Por Jesús Chávez Marín
La literatura moderna en la ciudad de Chihuahua inició en 1978 con la salida del primer número de la revista Palabras sin arrugas, que fundaron Lourdes Carrillo y Federico Urtaza, y cuyo equipo editorial integraban Sergio Durán, Jorge Benavides Lee, Rogelio Treviño, José Urquidi, Daniel Torres Jáquez y Héctor Varela Unive.
Antes de esa fecha solo unos cuantos libros de autores chihuahuenses se habían publicado, la mayoría de ellos impresos en el Distrito Federal. El aspecto de esos mamotretos era el humilde libro de rancho, con viñetas fresas y prólogos locuaces.
Los autores de esos libros sin ambiciones eran modestos funcionarios de gobierno a quienes algún gargantón les había concedido la gracia de que los Talleres Gráficos le imprimieran quinientos ejemplares y le regalaran el tiraje completo para solaz de alguna bodega o cocina.
De esa manera se hicieron escritores Ramón Armendáriz con sus poemas entre delirantes e ingenuos titulados algo así como Astrovisión iridiscente o Nostalgia prematura. También el a veces buen poeta Ramón Olvera Cobos con sus Cantos a Parral, La canija luna y Oda a los vencedores del desierto, (sí cómo no: lo van a vencer). Lulú Garza Quesada no se quedó atrás y publicó muy elegantones en la ciudad de México dos libros de cuentos, La absurda espera era uno de ellos. Héctor Ornelas Kükle imitó la acción y mandó imprimir mil ejemplares bien bonitos con portada gris de su libro Fruto prohibido. Benjamín Tena Antillón, famoso locutor metido a literato, publicó Mi de lo más viejo abuelo y Relatos de mi pueblo campirano.
De esa manera se hicieron escritores Ramón Armendáriz con sus poemas entre delirantes e ingenuos titulados algo así como Astrovisión iridiscente o Nostalgia prematura. También el a veces buen poeta Ramón Olvera Cobos con sus Cantos a Parral, La canija luna y Oda a los vencedores del desierto, (sí cómo no: lo van a vencer). Lulú Garza Quesada no se quedó atrás y publicó muy elegantones en la ciudad de México dos libros de cuentos, La absurda espera era uno de ellos. Héctor Ornelas Kükle imitó la acción y mandó imprimir mil ejemplares bien bonitos con portada gris de su libro Fruto prohibido. Benjamín Tena Antillón, famoso locutor metido a literato, publicó Mi de lo más viejo abuelo y Relatos de mi pueblo campirano.
Había ya desde entonces tres escritores en la ciudad que tenían una visión más vanguardista: José Fuentes Mares cuya vasta obra fue de historiador, en donde le fue bien, y que también se animó a publicar tímidamente sus novelas Servidumbre y Cadenas de soledad, y más después El crimen de la Villa Alegría, que contradijeron con su obsolescencia la buena calidad de sus libros de historia.
Otros dos escritores “modernos” de esa generación fueron Alfredo Jacob, que publicaba artículos culturales en periódicos y revistas de su época y era el prologuista favorito de todo autor que se asomara a la luz de imprenta, pero no publicó libros. Su primero y único vino apareciendo en el siglo siguiente, se llama Yermo y trae lindos poemas. Y Mario Arras que en ese inicio fue considerado poeta de Monterrey e incluso aparece en antologías de allá, donde vivía y donde publicó sus primeros cinco folletos de poemas. Sus libros profesionales habrían de aparecer en la ciudad de Chihuahua el siglo siguiente.
El único escritor contemporáneo que salva para la historia el honor literario de la ciudad es Carlos Chavira Becerra (por cierto papá de la maravillosa cantante Magda Chavira) con sus novelas completamente al día y contemporáneas de Pedro Páramo, Ojerosa y pintada y Al filo del agua. Sus novelas son lenguaje simbólico de un tiempo frágil, tristeza social y torcida justicia: La otra cara de México, Atrás quedó la huella y Demetrio Vázquez.
Algunos periodistas acostumbran afirmar que entre estos escritores, la mayoría de los cuales ya murieron, y la generación que inicia en Palabras sin arrugas, hay figuras como José Vicente Anaya, Víctor Hugo Rascón Banda, Sergio Loya, Carlos Montemayor y Joaquín Armando Chacón, escritores de la ciudad de México que nacieron aquí en Villa Coronado, Uruáchic, Delicias, Parral y Santa Eulalia respectivamente. Pero afirmar eso es un error: ellos se fueron jóvenes y sin haber escrito aquí ni un haikú de a dos pesos. Iniciaron sus carreras políticas y literarias en la capital; les fue más o menos de quinta y ahí siguen, tal vez un año de estos consoliden su obra a mejores alturas, si Dios les presta vida y salud.
