Por Jesús Chávez Marín
A finales de los años ochentas del siglo pasado abrí una vez el semanario ahora que dirigió el malogrado Elías Montañés que en paz descanse y me encontré con una muestra del material de lectura que más prefiero gozar: una crónica de Adriana Candia.
¿Quién será esta mujer que con tanta claridad y murta de risa escribe?, me pregunté, como tantas veces me pregunto cuanta ocurrencia se me aparece.
No ha de ser escritora juarense, respondime allí mismo, ya que no es presumida ni se siente chilanga cosmopolita.
Ha de tener no menos de cincuenta y tres años, por la madurez de su reflexión y la organización de su pensamiento.
No ha de ser periodista, puesto que ni le mete química de amarillismo y se nota que no cobra facturas de corrupción.
Ha de ser escritora ya viejona puesto que su alma es de artista y su corazón misericordioso.
No ha de ser de esas que por mal nombre llaman “talleristas”, puesto que la nitidez de su prosa fluye con exactitud y no lleva expresiones como: “confieso que he vivido estas loquísimas aventuras pachecas”, y esta otra tipo ginecología y obstetricia: “ayer en el hospital me digo tengo genitalia muy reveladora cuando voy al campo siempre se me atora”, ni acullá encontré con su firma zarandajas tipo “en el siglo de acuario las brujas salimos en escobas de propulsión a chorro”, ni amargura de triquiñuelas dentadas como la que sale en la maravillosa novela de Carlos Fuentes Cristóbal Nonato.
Ha de ser filósofa en sus frecuentes referencias a Schopenhauer, Jean Paul Sartre, Federico Nietzche, Alberto Camús, Platón y Horacio aunque no los nombre ni los cite tan mamónamente como lo hacen los estructuralistas Portillo; ni fusiles fresones del siquiatra Espinosa en otra más de sus imitaciones de humorismo blanco, redactores de discursos del gobernador en turno tipo Luz Ernestina Fierro, poetisas igualmente malogradas tipo: me gustas cuando te callas porque estás infinito sombrero grande y feo en su mano lleva plumas de color pastel agujetas de color de rosa luna de otoño en tus tontas y a locas el arcoiris me per fu ma todo el día sin saber ni qué decir ni qué tener pa ra fer na lia de mis lo nas infinitas no me busques porque me hallas cuando hayas cruzado la línea que a lo mejor ni tan siquiera existen amén, amen amén sagrada biblia de mis pesares ojos de papel volando a todos diles que sí pero no les digas cuando a sí me di jis teamí por eso vivo penando.
De inmediato aventé el periódico al basurero, o sea, el ejemplar número n del ahora, con fecha n, como hace todo el mundo con el periódico del día en cuanto termina de leer dicho papel, moneda de improvisación e incibilidad mal llamado periodismo chihuahuense a peso kilo y a mil pesos el anuncio comercial.
Fue entonces cuando me dije: Chávez: hoy mismo habrás de investigar quién es la escritora Adriana Candia, que publica en este mamotreto ahora, donde además tú colaboras poniéndoles gratis a estos muchachos tu muy hermosa columna, colección dorada, El texto breve donde algunos poetas juarenses a veces tan mal informados supieron de haikú clásico, poemínimos chistes del señor Efraín Huerta, cuentos minúsculos del viejito jacarandoso Valadés, pensamientos chiquitos de Lafontaine, Larrocheufoucoult, del señorito Wigenstein, el amargoso Ciöran (por cierto, estaba una vez mi padrino y abuelo Jesús Marín Trejo partiendo leña cuando le pregunté: oiga, padrino…
Julio 2005, (texto inconcluso de divagaciones y presentación del libro de Adriana Candia, cuyo resto anda en unas hojas manuscrirtas que no las he digitalizado porque no he tenido tiempo de buscarlas en este mar de papeles mi archivo de los de antes).
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