Mejor tráeme al del tololoche
Por Rafael Cárdenas Aldrete
y Jesús Chávez Marín
—Manejo un Uber, pero en realidad soy mariachi —dijo extendiéndome una
tarjeta de presentación. De por sí el día estuvo mal y de pilón me toca un
conductor parlanchín.
—Mmmh —fue todo lo que
atiné a expresar. Como quiera siguió hablando.
—Me gusta mucho la
música mexicana, y también la fiesta. Nos contratan para ir a tocar, pero
también podemos pistear. Bueno, no en todas las fiestas, pero sí en la mayoría.
Su único silencio lo
hizo para introducir un usb en el
estéreo: su demo.
—No cantas mal las
rancheras —quise burlarme.
—No, ¿verdad? Aunque
no canto yo, canta mi primo. Yo le hago segunda y toco el tololoche.
—Es un gran
instrumento —dije como último ya para que se callara.
Llegamos a la esquina
de Madero y Juárez. En el semáforo estaba un hombre, ya mayor, con traje de
charro y el sombrero envuelto en un plástico, por lo de la lluvia cantando a
través de un megáfono. A su “chorro de voz”, cascada y aguardientosa, se le sumaba
la distorsión del aparatejo, seguramente sacado a plazos en Elektra.
—Ese sí canta mal las
rancheras —dije cómicamente y esperé unos segundos por la reacción del chofermariachi. Su respuesta no fue la
que esperaba:
—La esposa de ese
señor se puso muy malita hace unos años y cantando en las calles se ayuda, el
pobre. Pero yo soy un mariachi profesional y aquí es al contrario: esto del
Uber lo hago para acabalar para el instrumento, que lo saqué nuevecito.
Como ya no habría cómo
callarle la boca, se me ocurrió preguntarle:
—Oye, ¿y cuánto cobras
por una serenata?
—Pues las andamos
manejando de a cinco canciones, de diez y de quince. En este último paquete le
tocamos dos de pilón.
Y allí fue donde tuve
la pésima idea de contratarlo para llevarle gallo a mi mujer, pues al siguiente
día sería su cumpleaños y me pareció un detallazo lo de llevarle mariachis.
Diez canciones por cinco mil pesos, la verdad no se me hizo caro. Le di la mitad
de anticipo y me extendió un recibo bien folclórico, con su foto y el logotipo
de El Mariachi Tena de San Nicolás de Los Garza.
Petula nunca se
hubiera imaginado que un rocker como yo le llevara serenata. A las meras seis
en punto de la madrugada llegaron muy silencitos y rompieron la serenidad del
barrio con Despierta, dulce amor de mi
vida.
—Axel, ándale
despierta, yo creo que aquí cerca andan unos narcos de parranda, se oye muy
fuerte —me dijo mi señora toda asustada.
—No, mi amor, la
serenata es para ti, ¿qué no te acuerdas qué día es?
—Ay, Axel, cómo se te
ocurre. ¿Y ahora qué hago? ¿Me asomo por la ventana? Si ni siquiera estás tú
afuera, van a pensar los vecinos que ando coqueteando con los mariachis. O tal
vez que tengo un pretendiente… Y luego, ¿qué?, ¿les tengo que dar el pase a la
casa? Me hubieras dicho, qué vergüenza con este tiradero.
Me asomé junto con
ella por la ventana: allí estaba mi mariachi dándonos serenata; por estar
alegando ya ni me fijé cuáles otras tocaron; en el momento en que los vi se
aventaban la de Me invitas una copa o te
la invito, tenemos que brindar por nuestras cosas.
—Ya ni la friegas,
Axel, ¿para qué gastas? ¡Me hubieras comprado una bolsa de imitación Louis
Vuitton! Pero de todos modos qué bonito detalle, mi amor, qué lindo eres. Me
hiciste el día —y me dio un beso chiquito.
—El día ya lo traías
hecho, cariño, es más: todo el día es tu día, verdá de diOsito Bimbo, uy, uy,
uy.
—Ay, qué payaso, ya
hasta andas hablando como mariachi y todo el show.
Me fijé que entre los
mariachis también tocaba el viejo del megáfono, con su traje de botones
oxidados, nomás que esta vez tocaba la guitarra y era uno de los solistas. Ya
ni la hace este señor, suena igual con o sin megáfono.
El mariachi Uber le
tundía al tololoche con gran sentimiento, queriendo destacar de entre aquel
desmadre; cuando me vio en la ventana me hizo una seña de saludo, como
diciendo: misión cumplida, mi jefecito. Cuando terminó la serenata me tocó
discretamente la puerta, salí y le di la otra mitad del dinero.
—¿Qué tal, ¿eh? Salió
bien, ¿no? Ya mero viene el Día de la Madre, por si se le ofrece. ¡Ah, y
recomiéndenos, ya tiene nuestro número!
No me arrepentí, aunque tocaban de la chingada, porque mi esposa se puso muuuy contenta y con muuuchas ganas de hacerme el día a mí también.
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