Primer aniversario de la revista Azar
Por Jesús Chávez Marín
El 14 de septiembre Azar,
revista de literatura, cumplió un año de rozagante y feliz existencia. Lety
Santiesteban y Rubén Mejía le hicieron su pastelito de cumpleaños y le
organizaron la más extravagante y divertida fiesta que haya sido vista en estas
tierras en el año de gracia de 1990.
Desde las 8 de
la noche fueron llegando todo género de amigos y parientes de esta revista,
desde sujetos extraviados en oscuras meditaciones hasta personas felices cuyo
trabajo artístico las deja tan fatigadas y contentas que ni tiempo les queda
para las depresiones y los desamparos propios de una crisis económica tan
corrosiva como las nuevas gasolinas que solo le hacen daño a los pobres motores
del 85 para atrás.
De Ciudad
Juárez llegó un puñado de poetas malditones quienes toda esa noche, por cierto,
se portaron muy seriecitos como no es su costumbre. ¿Qué les pasa? ¿Acaso ya
maduraron? Nos dejaron a todos sorprendidos ante su serena conducta a la cual
no nos tenían acostumbrados.
Por las tardes
los jóvenes de la nueva promoción de rockeros de nuestra ciudad había instalado
dos toneladas de equipo electrónico que incluye poderosos amplificadores,
micrófonos más sensibles que algunos de los poetas allí presentes, una pila
equipadísima, bajos, guitarras, y toda la energía que uno tiene a los 18 años
de edad.
Heriberto
Ramírez, promotor de rock y productor del programa de radio Fin de milenio (y en
sus ratos libres filósofo de la ciencia) invitó a dos grupos que alternaron
toda la noche para que ni un solo minuto quedara sin ritmo: Espacios vacíos y el
grupo Opción libre, cuyo compositor es Rimbaud, que
allí andaba.
Ese día Alberto
Chávez, general de cinco estrellas, decidió que la batería la tocara mejor su
hijo, el altísimo y fornido baterista de Espacios
vacíos, y él se puso a tocar el requinto.
Más tarde habría de componer el alimón el "Blues del jefe Mejía y Lety Santiesteban",
apoyado debidamente por un grupo de danzantes.
Porque a la
buena tocada le siguió el baile. La raza de todas las edades se levantó de las
escasas sillas que le quedan al antiguo local de Ajos y Cebollas, lugar de la
fiesta, y se puso a practicar los pasitos ye-ye de sus mejores tiempos y se
mostró bien dispuesta a ensayar los violentos ritmos de las nuevas generaciones
allí presentes. Los jóvenes, de lejecitos, sonreían divertidos.
La noche fue
espléndida y gozosa. Antes que otra cosa, las empresas editoriales de Rubén
Mejía fueron siempre lugares de trabajo colectivo, centro de referencia para
los artistas de la ciudad, tiempo de amistosos encuentros y desgarradores
desencuentros también. Por eso la revista, y en especial sus fiestas, siguen
teniendo tan alegre capacidad de convocatoria como se vio en la noche de ese
viernes venturoso.
Septiembre de 1990
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