Hay aves que cruzan el pantano y no se enteran
Por Jesús Chávez Marín
El otro día fui a visitar a una amiga y la encontré embelesada, sus
pestañas caídas anunciaban evidentes señales de arrobamiento, de rapto, su
cuerpo lánguido vibraba a un grado del desmayo o del éxtasis. Me alarmé de
inmediato:
―¿Qué te pasa,
maestra?, ¿qué tienes?
―Ay, es que acabo de leer a Rilke
―dijo tenuemente.
―Vaya, menos mal. Creí que era
algo grave ―eso nomás lo pensé. Me siguió platicando muchas cositas acerca de
su reciente lectura y luego se puso triste porque ya era hora de que yo me
tenía que ir.
Escena dos: escuchen al profesor. La lengua se le hace bola tratando de
explicar que Benedetti no valía nada como literato porque siempre andaba con
eso de la política:
―Los panfletos no son poemas
válidos, entiendan jóvenes, el poema es un objeto autónomo y no tiene por qué
meterse en esos temas indignos. Eso correspondería a la función referencial del
lenguaje, no a la poética, ¿me explico?
Para no aburrirme, se me
ocurre poner enseguida una cita de Mario Benedetti que dice: "Algunos de
nuestros críticos han sido colonizados por la lingüística. Una de las típicas
funciones de estos y otros misioneros culturales ha sido la de reclutarnos para
el historicismo."
El profesor del párrafo anterior, quien ha descubierto cincuenta años
tarde el hilo negro del estructuralismo y de la teoría literaria, nos
cuadricula el pensamiento y nos achata las ganas de estudiar literatura.
La muchacha que se aturde con
traducciones de poetas famosos se olvida delicadamente de su presente cotidiano
y triste.
Los dos son personas
instruidas, académicas, universitarias, cultas, pero no entienden nada, no
quieren. Presumen que en literatura andan al día (de ayer) a pesar de que viven
en Chihuahua, a donde no llegan a tiempo los libros, demasiado tarde salen las
traducciones que coleccionamos y que hallaremos tarde o temprano con afán
esperanzado.
Nos alimenta esa tecnocracia
literaria con la que pretendemos llenar nuestro enorme vacío de información y
de interés por lo que sucede en las calles.
La enajenación funciona en una
amplia gama de graduaciones y de posibilidades, escoja la suya. Quizá el
profesor y la culta dama se burlan de los miradores de telenovelas, sienten
compasión por los lectores de Kalimán y
Alarma, desprecio por los discursos de los políticos. Pero no alcanzan a
detectar en sí mismos la analgesia y letargo que se les administra entre los
vapores de su formación académica.
Jamás lo creerían. Piensan
esto: ¿pero cómo? qué exagerado y resentido social eres para decir esas cosas
en tus pinches reseñas. Yo soy culto, soy decente, a mí nadie me juega el dedo
en la boca. Y si no me interesa la política es por mi delicadeza
característica, porque sé muy bien que eso es basura. Mi espíritu es sensible,
mis dedos no han de mancharse con la sucia tinta de los periódicos, ¿me oíste?
Además, imbécil, ¿cómo te atreves a compararme con esa chusma irredenta que
mira televisión? Yo, claro, la prendo a veces, hay días en que salen cosas más
o menos dignas como Octavio Paz o Ricardo Rocha, bueno, ellos son otra cosa,
¿no es cierto?
A financieros y caciques les conviene vernos así de tranquilos leyendo
por kilos novelas y más novelas, poemas exquisitos que hablen de otras
realidades y nos hagan escapar espiritualmente de la nuestra, ficticiamente a
salvo del estanque de corrupción donde habitamos. Les gusta vernos ajustar
sonrisas y miradas al disimulo que ha de garantizarnos la comodidad y hasta el
bienestar. Que seamos inocentes, blancos, maquillados de culturité.
Alguien paga a esos profesores
y a veces les regala becas para estudiar en otros países, los deja entrar un
rato a las ligas mayores. Alguien les inculca la doctrina exacta, "el
interés casi fanático en las formas, en las estructuras, en los significantes
(...) una manera de eludir los contenidos, los referentes, los
significados" ―como agrega aquí otra vez Mario B.
Instituciones corporativas
patrocinan la difusión de esas tecnocracias neutrales que ocultan nuestros referentes:
la miseria, la democracia bajo control, la maquiladora de salarios diminutos,
la cárcel llena, la violencia doméstica y pública, el plomo en la sangre de los
obreros viejos, en el mismo instante en el que algún doctor burócrata declara
ausente la contaminación en estos lares mediante una corta feria.
Por supuesto que hace falta leer, es necesario, vital. Que nuestro
pueblo lea. Leer es uno de los caminos más seguros para cumplir nuestra natural
vocación de libertad. Pero leer no será jamás una solución culterana ni una
acumulación estéril. Es ante todo, o deberá serlo, una actitud, un trabajo
dinámico, búsqueda sincera, ejercicio de crítica profunda a nuestras
realidades. Leer es un acto de nuestra vida, no de nuestra muerte o anestesia o
embeleso. Jamás un acto de alienación sino de liberación.
Leer es un camino para cumplir la natural ilusión de libertad, no alienación culterana ni acumulación de datos, narcisismo diletante.
ResponderEliminarAsí es
ResponderEliminarBuena pieza, en 1984 o en 2016. La lectura como acto de libertad: nos abre el cielo, pero con los pies en la tierra.
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