Por Jesús Chávez
Marín
El 11 de septiembre de 2001, a las siete y media de la mañana, un grupo
de terroristas muy bien organizados en equipos de cuatro o cinco personas secuestraron
cuatro aviones grandes de pasajeros que minutos antes habían despegado,
asesinaron con cuchillos a los dos pilotos de cada nave, aislaron y amenazaron con
armas blancas a los viajantes; con gran pericia, los comandos suicidas tomaron
los controles y desviaron los vuelos.
Uno de los cuatro aviones fue a estrellarse, con gran precisión, en la torre sur del World Trade Center de Nueva York. Veinte minutos después, otro se estrelló contra la torre norte, la cual se derrumbó luego de un incendio pavoroso provocado por la explosión. Casi de inmediato también se derrumbó la primera. Cada uno de esos edificios estaba formado por 110 pisos repletos de oficinas financieras, bancos, restaurantes, hoteles y tiendas. Otro de los cuatro aviones destruyó una parte del Pentágono, y el otro se estrelló sin control en un valle cerca de Washington. Se dice que ese día murieron por lo menos diez mil personas en esos hechos de oscura crueldad.
Nadie se proclamó como autor de estos hechos, ningún país enemigo, o grupo o bandera. ¿De dónde vino y por qué causas esta agresión atroz a la que se le ha considerado como acción de guerra, como el posible inicio de la primera guerra del siglo 21?
En una versión muy repetida, pero demasiado rápida y simplificadora, el gobierno de George W. Bush ha señalado como el principal sospechoso de ser el autor intelectual a Osama Bin Laden, un hombre de origen saudí, con 44 años de edad, quien los últimos 20 se ha dedicado a la agitación política, a proclamar la “guerra santa”, al cual se le ha señalado como el organizador de múltiples actos terroristas en varias partes del mundo, y que antes también luchó intensamente por la liberación de su pueblo contra la invasión de los rusos, para lo cual recibió algún entrenamiento y recursos financieros de Estados Unidos a través de la CIA. Se ha dicho que actualmente vive en Afganistán, pero su influencia alcanza a sectores de varios países árabes.
Resulta asombroso escuchar las voces y los gritos del más oscuro fanatismo y pensar que pudieran ser el origen de esta violencia tan ciega, tan disparatada en sus alcances gigantescos y globalizada en sus conexiones y posibles intereses. También resultan igualmente oscuras las especulaciones que circulan por todas las redes de comunicación, algunas muy bien pensadas pero otras expresadas sin ética ni responsabilidad.
La guerra es una marca terrible sobre el destino de la humanidad: mutila los cuerpos, destruye campos y culturas, le da un tono triste y desilusionado al ánimo los hombres durante generaciones enteras. La sabiduría del hombre aún no ha logrado borrarla de la faz de la tierra. Solo la claridad del pensamiento, la educación y la justicia podrán algún día cambiar ese trágico sino.
Uno de los cuatro aviones fue a estrellarse, con gran precisión, en la torre sur del World Trade Center de Nueva York. Veinte minutos después, otro se estrelló contra la torre norte, la cual se derrumbó luego de un incendio pavoroso provocado por la explosión. Casi de inmediato también se derrumbó la primera. Cada uno de esos edificios estaba formado por 110 pisos repletos de oficinas financieras, bancos, restaurantes, hoteles y tiendas. Otro de los cuatro aviones destruyó una parte del Pentágono, y el otro se estrelló sin control en un valle cerca de Washington. Se dice que ese día murieron por lo menos diez mil personas en esos hechos de oscura crueldad.
Nadie se proclamó como autor de estos hechos, ningún país enemigo, o grupo o bandera. ¿De dónde vino y por qué causas esta agresión atroz a la que se le ha considerado como acción de guerra, como el posible inicio de la primera guerra del siglo 21?
En una versión muy repetida, pero demasiado rápida y simplificadora, el gobierno de George W. Bush ha señalado como el principal sospechoso de ser el autor intelectual a Osama Bin Laden, un hombre de origen saudí, con 44 años de edad, quien los últimos 20 se ha dedicado a la agitación política, a proclamar la “guerra santa”, al cual se le ha señalado como el organizador de múltiples actos terroristas en varias partes del mundo, y que antes también luchó intensamente por la liberación de su pueblo contra la invasión de los rusos, para lo cual recibió algún entrenamiento y recursos financieros de Estados Unidos a través de la CIA. Se ha dicho que actualmente vive en Afganistán, pero su influencia alcanza a sectores de varios países árabes.
Resulta asombroso escuchar las voces y los gritos del más oscuro fanatismo y pensar que pudieran ser el origen de esta violencia tan ciega, tan disparatada en sus alcances gigantescos y globalizada en sus conexiones y posibles intereses. También resultan igualmente oscuras las especulaciones que circulan por todas las redes de comunicación, algunas muy bien pensadas pero otras expresadas sin ética ni responsabilidad.
La guerra es una marca terrible sobre el destino de la humanidad: mutila los cuerpos, destruye campos y culturas, le da un tono triste y desilusionado al ánimo los hombres durante generaciones enteras. La sabiduría del hombre aún no ha logrado borrarla de la faz de la tierra. Solo la claridad del pensamiento, la educación y la justicia podrán algún día cambiar ese trágico sino.
Septiembre de 2001
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