domingo, 25 de octubre de 2009

Rubén Rey. Folletín 2



Adjunto los siguientes 3 capítulos de la novela... y por mi parte será todo. Quizás estoy escribiendo puras tonterías, quizás no tenga sentido nada de esto.

Seguiré escribiendo esta historia, por supuesto, sin compartirla más. Me he dado cuenta de algo: los personajes no me pertenecen... yo les pertenezco a ellos, y me torturan en sueños si no los dejo continuar con su historia.

Bien, que así sea entonces. Que la comunidad -o supuesta comunidad- de Auraed me exprese su sentir. No me muestro demasiado optimista en ese aspecto de cualquier manera.

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Capítulo 3

9 de septiembre. 2002. Iglesia del sagrado corazón. Llueve.

Estábamos los 5 reunidos. Yo, Gabriel, el penúltimo miembro del gremio. Nuestro líder recibía el nombre de Esteban. Un halo de singular serenidad lo rodeaba. Tenía madera de líder y lo sabía. Posiblemente la persona más cuerda de nuestro curioso grupo. Brandon, el norteamericano, se presentaba con su típica actitud solemne. Contraste con cualquier otro menester, me he fijado el cómo los gringos se muestran sumisos y humildes ante el mundo místico. Quizás los castigos de dios inglés son más drásticos. Llamarle "estudiante de intercambio" sería a estas alturas una formalidad exagerada. Víctor, en contraste con todos los demás miembros, se mostraba siempre informal, casi burlón. Sus modales eran crueles y su sentido del humor era posiblemente el más ácido que haya llegado a conocer. No se trataba de ningún ateo ni intelectualoide irrespetuoso. Para nada. Víctor era un autodidacta en este aspecto. Desde novelas de Anne Rice hasta ensayos de Rodolfo Benavides, aderezados de cientos y cientos de horas en google y la wikipedia, ¿Dan Brown? Un oportunista que debería de pagarle regalías al pobrecito Da Vinci, decía. Mi buen Víctor era un esnob muy informado, de esos aristócratas que pierden la pose de vez en siempre. La primicia de esa madrugada (nos juntábamos siempre muy temprano, apenas amanecía) se llamaba Mariana. Una chavalita de 19 años, la cual desde su primera sesión se mostró muy expresiva. "Huevos, ¡No mames güey!". Casi sensual, casi femenina, una niña casi mujer. Aunque los lentes son un estereotipo de las personas listas, he de decir que en esta chica se le veían muy bien. Pareciera que formaba parte de nuestro gremio desde toda la vida, ¡cómo hablaba y cómo se reía! Me duele tanto el hablar de ella ahora. Pueda su alma perdonarme... y pueda el cielo perdonarme.

Capítulo 4

Empezó la sesión nuestro líder, Esteban
-Mariana, bienvenida a nuestro “club”. No quise adelantarte demasiado, ¿te acuerdas que te dije que aquí te responderíamos todas tus dudas?
-Sí... o sea, ¿cazan fantasmas o qué onda?
Víctor soltó una gentil carcajada, mientras yo no pude hacer más que dedicarle una sonrisa torcida a nuestra reciente invitada. De esas sonrisas que tratan de contener una risotada. ¿Brandon? Serio como una tumba, a pesar de su gran pericia con el idioma español.
-No, no Mariana... nosotros no “cazamos fantasmas”, dijo tajantemente, casi enojado -Ah... ¿entonces?
-Mira, nosotros nos dedicamos a investigar toda serie de sucesos paranormales y metafísicos: supuestos casos de posesiones demoniacas, casas embrujadas, etcétera. Aunque no le rendimos cuentas a nadie, todo lo documentamos para futura consulta
-No pos entonces sí cazan fantasmas…
Dios, la mirada que le clavó Esteban a nuestra invitada y su mueca de desaprobación fueron tal que rayaban en lo chusco. Víctor y yo reímos y Brandon por primera vez en la madrugada mostraba signos de vida: dejó escapar una risilla. Esteban se empezó a frotar la sien con sus dedos y lanzó un largo suspiro. No parábamos de reír. -Mariana, ¿sabes qué?
-Mande...
-¿Por qué... no te presentas y nos hablas un poco de ti?
Nuestra reciente invitada dibujó una sonrisa en su rostro, condescendiendo a un frustrado Esteban. Rió un poco antes de empezar
-Bueno, pues ya se saben mi nombre... conozco al Esteban por la escuela. Ambos estudiamos psicología y me comentó de este grupo. Se me hizo bien loco y pues acá andamos.
Brandon, aun solemne, aun serio, le lanzó una pregunta que a decir verdad sino se la hubiera planteado él, lo hubiera hecho yo.
-¿Qué buscas?, ¿qué quieres de nosotros?
-De ti un dólar nomás, güerito
Más risas. Inclusive el mismo Brandon rió. Esteban logró retomar el liderazgo que hacía apenas unos minutos parecía habérsele sido arrebatado
-Ya Mariana, por favor...
-Sale pues. No pos llevarme un buen susto. Ya saben, estos temas siempre llaman mucho la atención y quiero ver qué rollo. Digo, ustedes son profesionales en esto, ¿no?.
Víctor le contesta con uno de sus típicos comentarios burlones
-¡Simón mija, somos cazafantasmas profesionales, acuérdese! Más risas. Sentí algo raro que nunca antes había sentido en presencia de Víctor. Eran... ¿eran celos? Mariana estaba empezando a gustarme, desde antes de haberme dado cuenta.

