Por Jesús Chávez Marín
Los
pueblos y las ciudades se forman construyendo viviendas, puentes, edificios,
canales, calles, y el conjunto de ese trazo más visible y concreto es el que se
retrata en las vistas aéreas y en los mapas electrónicos. Pero hay otra parte
de esa alma colectiva que se construye con palabras, imágenes, ideas y recuerdos,
y cuya expresión más perceptible está en el arte y en los libros que producen
las personas que por su trabajo artístico y espiritual también debe contárseles
entre los forjadores de esos lugares que habitamos, donde nos nutrimos y de
donde a veces nos vamos hacia otros horizontes.
El
libro que ahora nos reúne para su presentación es el ejemplo exacto de esa
acción edificadora, pues se trata de un libro de cuentos, más específicamente
de relatos, que es un géneros difícil de cultivar porque en su
esencia se reúnen a la vez una forma de narrativa muy refinada y al mismo
tiempo la más conectada a la imaginación popular; una redacción cuidadosa y
a la vez una memoria que solo vive con plenitud en la voz colectiva de una
tradición oral. Por eso es tan difícil hallar en el mundo libros como este que
se llama Zona del silencio; donde en sus páginas aparecerán una o dos imágenes
que se quedarán en los recuerdos para siempre y por razones del
ánimo donde alguna luz iluminó de pronto un amor, una emoción o una idea que antes
andaba difusa y que de pronto se concreta. Se forma.
Imaginemos
como ejemplo que en días recientes tuvimos un fracaso personal o profesional, o
una enfermedad en la que apenas la libramos o un pleito legal que casi nos dejó
en la ruina. Tal vez en ese ambiente atribulado hemos pensado en la soledad,
como idea y como cultivo del dolor. Vamos a suponer que es nuestra costumbre en
ese ambiente tomar algún libro para despejarnos o para conectar un poco de la experiencia existencial con una experiencia estética, la de leer.
Sigamos suponiendo que tenemos a la mano este libro de Alejando Carrejo. Y que
en uno de los relatos nos toca conocer a un hombre que viaja llevando a muchos
poblados un circo donde él solo es el mago, el payaso, el que atiende la taquilla
y, con distintos disfraces siempre, el que vende los refrescos y toma las fotos
en los intermedios, un circo de un solo hombre. Y entonces sucede esa chispa,
las taciturnas ideas de los días recientes se conectan con ese fulgor: un
retrato muy certero de un destino de solitarios, ese circo de un solo
hombre que más allá de la multitud, de la fidelidad, de la buena o mala suerte
del amor, de los hijos o de la amistad, más allá de todo, se enfrenta a esas
zonas de soledad donde estamos fatalmente solos: la enfermedad, la tristeza, la
muerte.
Y
para que esto se produzca no hace falta una aburrida serie de
constelaciones filosóficas o morales, ni un montón de lecciones o sentencias.
No las hay. Al contrario. Estamos ante un autor que construye una narrativa muy
nítida, transparente y de ceñidísima actualidad. No se entromete como autor
escondiendo entre líneas opiniones suyas, ni fragmentos de ideología, ni su muy
sincera concepción del mundo. No. Construye solamente una atmósfera y unos personajes
que viven con su propia personalidad, su edad y sus manías, muy distintas a
los otros. La voz del discurso narrativo no refleja para nada al autor y en
cambio el lector sí es una presencia bien forjada, con una técnica que
resulta sorprendente. Por ejemplo cuando el personaje que habla es más ingenuo
que el que está leyendo, por su edad o por su ignorancia, o con la muy bien
fundamentada historicidad de algunos de los pasajes narrativos.
