Abuelita, el distinguido chihuahuense y Corín
Por Jesús Chávez Marín
Dónde está la literatura. Cuál es la diferencia entre cualquier novela
de Corín Tellado y alguna de Carlos Fuentes. Entre una bonita poesía que
escribe, y a veces publica en algún diario local, aquella abuela ociosa y arrebatada
de emoción ante su nieto recién nacido y un poema de José Emilio Pacheco. Qué
distingue a un cuento hipócrita donde se idealice torpemente el carácter
tarahumara y se titule por ejemplo Tras
el monte y la cascada, de una pieza teatral de Manuel Talavera Trejo.
Quizá la diferencia más notable está en los objetivos que llevan al acto
de escritura de esos textos.
La novelita de Corín repite la misma estructura de todas las de su
abultada producción, como receta; maneja las variantes de una misma historia
donde la linda jovencita termina atapando al príncipe que soñaba: azul, joven,
guapo y rico. Las intenciones de escritura son lograr ventas de libros y para
ello se dirige sin recato a la clientela cautiva de las lecturas fáciles,
alienantes y light.
El texto cortado en líneas breves, que la abuela llama poesía, se
propone dar rienda suelta a la brusca emotividad y a la compulsiva tendencia
común de algunas personas de ofrecer consejos a diestra y siniestra: “que tu
vida sea recta como el recto candor de los ángeles; tu alma, perfecta”.
El objetivo del cuento de tarahumares es precisamente escribir sobre
ellos, explotar el tema dizque folklórico poético, resaltar el valor de una cultura
a la que hemos sofocado. Ofrece un mensaje pleno de humanismo y enseña qué
buenos y estéticos son los rarámuris, cuán noble y generoso es el autor al
ocuparse de ellos.
Los objetivos de un texto que sí sea literario están dentro del mismo
acto de la escritura. No hay recetas. Los problemas técnicos, estructurales y
léxicos habrán de resolverse en función al texto mismo, no a situaciones
ajenas, referenciales, sentimentales, filosóficas.
El texto literario no es una cañería para vaciar sentimientos
palpitantes. Busca crear un efecto único, distinto, conectarse a pulsiones
lúcidas y míticas del hecho humano.
La literatura no quiere aleccionar ni dar mensajes, convencer ni
informar. Encuentra las mecánicas más plenas del pensamiento, lo lúdico,
sensible y libre de nuevos modos de elaboración de conceptos a los que no sean
ajenos al juego, la alegría, la emoción, la libertad. Es una forma de
conocimiento más profunda y extensa.
Ni a la escritura ni a la lectura de un texto literario pueden imponerse
esquemas o doctrinas. El ejercicio de la literatura, que se realiza en los
actos de escribir y de leer, quiere ser la búsqueda de regiones nuevas, de
otras relaciones de la realidad donde no solo se incluya la materialidad del
mundo, sino además la imaginación, los sueños, la fantasía.
Y claro que el ejercicio de la literatura no niega ni invalida la
dignidad de otras actividades, la militancia política, la filosofía, la
experimentación científica, el periodismo. Pero estos son otros ejercicios que
no deben imponerse ni confundirse a la literatura.
El texto literario pretende ser un objeto único, valioso por sí mismo;
signo autónomo entre la masa de los signos del lenguaje, del idioma. Un cuento,
un poema, una novela no valen por la información que contienen ni por las ideas
que elaboran o por su atinada moral.
Roman Jackobson fatiga profesores que repiten aquel esquema suyo de las
seis funciones del lenguaje, entre ellas la función poética: la que se da en el
texto hacia sí mismo, que se elabora como a una escultura, que se ordena con la
armonía con que un danzante podría hacer que su cuerpo flotara en una danza
sutil, irrepetible.
Por eso el texto literario no exige a su lector ninguna ideología, moral
ni religión; ni siquiera le obliga a leer el libro completo si al lector no le
gusta o no puede gustarle. El acto de leer es la libertad misma.
El lector cumple su natural vocación de libertad en el acto estético de
leer un poema. También en el acto de tirar el libro a un lado, si le da la
gana. Es cosa suya decidir si entabla o no con el texto el compromiso de la comunicación,
la respuesta de recrear a la literatura.
Leer es una actividad intensa y dinámica, que exige irremisiblemente la
transformación del mundo. Un libro, cuando no cambia en algún modo la vida del
lector, no ha sido aún leído del todo.
La literatura es imagen, metáfora, símbolo y mito; hay en su universo infinitas conexiones individuales. Autores. Lectores.
ResponderEliminarSufres el mal del crítico. Deja de usar refritos de grandes teóricos literarios de otro siglo para aplastar a los escritores "malísimos", mejor úsala para escribir alguna línea que valga la pena. O vente al DF. Aquí si no te amamos te apapachamos.
ResponderEliminarLe agradezco la invitación, pero es algo tarde para mí, tengo 62 años y ya de Chihuahua no me muevo. Pero me gustó mucho eso de que "Aquí si no te amamos te apapachamos". Le envío un cordial saludo.
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