Capítulo 5

-Me llegó un email del padre Germán Cota, gente- dijo Esteban.
El padre Cota era una especie de corresponsal en la sierra de Chihuahua. Conoció nuestro grupo hacía apenas unos meses cuando estuvo aquí en la ciudad y se ofreció para colaborar con nosotros a larga distancia. Puede que ustedes no lo crean, pero pasan muchas cosas en la sierra. Cosas raras...
-Ajá. ¿Otro caso de inditos poseídos por Satanás?
Víctor no podría dejar pasar oportunidad para lucirse. Sólo Mariana rió... y sentí esa extraña sensación de hace unos instantes.
-No Víctor. En esta ocasión es algo sumamente diferente y siento que lo encontrarán muy interesante. Guarden silencio, voy a darle lectura.
Me quedé atento, viendo hacia la mesa que tenía frente a mí, con la mirada perdida en ella.

Saludos desde Creel.

Quiero contarles algo que me aconteció este fin de semana pasado. Aun no termino de creérmelo pero por más vueltas que le doy al asunto, no le encuentro ninguna explicación lógica. Quizás ustedes puedan darle alguna explicación o interpretación. Estoy temblando mientras escribo esto...

A principios de este mes tuve la oportunidad de dirigir a una excursión de misioneros europeos a través de la sierra. No puse objeción alguna, y decidimos que el primer lugar para empezar con nuestra empresa debía de ser el hermoso Creel. Conozco bien el lugar, así que evitaríamos accidentes y contratiempos.

Muy temprano los cité a todos en la cascada de Basaseachi. Mi idea no era que evangelizaran a demasiadas personas en ese lugar, pues no las hay. El plan era que conocieran el lugar y bajo la marcha consiguieran cansar sus cuerpos para tranquilizar su alma y despejar la mente. Estaba lloviznando así que apenas llegó el último misionero, empezamos con nuestra caminata. Algo raro pasaba en la cascada... además del ruido característico del agua chocando contra el suelo, se podía percibir algo más en el ambiente. Como si el viento nos quisiera advertir algo.

A mitad de la caminata y en mi limitado inglés, les dije “Tengo sed, voy a la tienda a comprar algo. Permítanme, por favor. No se vayan a mover de aquí”. Mis invitados obedecieron y me dispuse a moverme hacia una pequeña tienda que quedaba dentro del camino, y a la cual siempre acudía cuando necesitaba víveres. Empecé mi travesía pero, se los juro, no encontraba la tienda. Fue muy raro porque el camino era bien conocido por mí -o esa pensaba-. Total, seguí caminando unos cuantos metros más. Aunque un sacerdote debe siempre mostrarse sereno, yo ya estaba comenzando a impacientarme. Me topé al fin con una casucha. Se veía carcomida por los años, y un desagradable escalofrío invadió mi vientre cuando, analizando más profundamente la arquitectura de dicha choza, me di cuenta que no pertenecía a esta época. Los relieves y sus exagerados adornos lo invitaban a uno al renacimiento, o posiblemente un poco antes. No era la tienda que buscaba, pero algo de agua habrán de tener, me dije.

