Un domingo feminista en el Paraje
Por Jesús Chávez Marín
El domingo 17 mayo 1986 me perdí el único desayuno tranquilo de la
semana y de la lectura atenta de la columna de Dominique. Llegué al Paraje de
los Indios muy temprano, pero no a bailar con Beto Díaz sino al Foro de las mujeres
que organizaron nueve agrupaciones, algunas de raros nombres como Club de la opinión
y difusión de la libertad (CODIL), muy al estilo gabacho, o Rescate de los
derechos humanos (REDH) y cosas así.
Nos recibieron cuatro señoritas vestidas de blanco perla con un
distintivo anaranjado ceñido al brazo que decía ANCIFEM. Cobraban una cooperación
voluntaria no menor de quinientos pesos y nos sometieron a un amable
interrogatorio: nombre, edad, domicilio, teléfono, ocupación y de parte de
quién veníamos. Anotaban cuidadosamente esos datos en dos registros diferentes.
Nuestra primera sorpresa fue el orden: todo puntual, muy educadito y fresa,
con el discreto encanto de la burguesía. Atrás del presídium se alzaba un
cartel o manta con pretensiones de mural: una rosa roja y una mujer de cabello
largo y ensortijado que caía en cascada sobre un letrero rosado que clamaba:
“por la dignidad de la mujer y respeto al pueblo de Chihuahua, foro: de la
mujer.”
La segunda sorpresa fue que el maestro de ceremonias, quien tenía a su
cargo exponer los objetivos y manejar la dinámica del foro, era un hombre guapo
que hacía juego con el cartel. ¿Estará naciendo en Chihuahua un nuevo tipo de
feminismo pluriclasista en el que por fin participen los jóvenes vanguardistas,
por lo pronto amaestrando ceremonias?
El foro se dividió en dos grupos de participantes y una sesión general
de preguntas. En el primero, que comenzó puntual a las diez, siete mujeres
hablaron sobre los problemas del sector que representan: dos amas de casa, una
joven comerciante, dos mujeres campesinas y una profesionista.
Las amas de casa hablaron de su situación como mujeres ante la crisis
económica que las ahoga: aparte de su trabajo en el hogar, han tenido que
iniciar otras actividades para ayudar al mantenimiento de la familia, completar
el gasto. Un solo sueldo ya no alcanza. Dicen que a ellas no les importa si hay
o no concursos de belleza. Sus problemas son otros. Mucho más concretos y
angustiantes: dar de comer a siete hijos; enfrentar de la noche a la mañana la
viudez prematura, como es el caso de Irma Domínguez. “Las noches se me hacían
días.” Y la pregunta fundamental que inicia su reflexión ante la vida es: ¿qué voy
a hacer? Varias de ellas en este foro incluyeron esa frase en su discurso.
Cecilia Trillo, obrera de una fábrica maquiladora en Juárez, dice: se
habla mucho de las (supuestas) ventajas que ofrece la maquiladora, pero mi experiencia
de catorce años solo me ha dejado la simple sobrevivencia que da un sueldo
mínimo, sin otras oportunidades de desarrollo. A la maquila solo le importa la
producción, no la persona que hace el trabajo. Dos mujeres campesinas de
Sisoguichi y Bocoyna, con mucha capacidad narrativa, hablaron de su lucha en el
ejido. Una de ellas es la presidenta de unidad agrícola industrial para la
mujer. La otra es suplente del presidente del comisariado ejidal. Dicen que han
luchado al parejo con los hombres, a veces con mayor decisión que ellos. Han
querido frenarlas con demandas, totalmente injustas, y hasta con balazos.
“Gracias a Dios que esa vez le erraron, no me tocaba, por eso puedo ahorita
estar aquí contándolo”, platica muy sonriente Felícitas Cardona. Al final
participó una joven médica cirujana. Contó la discriminación que sufre la mujer
profesionista. Pero como ella misma dice, a una mujer decidida eso no logra
frenarla.
