domingo, 23 de septiembre de 2018

Cartelera, arte de la ciudad

En la foto Luis Carlos Salcido y Rosa María Hernández
Cartelera, arte de la ciudad. Presentación de la revista Cartelera

Por Jesús Chávez Marín

A lo largo de un día cualquiera, una persona dedica la mayoría de su tiempo a trabajar para conseguir los recursos para la subsistencia, la propia y también la de los hijos durante algunos años. Otro buen tiempo lo pasa en transportarse a los lugares donde sucede la acción, comer de prisa, cumplir compromisos, reunirse con clientes, contadores, otras personas del trabajo.
Lo que queda del día es un tesoro que todos merecen y que no siempre es apreciado en su justo valor: el tiempo libre. Durante los fines de semana, por supuesto, se extiende a uno o dos días casi enteros, digo casi porque los sábados y los domingos también hay obligaciones domésticas que no se pueden detener, pero la verdad eso es lo de menos porque en el espacio de la propia casa todo suele ser más amable, a menos de que nos hayamos construido uno de esos infiernos íntimos que suelen ser avasalladores, pero esas ya son historias de terror.
Lo cierto es que todos tenemos en alta estima el tiempo libre. Guardamos dinero para ir a determinado lugar, procuramos enterarnos dónde están los espectáculos que nos gustan, conciertos, alguna conferencia atractiva. Pero a veces resulta que se nos escapó algún acto que jamás hubiéramos querido perder, o porque no hallamos información en los diarios o porque venía equivocada. En una ciudad ya tan extensa en su territorio y en territorios espirituales, reaparece ahora esta fina joya del periodismo especializado que es Cartelera, de Luis Carlos Salcido.
La historia de la revista es larga. En los años ochentas la inició Salcido con un grupo de amigos que ya antes habían hecho una anterior, que era literaria y se llamaba Media Hora. Me acuerdo que en esos días Ana Belinda Ames Russek y el propio Luis Carlos recorrieron palmo a palmo la ciudad reuniendo información turística para el contenido del primer número, y luego volvieron a recorrerla para buscar puntos de venta y distribución. Lo duro del trabajo nunca se sentía porque las empresas culturales de Salcido siempre han sido divertidas, su carácter alegre, irónico y de insospechada sabiduría hacen ligero el recorrido. Me consta porque fui uno de los trabajadores en su sala de redacción.
Aquella Cartelera de los años ochentas era una novedad en Chihuahua. Solo unos cuantos que habían vivido en la ciudad de México o en alguna otra ciudad grande conocían como algo natural esas guías donde vienen los rumbos de los actos artísticos, los bares, hoteles, espectáculos del día con sus horarios y los lugares bien organizados. Aquí cada quien se las arregla como puede y son las instituciones culturales con la parsimonia y el pequeño alcance de su difusión las que procuran anunciar los actos que organizan de vez en cuando.
Tanto Salcido como Ana Belinda y los demás iniciaron otros proyectos y abandonaron Cartelera; en la ciudad nos volvimos a quedar chiflando en la loma en lo que respecta a la oportuna información cultural. Pero en los años noventas decidió Salcido revivir Cartelera. Y como siempre ha sido un espíritu cosmopolita sofocado en Chihuahua, incluso vivió muchos años en la ciudad de México donde se sentía como pez en el agua, decía que esta ciudad en muchos aspectos tan estancada literalmente lo volvía loco. En homenaje a eso, le puso a su nueva revista Chihuahua me vuelve loco.
Esa revista llegó a ser imprescindible para los espectadores de la ciudad, que ya habían crecido en número y en complejidad. También era mayor la oferta cultural, más conciertos, bares de lujo y también de los otros, más arte público. La revista fue universalmente generosa con los lugares de reunión, anunciaba gratis lo mismo restaurantes carísimos que taquerías de barriada. Hay que decir que en la correspondencia de comprar publicidad, la mayoría fueron bastante miserables: los fritangueros de la orilla y aún más los ricachones.
Una novedad de la nueva revista fue que Salcido les dio cancha a varios escritores y fotógrafos, abrió un magnífico espacio de expresión en un momento en que ya no existían publicaciones literarios. Como es un mago del diseño, no se veía tediosa esa mancha de texto; incluso se las arreglaba para que la revista siguiera siendo materialmente lo que era su vista esencial: un programa de mano de toda una ciudad, un folleto turístico muy ágil y accesible, en formato de plakette de turismo para traerse todo el mes como una agenda útil y de grata presencia.
Y como en toda revista que siempre está cerca, el portador termina por verla toda, la verdad los escritores y los fotógrafos que allí aparecieron terminaron por volverse bastante famosos durante los dos años que duró circulando Chihuahua me vuelve loco.
Publicar con Salcido significaba un escenario de lujo. En cada uno de sus diseños transforma el espacio en una especie de caleidoscopio; su amor y respeto por la palabra escrita hacen que jamás sacrifiquen el texto en función de las imágenes, que hallen columnas deleitosas de lectura, que consigan la comodidad del lector, la belleza de lo escrito. Cuando un autor se vé a sí mismo publicado por Salcido, un poquito se pregunta: ¿de veras yo escribí esto tan hermoso? Y esa es una de las lecciones que él ha dado a la ciudad: el arte de la expresión gráfica en las publicaciones.
Recuerdo lo horrible que fueron los libros antes de 1985, cuando Salcido empezó a trabajar aquí. Unos amasijos de letra amontonada hasta arriba y hasta abajo de la página, sin ton ni son; en las portadas había dibujos chuecos y cívicos. Las revistas estaban hechas con unas columnas de líneas abiertas, empalmadas, con fotos desdibujadas en blanco y negro.
Salcido venía de trabajar en la SEP donde ya había ganado un premio nacional de diseño. Inició aquí con aquella revista Media Hora que fue una sorpresa y muy pronto se puso a hacer libros para varias editoriales y revistas, para empresas maquiladoras. Casi de inmediato la gente que sabe de libros empezó a contratarlo, y hasta la fecha. Lo mismo hace libros de arte que fue editor cultural en un diario de la ciudad, algunos años.
Y además de todo eso, ahora inicia el tercer vuelo de su revista constante, Cartelera. Será en estos años más útil que nunca, pues el número de espectadores es ahora una multitud. Quedó vista con claridad hace unos meses en el festival Ruta Uno y ahora en el nuevo festival llamado Metrópolis. Un mar de gente que necesita saber donde están los conciertos, los lugares, los artistas. Una revista como Cartelera será una publicación de grande utilidad y a la vez un objeto hermoso, producido por un gran artista de Chihuahua.
Espero que Cartelera tenga larga vida y se establezca como un instrumento turístico valioso y una revista muy querida por los que vivimos en la ciudad.
Julio 2014

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