viernes, 31 de enero de 2025

Mientras leía la revista Siempre!

 

Dibujo: Larissa C V


Mientras leía la revista Siempre!

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Afuera, el clásico caramelo giratorio, anuncio de peluquería antigua; dentro, el mobiliario dado al cuas y las revistas del año del caldo hubieran sido advertencia contundente, pero de todos modos entré cuando el viejo me dijo: "Pásele, joven", sin percatarse de que soy un alto y grueso cuarentón. De forma automática me comentó cosas del clima y del futbol para entonces preguntarme: "¿Cómo lo vamos a arreglar?" Con mi necia costumbre de hacerme el gracioso, contesté: "Déjame como para regresar en seis meses". Ese fue mi primer error. El segundo fue no mirar el otro aviso, ya de plano letal para mi cabello: armada con unas tijeras cascadas, su mano tenía la dureza y la volatilidad del evidente principio del Párkinson. Llegué a la oficina peinado con un estilo mezclado entre el general Patton y los hermanos Soler.

martes, 28 de enero de 2025

Mejor tráeme al del tololoche

Dibujo: Beatriz Bejarano


Mejor tráeme al del tololoche

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

—Manejo un Uber, pero en realidad soy mariachi —dijo extendiéndome una tarjeta de presentación. De por sí el día estuvo mal y de pilón me toca un conductor parlanchín.

—Mmmh —fue todo lo que atiné a expresar. Como quiera siguió hablando.

—Me gusta mucho la música mexicana, y también la fiesta. Nos contratan para ir a tocar, pero también podemos pistear. Bueno, no en todas las fiestas, pero sí en la mayoría.

Su único silencio lo hizo para introducir un usb en el estéreo: su demo.

—No cantas mal las rancheras —quise burlarme.

—No, ¿verdad? Aunque no canto yo, canta mi primo. Yo le hago segunda y toco el tololoche.

—Es un gran instrumento —dije como último ya para que se callara.

Llegamos a la esquina de Madero y Juárez. En el semáforo estaba un hombre, ya mayor, con traje de charro y el sombrero envuelto en un plástico, por lo de la lluvia cantando a través de un megáfono. A su “chorro de voz”, cascada y aguardientosa, se le sumaba la distorsión del aparatejo, seguramente sacado a plazos en Elektra.

—Ese sí canta mal las rancheras —dije cómicamente y esperé unos segundos por la reacción del chofermariachi. Su respuesta no fue la que esperaba:

—La esposa de ese señor se puso muy malita hace unos años y cantando en las calles se ayuda, el pobre. Pero yo soy un mariachi profesional y aquí es al contrario: esto del Uber lo hago para acabalar para el instrumento, que lo saqué nuevecito.

Como ya no habría cómo callarle la boca, se me ocurrió preguntarle:

—Oye, ¿y cuánto cobras por una serenata?

—Pues las andamos manejando de a cinco canciones, de diez y de quince. En este último paquete le tocamos dos de pilón.

Y allí fue donde tuve la pésima idea de contratarlo para llevarle gallo a mi mujer, pues al siguiente día sería su cumpleaños y me pareció un detallazo lo de llevarle mariachis. Diez canciones por cinco mil pesos, la verdad no se me hizo caro. Le di la mitad de anticipo y me extendió un recibo bien folclórico, con su foto y el logotipo de El Mariachi Tena de San Nicolás de Los Garza.

Petula nunca se hubiera imaginado que un rocker como yo le llevara serenata. A las meras seis en punto de la madrugada llegaron muy silencitos y rompieron la serenidad del barrio con Despierta, dulce amor de mi vida.

—Axel, ándale despierta, yo creo que aquí cerca andan unos narcos de parranda, se oye muy fuerte —me dijo mi señora toda asustada.

—No, mi amor, la serenata es para ti, ¿qué no te acuerdas qué día es?

—Ay, Axel, cómo se te ocurre. ¿Y ahora qué hago? ¿Me asomo por la ventana? Si ni siquiera estás tú afuera, van a pensar los vecinos que ando coqueteando con los mariachis. O tal vez que tengo un pretendiente… Y luego, ¿qué?, ¿les tengo que dar el pase a la casa? Me hubieras dicho, qué vergüenza con este tiradero.

Me asomé junto con ella por la ventana: allí estaba mi mariachi dándonos serenata; por estar alegando ya ni me fijé cuáles otras tocaron; en el momento en que los vi se aventaban la de Me invitas una copa o te la invito, tenemos que brindar por nuestras cosas.

