martes, 28 de enero de 2025

Mejor tráeme al del tololoche

Dibujo: Beatriz Bejarano


Mejor tráeme al del tololoche

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

—Manejo un Uber, pero en realidad soy mariachi —dijo extendiéndome una tarjeta de presentación. De por sí el día estuvo mal y de pilón me toca un conductor parlanchín.

—Mmmh —fue todo lo que atiné a expresar. Como quiera siguió hablando.

—Me gusta mucho la música mexicana, y también la fiesta. Nos contratan para ir a tocar, pero también podemos pistear. Bueno, no en todas las fiestas, pero sí en la mayoría.

Su único silencio lo hizo para introducir un usb en el estéreo: su demo.

—No cantas mal las rancheras —quise burlarme.

—No, ¿verdad? Aunque no canto yo, canta mi primo. Yo le hago segunda y toco el tololoche.

—Es un gran instrumento —dije como último ya para que se callara.

Llegamos a la esquina de Madero y Juárez. En el semáforo estaba un hombre, ya mayor, con traje de charro y el sombrero envuelto en un plástico, por lo de la lluvia cantando a través de un megáfono. A su “chorro de voz”, cascada y aguardientosa, se le sumaba la distorsión del aparatejo, seguramente sacado a plazos en Elektra.

—Ese sí canta mal las rancheras —dije cómicamente y esperé unos segundos por la reacción del chofermariachi. Su respuesta no fue la que esperaba:

—La esposa de ese señor se puso muy malita hace unos años y cantando en las calles se ayuda, el pobre. Pero yo soy un mariachi profesional y aquí es al contrario: esto del Uber lo hago para acabalar para el instrumento, que lo saqué nuevecito.

Como ya no habría cómo callarle la boca, se me ocurrió preguntarle:

—Oye, ¿y cuánto cobras por una serenata?

—Pues las andamos manejando de a cinco canciones, de diez y de quince. En este último paquete le tocamos dos de pilón.

Y allí fue donde tuve la pésima idea de contratarlo para llevarle gallo a mi mujer, pues al siguiente día sería su cumpleaños y me pareció un detallazo lo de llevarle mariachis. Diez canciones por cinco mil pesos, la verdad no se me hizo caro. Le di la mitad de anticipo y me extendió un recibo bien folclórico, con su foto y el logotipo de El Mariachi Tena de San Nicolás de Los Garza.

Petula nunca se hubiera imaginado que un rocker como yo le llevara serenata. A las meras seis en punto de la madrugada llegaron muy silencitos y rompieron la serenidad del barrio con Despierta, dulce amor de mi vida.

—Axel, ándale despierta, yo creo que aquí cerca andan unos narcos de parranda, se oye muy fuerte —me dijo mi señora toda asustada.

—No, mi amor, la serenata es para ti, ¿qué no te acuerdas qué día es?

—Ay, Axel, cómo se te ocurre. ¿Y ahora qué hago? ¿Me asomo por la ventana? Si ni siquiera estás tú afuera, van a pensar los vecinos que ando coqueteando con los mariachis. O tal vez que tengo un pretendiente… Y luego, ¿qué?, ¿les tengo que dar el pase a la casa? Me hubieras dicho, qué vergüenza con este tiradero.

Me asomé junto con ella por la ventana: allí estaba mi mariachi dándonos serenata; por estar alegando ya ni me fijé cuáles otras tocaron; en el momento en que los vi se aventaban la de Me invitas una copa o te la invito, tenemos que brindar por nuestras cosas.

—Ya ni la friegas, Axel, ¿para qué gastas? ¡Me hubieras comprado una bolsa de imitación Louis Vuitton! Pero de todos modos qué bonito detalle, mi amor, qué lindo eres. Me hiciste el día —y me dio un beso chiquito.

—El día ya lo traías hecho, cariño, es más: todo el día es tu día, verdá de diOsito Bimbo, uy, uy, uy.

—Ay, qué payaso, ya hasta andas hablando como mariachi y todo el show.

Me fijé que entre los mariachis también tocaba el viejo del megáfono, con su traje de botones oxidados, nomás que esta vez tocaba la guitarra y era uno de los solistas. Ya ni la hace este señor, suena igual con o sin megáfono.

El mariachi Uber le tundía al tololoche con gran sentimiento, queriendo destacar de entre aquel desmadre; cuando me vio en la ventana me hizo una seña de saludo, como diciendo: misión cumplida, mi jefecito. Cuando terminó la serenata me tocó discretamente la puerta, salí y le di la otra mitad del dinero.

—¿Qué tal, ¿eh? Salió bien, ¿no? Ya mero viene el Día de la Madre, por si se le ofrece. ¡Ah, y recomiéndenos, ya tiene nuestro número!

No me arrepentí, aunque tocaban de la chingada, porque mi esposa se puso muuuy contenta y con muuuchas ganas de hacerme el día a mí también.

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