La literatura en esta ciudad inició, repito, en revistas. Con escritores que han sido lectores de alto rendimiento: leen poemas japoneses, novela norteamericana, formalistas rusos, lingüistas políglotas, triunfalistas del boom, políticos cristeros y a Borges; escuchan canciones de Jim Morrison, Santana, John Lennon. La primera revista literaria con rigor de lectura y abanico ideológico fue Palabras sin arrugas cuyo primer número apareció en junio de 1978 y llegó a imprimir 12 números bien cuidados y sin erratas. Detuvo su vuelo en el número 13, cinco años después.
En 1980 apareció Tragaluz aventuras y resonancias dominicales, suplemento literario de Novedades de Chihuahua. El director fue Luis Nava Moreno con ayuda de dos ángeles de la guarda: Sofía Jurado y Magdalena Minjares. Los escritores de esa revista eran Manuel Talavera, Alberto Carlos, José Pedro Gaytán, Óscar Robles, Luis David Hernández, Ceferino Reyes, Gaspar Gumaro Orozco, Héctor Jaramillo, Lourdes Uribe, Jaime Mariscal Talamantes y ocho personas más.
Animados por la apertura del periódico Novedades de Chihuahua, dirigido con risueña sabiduría por José Fuentes Mares, un grupo de señores luego de graduarse de letras españolas urdieron en la mesa de una menudería el suplemento Aura, cuyo primer número salió en marzo de 1981 y que durante 18 meses apareció los viernes en las páginas de aquel periódico que ahora es leyenda urbana, pues lo diseñaban editores de El País y en sus hojas escribieron las mejores plumas de Chihuahua. El suplemento lo dirigió José Pedro Gaytán y en la mesa de redacción estábamos sus ayudantes: Raúl Gómez Franco, Ramón Carrera, Ceferino Reyes, Víctor Díaz, Luis David Hernández, Óscar Robles y el actual redactor de esta reseña histórica.
En el tricentenario uno de los factores interesantes es la lista de quienes colaboraron en Aura: Luz Ernestina Fierro, Gaspar Gumaro Orozco, Heriberto Ramírez, Luis Nava Moreno, Carlos Carrera Robles, Gastón Fourzán, Flor María Vargas, Jesús Gardea, José María Piñón, Héctor Contreras López, Raúl Sánchez Trillo, Jorge Benavides Lee, Micaela Solís, Josefina María Cendejas, Guadalupe Guerrero, Mario Lugo, Estela Fernández, Selina del Rayo Nava Cano, Ángela Siqueiros, Tomás Chacón César Sotelo, José Antonio García Pérez, Humberto Payán Fierro y otras 18 personas que en la actualidad continúan el vuelo de su trabajo artístico.
El ciclo de las revistas literarias sigue como vuelo de tsubame hasta la fecha: ProLogos inició en 1982 dirigido por Mejía y Nevárez. Finisterre por el gran poeta Gaspar Gumaro Orozco y cuya producción editorial funcionaba como reloj suizo a cargo de Hildeberto Villegas, Enrique Pallares, Gabriela Salas y Mario Lugo. Letras y algo más circuló cinco años y publicó una multitud de buenos poetas y cuentistas, regenteada por Minerva Ramírez y corregida con fiereza y cariño por Ernesto Visconti, Candelario Barrios, Rafael Ávila Lozoya y Ana María Jiménez. Chihuahua me vuelve loco dibujada a mano por el esplendoroso artista Luis Carlos Salcido y donde escribieron Guadalupe Salas, Ana Belinda Ames Russek, Eduardo Moye Botello, Rosa María Sáenz y el papel de Kalimán el propio Kalimán. En esa época el maestro Jorge Villalobos escribía en El Heraldo una columna de rock llamada “Esqueletos en el closet” que luego se reunió en libro por Moon shadow editores (2001); el mismo autor había publicado en la Universidad Autónoma de Nuevo león su muy bien informado ensayo El rock como agente cultural (1998). Cuatro años después sacó en Synthesis su bello relato “Amada mía”.
Más revistas: Synthesis, establecida en 1990 por Arturo Rico Bovio, Víctor Hernández, Heriberto Ramírez y Concepción Landa. Solar, bien diseñada por Luis Carlos Salcido y Mario Humberto Chávez y continuada por Carlos Mario Armendáriz Valdés, Willivaldo Delgadillo, Rubén Alvarado, Ramón Antonio Armendáriz y actualmente Iván Carlos.
Otro hecho fundador del arte literario fue el inicio de los productores de libros, las editoriales: la primera fue el Departamento Editorial de la Universidad Autónoma de Chihuahua, administrada en su origen por Arturo Rico Bovio y continuada por Concepción Landa, Virgilio Gastélum y Heriberto Ramírez, el actual. Luego llegó Ediciones del Azar, director y barrendero el buen poeta Rubén Mejía. Doble Hélice Ediciones de Marín Reyes con la ayuda de su corrector de estilo de lujo Luis David Hernández. Y la más joven de las casas editoras de la ciudad, el Programa de publicaciones del Instituto Chihuahuense de la Cultura, iniciado por Heriberto Ramírez y continuado por Ramón Antonio Armendáriz, Sergio Armendáriz Royval e Iván Carlos, actual gerente.
Esa es la historia.
Septiembre de 2009
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