillas de la ciudad creció el
número de moteles y hoteles de paso, los más caros y también los más baratos;
se abrieron salones de baile donde caben hasta seismil parejas, más o menos
permanentes, más o menos ocasionales, y otros lugares para hombres y mujeres
donde toman cervezas al parejo.
La mayoría de los machos de
antes, de todas las edades, se fueron resignando a perder sus tradicionales y
muy antiguos privilegios y servicios que las mujeres sus hermanas, madres,
esposas, amantes e hijas le ofrendaban de manera que parecía tan natural como
respirar. Algunos incluso se adoptaron a la época de relativa igualdad con las
mujeres y hasta consiguieron algunas ventajas en el talento femenino, en la
amistad, el amor y la sexualidad con ellas en la reciente libertad, y juntos
iniciaron alegremente una nueva educación sentimental. Pero otros, hasta hoy,
no han podido soportarlo, sobre todo porque a la mayoría de ellos, desde recién
nacidos, los educaron y los siguen educando para la supremacía del varón.
Además un buen número de mujeres asumieron con exagerada agresividad su nueva
condición social. Se volvieron tan abusivas como los machos más cimarrones. La
violencia aumentó de manera insidiosa y terrible: golpizas hogareñas, suicidios
en la más oscura madrugada, asesinatos sañudos y sangrientos.
En 1982, cuando las
maquiladoras eran recientes en esta ciudad, un hombre desempleado, vecino de la calle Urueta de la
colonia Santa Rosa, mató a cuchilladas a sus tres hijos y luego se suicidó con
la misma arma, desesperado y loco de celos cuando le dijeron, mentira o verdad,
que su mujer, quien trabajaba y para entonces era la proveedora de la casa,
andaba de novia con un ingeniero de la planta. Un solo ejemplo, aunque
especialmente trágico, de lo que en los años siguientes llegaría a ser vinagre
cotidiano en la nota roja de los periódicos: drogadictos terminales, ancianos
solitarios, niños que les prenden fuego a los gatos del barrio para vencer el
tedio y el abandono.
Los divorcios se dispararon
al tope, a tal grado que la ciudad de Chihuahua se registra entre las que
tienen índices más altos en las estadísticas de la desdicha conyugal. El 99% de
los procesos que se llevan en los juzgados civiles son de divorcios de toda
índole, desde los voluntarios y casi amistosos hasta los pleitos más sórdidos,
donde se ventilan historias erizadas de crueldad, humillación e insultos. La sociedad nueva incluye una multitud de madres solteras, quienes viven
con toda naturalidad una nueva composición de familia, lo cual no resulta ya
desventajoso para ellas de ninguna manera, tampoco para sus hijos, que en la
mayoría de los casos se desarrollan con la misma dignidad y las mismas
oportunidades que los hijos de familias tradicionales.
Esta sociedad tiene un
rostro distinto en los inicios de este siglo, una nueva vitalidad y formas
nuevas de existir y de entender el destino colectivo.
De toda esta confusión
surgió un fruto muy claro y justiciero: las mujeres conquistaron para siempre
su libertad esencial de seres humanos: ya no existirán jamás los charros
cantores que las traten como seres dependientes y conquistables, territorio
para avasallar. Ya nadie se atreverá a subestimar el talento de las mujeres
para cualquier trabajo, pues en casi todos los espacios laborales la mayoría de
ellas han demostrado mayor dedicación y cuidado en la realización de las tareas
cotidianas de la producción. Los jóvenes de hoy ya ven como parte de la
naturaleza la igualdad de las mujeres en todos los espacios públicos y privados.
En cada casa hay también
muchas formas de familia: los hogares formados por mujeres solas con sus hijos
son ya tan numerosos como los de la antigua familia de papá, mamá y los hijitos
que antes había sido única forma de legitimidad social, y funcionan con la calidez
y el buen sentido que son parte del talento natural de las mujeres, quienes
además tienen una extraordinaria generosidad para hacer felices a los demás, con
la que edifican la serenidad y la seguridad de sus hijos.
Febrero 2011.
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