—Ya ni la friegas, Axel, ¿para qué gastas? ¡Me hubieras comprado una bolsa de imitación Louis Vuitton! Pero de todos modos qué bonito detalle, mi amor, qué lindo eres. Me hiciste el día —y me dio un beso chiquito.

—El día ya lo traías hecho, cariño, es más: todo el día es tu día, verdá de diOsito Bimbo, uy, uy, uy.

—Ay, qué payaso, ya hasta andas hablando como mariachi y todo el show.

Me fijé que entre los mariachis también tocaba el viejo del megáfono, con su traje de botones oxidados, nomás que esta vez tocaba la guitarra y era uno de los solistas. Ya ni la hace este señor, suena igual con o sin megáfono.

El mariachi Uber le tundía al tololoche con gran sentimiento, queriendo destacar de entre aquel desmadre; cuando me vio en la ventana me hizo una seña de saludo, como diciendo: misión cumplida, mi jefecito. Cuando terminó la serenata me tocó discretamente la puerta, salí y le di la otra mitad del dinero.

—¿Qué tal, ¿eh? Salió bien, ¿no? Ya mero viene el Día de la Madre, por si se le ofrece. ¡Ah, y recomiéndenos, ya tiene nuestro número!

No me arrepentí, aunque tocaban de la chingada, porque mi esposa se puso muuuy contenta y con muuuchas ganas de hacerme el día a mí también.

miércoles, 22 de enero de 2025

Tren de vida

 

Dibujo: Larissa C V

Tren de vida

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Abelardo se levantó con ánimo para trabajar y se dio una vuelta al sindicato para ver si le tocaba turno; era estibador en el Ferrocarril Chihuahua al Pacífico. Llegó a la caseta y le dijeron que en la noche nada más habían llegado siete furgones cargados: cuatro de madera, dos de frijol y en el último venía un automóvil de lujo, el Jaguar de Miguel Alemán Magnani, quien seguramente llegaría en avión más tarde para darse un rol con su amigo y conocido compinche Lalo Guerrero.

Toño, el delegado del sindicato, sabía todo eso porque, además de ser el encargado de los turnos, era un vicioso de leer el periódico, que lo leía desde tempranito y de pe a pa… además de ser un chismoso de proporciones bíblicas —como ya sabes quién, que además se la pasa en la iglesia.

—Hoy no te toca turno, Velo. Estás castigado tres días porque la semana pasada te presentaste borracho, ¿qué no te acuerdas?

—Estás pendejo, yo nunca vengo borracho al jale. Dirás mariguano, eso sí. Yo tomo en las noches, buey.

—Pues yo no sé. Me cayó un oficio de arriba, de muy arriba. Y no te hagas, todo mundo sabe que eres un pinche bato malagradecido. Como con tu tía, la pobre, que la zurras toda cuando te trae un lonche que no te gusta, pendejo.

—Yo sé que no es por eso, Puñetas, no te hagas: me tienes tirria. No tragas que Olivia me haya preferido. Pero ya asimílalo, güé, ‘tás muy ruco para sus gustos —desde que Espinosa Paz se puso de moda, la raza acomoda donde puede el verbo “asimilar”.

—Pues mira, yo aquí no voy a discutir problemas personales. Hoy no tienes jale y te largas o les mando llamar a los celadores.

—Mira, mira. ¿Por qué no mejor tú y yo solitos nos damos un tiro para ya de una vez arreglar el asunto?

—Jajaja, pinche Abelardo. Madura, ¿crees que todavía estamos en la escuela o qué chingados? Mejor llégale, ya vinieron otros compañeros y tengo que asignarles tarjeta.

Velo se fue, aunque entripado, despacito y muy prudente para sus pulgas, porque vio que Toño ya les había hecho una seña a los guardias de la estación —y tomando aire y entonando la canción de Luis Pérez Meza, se dirige con gran sentimiento hacia la cantina, se fue a emborrachar

Para su mala suerte, le tocó ser víctima fatal del horario: las cantinas abren al mediodía, por ley, y apenas eran las siete y media de la mañana. Fue entonces que tuvo la idea más fatal de su existencia. Como era ya casi un vagabundo, luego de que abandonó a Olivia y a Abelardito, bien pequeño entonces, nomás dos años, para dedicarse a la vida licenciosa de bailes, encerronas, vicios y así, pues, la verdad, fuera del trabajo tenía todo el tiempo libre del mundo y lo dedicaba exclusivamente a ser poquito menos que un hijo de la chingada… y a viajar todo lo que podía, sin gastar mucho dinero, porque además no vivía en la abundancia. Con levantar el dedo ya había visitado toda la república, en plan de polizón y de mochilero.