Había alguien adentro de la casa… y estaba muriendo al parecer. Se escuchaba como un hombre de avanzada edad, y no dejaba de quejarse. Sus aullidos me erizaron la piel al instante, pero no tenía más opciones ni otro remedio. Lo único que tenía era sed. Una anciana estaba afuera, preparando algo sobre un caldero. A pesar de su avanzada edad, batía con vigor el contenido del exagerado recipiente. Me acordé inmediatamente de cómo pintan a las brujas en los medios impresos y electrónicos, pero alejé esa idea de mi mente apenas me invadió.

“Señora, buenos días. Soy el padre Cota. Tengo mucha sed, ¿podría ofrecerme algo de agua?” Tenía unos ojos negros, negrísimos esa mujer. Parecían pertenecerle más a una bestia que a un ser humano. Ahora que repaso con relativa calma lo sucedido, me doy cuenta que esos ojos no eran más que dos esferas obscuras, dotadas de un brillo que violaba todo lo llegase a tocar con su mirada. Ónix. Ojos de ónix…

Entonces la anciana negó con la cabeza y siguió meneando encolerizada el contenido de la olla. Le pregunté qué estaba cocinando, pero la única respuesta que conseguí fue que la vieja acelerara aun más el ritmo de su batir. ¡Parecía como si se estuviera convulsionando! Un detalle me asaltó en el instante: entre más rápidamente meneaba el contenido del caldero, más quejidos escapaban de adentro de la casa. Dejaban de ser quejidos para transformarse en alaridos. Me quedé presenciando la extraña escena por lo que yo consideré un par de minutos. Nada, la vieja aun batiendo perturbadoramente rápido, y yo aun con sed.

“Ha de ser una anciana senil, ya se le va la onda. Le ha de estar preparando algo a su señor para que se cure y no sufra tanto el pobre”, me dije, tratando de consolarme valiéndome de mi raciocinio, el cual ya comenzaba a mermar. Necesitaba saciar mi sed a como diera lugar, así que seguí avanzando y caí en la cuenta de algo: el clima estaba calurosísimo y la llovizna de hacía apenas unos minutos ya no era más que un recuerdo. Bueno, en la sierra el clima es truculento. Así pues, no perdí más el tiempo y tomé una vereda que me llevó hacia un acantilado, poblado por borregos y cabras, ¡primer rastro de vida en mi desconcertante caminata! (No podría considerar llena de “vida” a la escena de hacía unos momentos). Eran de una especie que nunca antes había visto. Grandes, casi como un caballo. Contraste con cualquier otro animal de esa especie, estos no emitían sonido alguno ni se encontraban pastando. Lo más cercano al sonido era un bufido que dejaban escapar con regularidad. Más que bufido, parecía un suspiro.

Se me dificulta demasiado continuar con este escrito…

Esteban, las bestias empezaron a tirarse por el acantilado. ¡Estaban brincando al abismo sin importarles nada más! Pero además de eso, los gritos, Esteban, los gritos. Los malditos animales gritaban como seres humanos al caer. Gritaban desesperados, como si una fuerza los empujara, como si buscaran ayuda. No emitían palabra alguna, solo gritaban y gritaban. Semejante escena me heló la sangre... y lo peor estaba por venir. Sin la divina protección de Dios nuestro señor, ya estaría muerto. Desbarrancado igual que esas criaturas.

Esteban se interrumpió y nos volteó a ver.
-¿Que, le sigo?
Brandon permanecía con los ojos cerrados, concentrado en el relato... ¿o quizás estaría recitando alguna oración para alejar la imagen de los borregos suicidas? Víctor, cosa inédita, tenía la vista fija, serio... cautivado por el relato. Fui yo quien tomé la palabra
-Sí, por favor
Voltee a ver a Mariana. Jugueteaba con sus manos y su respiración estaba algo alterada. Nerviosa definitivamente. ¡Sentí unas ganas de abrazarla, de protegerla!
-OK, ya casi termina el relato. Atentos

Rubén Rey. Octubre 2009

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