El maestro de ceremonias habla al último, indica que hay que irnos
breves con las preguntas o comentarios. Hay poco tiempo. Una jovencita empieza,
lee en voz alta las notas de un papelito: “estas preguntas van para la señorita
de la maquiladora, mira yo trabajo también en una empresa maquiladora, aunque
no de obrera, claro. Por eso sé que la gerencia sí se preocupa por ustedes. No
son ahí solo un número de producción. A la gerencia le interesa siempre tener
contento al personal porque…”Aquí varios chiflidos rasgan el discurso de la
muchacha. El locutor hace tronar su ronca voz por el micrófono: “pido respeto”
(¿para la dama de la maquiladora?, ¿para las que chiflaron?, ¿para sus castos
oídos?). “El que tenga ganas de chiflar, que se salga.” Restituido el orden, la
señorita sigue leyendo el papelito: “Yo le pregunto a ella (a Cecilia) que si
no está a gusto en la maquila, por qué continúa allí. Yo nada más digo que si
no fuera por este tipo de empresas muchas de ustedes tendrían que trabajar de
servidoras en alguna de nuestras casas.”
Cecilia, con voz serena, le contesta: ”Trabajo ahí porque de algo tiene
uno que vivir. Y eso de que la gerencia se preocupa por nosotros yo no sabía,
qué bueno que en la empresa en donde ella trabaja sí se preocupen y nos
valoren, que ella sí nos valora. Pero ella no es toda la sociedad. Yo
simplemente comunico mi experiencia.”
Hubo para Cecilia otras preguntas y muchos aplausos. Pero el tiempo se
acabó y vamos a un receso. “Hay sodas gratis”, dice el locutor. Todo mundo se
levanta, cada quien se va con el grupito de sus conocidos. Por el amplio salón
caminaba el exdirector de Servicios Especiales de la Polícía Municipal, quién
se hiciera famoso cuando actuó contra los acereros. Toda la mañana se la pasó
de pie, observando nervioso y vigilante. También andaban empresarios panistas, con
la paz que a su alma da tener la fortuna familiar en dólares, depositada en
bancos extranjeros. Ahora hasta pueden gastar berrinches políticos de
indignación ante lo que aquí llamaron “los acontecimientos del verano pasado.”
En grupos menos nutridos conversaban otro tipo de personas, no tan bien vestidas
ni tan a la moda.
A las dos empezó la siguiente mesa. Victoria Chavira Rodríguez fue
presentando a los ponentes que vinieron de la ciudad de México invitados a esta
foro: Elena Urrutia, María Guerra, Lore Aresti y Ana Teresa Aranda. Esta
última, cuando le tocó su intervención, jamás se dignó sostener el micrófono.
Una de las edecanes lo hizo por ella. Ana Teresa dedicó toda la mañana a hablar
en secreto con las jovencitas de blanco.
Entre ponencia y ponencia, la moderadora Victoria pedía al público que
fueran escribiendo preguntas que quisieran hacer a los participantes. Las edecanes
hicieron circular papel y recogían las preguntas que cada quien iba anotando.
Hay el propósito de publicar las ponencias, una cada semana. En el número 59
del semanario La Calle escribe Irma
Campos Madrigal un artículo sobre el foro, en el cual ofrece una síntesis de los
discursos.
El público respondió con disciplina. A la mesa llegaron más de
doscientas notas que fueron clasificadas y turnadas a cada participante. Un
joven nervioso trató de censurar algunos temas que a él le parecían algo
gruesos. “Para que no se cause polémica”, decía. Naturalmente, algunas de las
organizadoras se lo impidieron.
La sesión plenaria se alargó hasta cerca de las cuatro de la tarde.
Varias de las preguntas fueron soslayadas, en parte por razones de tiempo. Se
dio poco espacio para la discusión. En los días siguientes la polémica continúa
en las páginas de los periódicos. En un matutino local, Daniel Torres Jáquez
publica una editorial con su fino estilo, lleno de cortesía, y promete otras
entregas sobre el mismo tema. En cambio Mario Góngora regaña a sus correligionarios
del PAN porque, según él, se les volteó el chirrión por el palito y, furibundo,
les aconseja que en el futuro jamás vuelvan a ofrecer foros gratis a la
izquierda. Por nuestra parte, hacemos votos para que continúe el subsidio, los
pasajes de avión y el Hotel San Francisco, donde se hospedaron los invitados.
En 1987 la psicóloga Victoria Chavira Rodríguez y un grupo de políticas del PAN organizaron un congreso feminista, que aquí se relata.
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