(En la foto JChM, Lavinia Ekaterina y Cecilia Fernández).
XVII. La orgía de las injurias
Por Jesús José José
Al apagarse las luces del teatro se vislumbraban enormes telarañas, la
metáfora perfecta para un grupo de epígonos de aquella compañía teatral que
inició Pedro Laguna con el nombre de Agua Viva. De repente, sobre las
escaleras, se arrastran barios muchachos vestidos con leotardos, suben al escenario
y se ponen a pujar. Entre ellos se alza una señora que viste harapos y enseña
el brasier igualito que Madonna. La señora, con extraña voz de travesti, dice
una letanía mal pronunciada, donde insulta a medio mundo porque todos se
mantienen cafeteando en vez de ponerle al camello, y luego suplica de limosna
al jurado que este año sí los mande a la muestra nacional, no sean gachos, el
año pasado no se pudo.
Las luces aumentan de intensidad y desaparecen los de leotardo. Sale un
joven jorobado que se las pide a su mamá, la señora. Él es mudo pero balbucea, según
él, cachondería y media, puntada que aprovecha el autor de la pieza para
descubrirnos el hilo negro de un trasnochado Freud: “Estos hombres, se la pasan
nueve meses tratando de salir y el resto de su vida tratando de entrar” y la
mujer se señala groseramente la panocha, otro lugar común tipo Madonna.
El resto de la obra, la señora se la pasa madreándose a los otros
actores con su bastón, mientras cada uno de ellos va entrando a escena y allí
mismo se visten con puras garras de segunda compradas por kilos en El Pasito y
también, como ya lo hiciera Mudo, se la pasan agarrándole la cola a la vieja.
En los textos de los parlamentos se introducen insultos directos a
varias de las personas del público asistente. Al público le decían “montón de
parásitos”, “burócratas dormidos” y, además, señalaron con el dedo a algunas
personas, soportando injurias como éstas:
―Mira, aquel es impotente.
―El de allá arriba es maricón.
―Allá está un actor mediocre.
―Luis es un director de teatro fracasado, Micaela es una enana que da
lata; Erives es talentosísimo y Dios nos libre de tanto que nos cuida a los
teatreros.
Dijeron también otras barbaridades que las características de esta
pudorosa nota impiden transcribir. Cuando usaron nombres propios se refirieron,
por supuesto, a los integrantes de la mesa directiva de la Asociación de
Teatristas. [En esa misma línea de actuación uno de los actores intentó
acariciar a un miembro del jurado, Gastón Melo, a quien se le vio visiblemente
molesto].
La escenografía es un mosaico de lugares comunes del horror:
calaveritas, velas negras, telarañas mentales, baúles de pirata muy jodido,
mesas góticas, cortineros mugrosos. La señora de la extraña voz dirige la
escena y hasta parece ser el alter ego del
director. Se la pasan casi dos horas indicándole a los demás actores que se
vistan, que se encueren, que griten, que finjan ir en un tren.
Fue tanta la acumulación de repeticiones, de chistes documentados en la
revista Condorito, de frases
freudianas, que el efecto global fue de mortífera pesadez. A la salida, el
comentario era casi unánime: es la orgía más aburrida a la que nos ha tocado
asistir.
XVIII. Epílogo del llanero solitario
Y es así como las lágrimas y risas más
palpitantes del momento desfilaron ante la atenta mirada de nuestro corazón. El
teatro vive en Chihuahua su drama eterno, sin presupuestos, sin grandes éxitos
de taquilla, pero con mucha voluntad y una intensa capacidad de trabajo que a
veces logra resultados sorprendentes y mantiene alzada la antorcha de la
libertad y la justicia. Adiós, amigos. ¡Haio
Silver! Nos vemos en la próxima reseña.
Agosto 1991
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