Aunque
cada relato tiene su propio tema y ambiente, su singular estructura, también
puede hallarse en el conjunto de los veinte textos un sistema de unidad que los
forja, una atmósfera que los reúne. Por ejemplo las varias voces narrativas van
formando una especie de narrador colectivo, donde por lo menos hay tres tipos:
el niño que cuenta historias, el personaje del sacristán que trasciende el
tiempo narrativo con su ancianidad y su sabiduría, y el interlocutor joven del
sacristán que lo conoció desde niño. También hay personajes que van de un
cuento a otro con todo desparpajo sin dañar en ningún momento la singularidad
de los relatos donde aparecen. Es el caso de la abuela, de los tres músicos o
de el viejo soldado y aventurero que se llama Marce. Esta doble estructuración
que le da unidad al libro me parece también uno de los valores técnicos más sólidos.
Entre
muchas páginas que habremos de agradecer están aquellas donde aparece la
construcción de la risa, lo que también es un tipo de escritura bien difícil de
conseguir. Y la hallaremos sobre todo en forma de humorismo involuntario de los
personajes, en el desarrollo de su lenguaje, en sus actos ingenuos y sus ideas
confusas. Seguramente más de algunos nos vemos reflejados en el espejo de esa
torpeza con la que se pasa la vida cotidiana de todos nosotros, donde la
energía propia de las cosas que nos pasan y las palabras que decimos en ciertas
circunstancias se quedan allí para siempre gravadas en la propia identidad.
Aunque
alguien dijo que un cuento se escribe en un solo impulso, y no lo dudo que así
sea, hay en estas páginas días y meses y años de pulimiento, una especie de
destilación. Un discurso ceñidísimo, de muy pocas palabras. Este libro no es
sentimental y sin embargo hallamos una expresión casi poética de la vida
cotidiana. Este libro no es filosófico y a pesar de todo nos hace pensar, con
una sonrisa o con dolor o con nostalgia. Este libro no es de infancia y de
todos modos nos actualiza aquel jardín desde donde le mundo era el día soleado
y el río, las ilusiones eran posibles y tan lo eran que al final de la
vida de algunos de los personajes aparecen como fruta, como estrellas, como
agua fresca. Este no es un libro de leyendas y como de pasada contiene un buen
racimo de ellas, el tesoro enterrado, la comunidad que se enfrenta a un animal
fantástico, la bruja en la plenitud de sus poderes, el trío de músicos que son
fantasmas de siglos y componen corridos populares, el aventurero perpetuo que
sobrelleva con estoicismo la tormenta de un antiguo amor. Y otras que son de
dominio popular de esta región y que tal vez el lector de otros lugares no sabrá detectar.
También
es una reunión de personajes inolvidable muy bien delineados con unas cuantas
frases, una economía de lenguaje tan sorpresiva que hasta resulta ecológica en
su similitud con las plantas y criaturas del desierto donde fueron escritas
estas historias. El viejo guerrero que revive de su propio fusilamiento y su
primer pensamiento de cariño y de nobleza es para su caballo muerto. El viejo
zapatero que cultiva a la vez la amistad alegre y un poco alcoholizada, y
también el rencor entre ideológico y aferrado. El personaje confundido entre la
multitud que no entiende los mecanismos del furor colectivo pera trata de
integrarse a la energía colectiva y vencer su propio escepticismo. La mujer que
a pesar de los años y las chifladuras del transcurso amoroso conserva el ánimo
suficiente para seguir siendo muy atildada y contar sus confidencias a los
jóvenes del barrio y que recuerda el concierto ferroviario que le ofrecía uno
de sus enamorados. Hay muchos más, cada lector encontrará los que estén más
cerca de su cuerpo y de su corazón.
En
la producción artística de Alejandro Carrejo, que incluye pinturas, esculturas,
canciones, poemas, una novela de no ficción, y su magnífico arte cotidiano de
platicar con ingenio y con la vasta cultura de la que hace gala, este precioso
libro de cuentos será uno de los más amables, por su sólido valor artístico,
por el misterio y la profunda humanidad que en sus páginas se expresan, y por
el valor simbólico que alcanza su trabajo de escritura.
Agradezco
a ustedes su atención.
Carrejo Candia, Alejandro: Zona del silencio. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2011.
Carrejo Candia, Alejandro: Zona del silencio. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2011.
Agosto 2011.
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