12. El peso de la libertad
Por JChM
Ya los dos estaban borrachos y con discusiones así nunca se sabe.
Margarito muchas veces le había dicho que no tomara nunca con los clientes, que
no les hiciera caso y se concretara a despachar en silencio lo que le pidieran
y punto.
Pero al muchacho se le hacían largas las horas y
se tomaba una cerveza aquí, un tequila allá. Además era medio alebrestado,
nunca tuvo paciencia para lidiar a toda esa bola de habladores.
Ya nadie supo ni por qué se pelearon. Era muy tarde y casi no había clientela,
fue por eso que estuvieron mucho rato alegue y alegue, hasta que el otro agarró
al muchacho del cuello de la camisa y lo sacó del mostrador de un solo jalón,
le puso un trancazo en la cara y lo estampó cinco metros atrás sobre el suelo
lleno de aserrín mojado.
Lo malo fue que el muchacho traía fajada la pistola, así que en cuanto pudo
empezó a balacear al otro con un coraje bárbaro. Cuando menos pensó ya lo había
matado.
El cantinero llegó corriendo. Rápido se dio cuenta de todo y sin decir otra
cosa le ordenó a su hijo que le entregara la pistola y se metiera rápido a la
casa, que no saliera para nada.
Nos pidió de favor que le sostuviéramos la palabra, nos puso de acuerdo y se
sentó a esperar casi tranquilamente, en calma alucinada, con la pistola en la
mano.
Pagó con diez años de cárcel la libertad de su hijo.
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