Metrobús
Por Jesús
José José
Durante
media hora esperé en la estación urbana del autobús a que pasara alguno al que
pudiera subir; todos llegaban repletos, la gente amontonada junto a las dos puertas como bultos, la mayoría muy feos, desparramando humanidad en el pleno calorón
de las 3 de la tarde.
Una nota en el periódico de la mañana decía
que habían retirado 60 camiones de circulación; se quedaron estacionados en la
terminal sur porque no tenían ni gota de diesel; y que unos jóvenes durante la
noche anterior habían armado una protesta por el pésimo servicio. La
manifestación había consistido en apedrear los automóviles que pasaban.
Agotada mi larga paciencia, decidí que me
subiría en el próximo que pasara, aunque viniera lleno. Así lo hice, me abrí
lugar tratando de ser lo más considerado posible, entre los cuerpos que se
amontonaban a la entrada del camión; y allí venía yo, sosteniéndome
precariamente de una barra en el techo y tratando de evitar el contacto con los
que vinieran vestidos con ropa sucia o ya de plano con la mugre en el rostro,
que por fortuna no son la mayoría.
Pero todavía se puso peor.
En la estación de enseguida, cuando por
ninguna de las dos puertas cabía ya ni un alma que pudiera subir, avanzó un
joven muy necio y con cara de pocos amigos que tripulaba con fiereza su silla
de ruedas. No le importaba que las ruedas de su silla atropellaran pies, botas
y zapatillas, él avanzaba por su propio campo de guerra en su máquina agresiva,
gritando entre dientes “para eso les pago”, hasta que se frenó en mi zapato. Me
dijo:
―Oiga, don, hágase a un lado.
Me quedé callado para no contestarle como se
lo merecía, pero no me moví ni un centímetro, sobre todo porque no había
centímetro libre a donde pudiera moverme. Pero como insistió, le dije:
―¿A dónde quiere que me mueva? Y por favor no
me vuelva a atropellar.
Su pequeño poder de lisiado quedó en suspenso.
Esperaba que la gente que lo rodeaba
reaccionaría con toda corrección política y lo defendiera, pero no. El joven
era indefendible, con su altanera bravuconería y además todos veníamos hartos
de ser un batuque de cabezas en pleno verano.
Jesús José José. Con el nombre de
Jesús Chávez Marín ha publicado los siguientes libros: Te amo Alejandra cónicas, Aventuras
de coctel crónicas, Yo soy tu hora
del recreo, Coralillo, Tecomblates, Mudanza de Jazmín (en coautoría con Arelí Chavira).
Es compilador de los libros: Rocío de historias (junto a Dolores
Gómez Antillón), Voces de viajeros
(junto a Dolores Gómez Antillón) y Nueve
leyendas de Chihuahua.Publica estos blogs y redes sociales:
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