Ese día le tocó la puerta muy temprano a Lencho, el que vendía sotol clandestino; lo traía en su carro desde Coyame en latas de veinte litros, recogía botellas de la basura, contrataba por cinco pesos a Luisito para que las lavara y las dejara relucientes, embotellaba el licor y lo vendía a precios muy populares: todos los señores de la colonia Dale y sus alrededores presumen el mote de clientes frecuentes.

—¡Ay, no chingues, Velo!, es muy temprano hasta para que salga el sol.

—Dispensa, bato, es que voy a salir fuera, y necesito un poco de combustible. Fíame dos botellas chicas; el sábado te las pago.

—Está bueno, pero acuérdate que me debes una del mes pasado. ¿Me vas a pagar las tres juntas?

—No pierdas cuidado, el sábado nos ponemos a mano.

—Este sotol está buenísimo, es del puro corazoncito del agave; ya lo probé y está de poquísima madre.

Media hora después, Abelardo se trepó en el vagón de plataforma del tren carguero de las nueve de la mañana, donde iba fletado un cargamento de automóviles Datsun rumbo a Topolobampo. Se acomodó muy a gusto debajo de uno de ellos —como iban sellados, no se pudo hacer madriguera en ninguno de ellos, por más que le hizo la lucha.

Tenía pensado llegar al puerto ese mismo día, pasadita la media noche, buscar alojamiento y a la mañana siguiente irse de rait hasta Mazatlán, donde tenía unas incondicionales que siempre lo recibían muy contentas, porque sabían que cuando llegaba él, llegaba la fiesta.

Se quedó dormido y despertó dos horas después, cuando el tren iba pasando por Babonoyaba. Se levantó con la dificultad que impone el haberse tomado una de las dos botellas fiadas. Era un licor delicioso, con un sabor que engorda la lengua y de un aroma que alfiletea la nariz, y fuerte, tanto, que cualquier otro cabrón con dos tragos hubiera tenido para irse de boca, pero no Abelardo, quien es un pelado recio y seco, curtido por el alcohol. Como tiene ganas de orinar, se acerca al extremo de la plataforma, donde suenan muy fuertes los acoples de los vagones —y allí fue donde pasó lo que pasó.

Llega a la orilla con la botella en la mano y los reflejos adormecidos; se entrampa con una cuerda que está allí, tirada. Cae al vacío en la juntura norte del carro. En un segundo el alcohol se evapora y todo se ilumina. En el tercer segundo de su caída se da cuenta del grado de mutilación con el que vivirá el resto de su vida: sin fiesta, sin pisto, abandonado por sus amigos, mal atendido por sus cansados padres. El sotol le amarga la lengua y el ánimo. Para el segundo cuatro se imagina disculpándose con su jefe… ¡más que jefe, amigo! Llora también por sus amigas de Sinaloa, por la pierna que seguramente se le amputará y que no se volverá a mojar con Marina en el mar. Se despide mentalmente de todas sus aventuras. Pasados cinco segundos, la adrenalina lo hace pensar vitalmente y mete la mano, con todo y botella, para protegerse del golpe. Al siguiente segundo, la guillotina de la rápida rueda del ferrocarril le corta el brazo; adiós botella, esclava con baño de oro y argolla matrimonial —que aún usa de quita-pon cuando sale de ligue.

Daba tumbos entre las trancas de la bestia por la embestida, cuando siente un fuerte pellizco que le extirpa algo más que la pasión en sus costillas, dejándolo solo y sin amor.

Han pasado siete segundos y las pesadas cuchillas de acero del ferrocarril siguen machacando rítmicamente sus carnes hasta que el tren termina de pasarle por encima y fue a parar en medio de los rieles, en un lecho de durmientes, donde lo encontrarían días después, cercenadas sus piernas, cortados sus brazos y con los ojos bien abiertos implorando al cielo por un milagro…

Velo, espantado aún con la visión que acababa de regalarle el cielo, se despega la botella de la boca y se da cuenta de la cuerda y de que tropezar resultaría fatal. ¡Es otra oportunidad: está salvado! Celebraba, pero pasados los ocho segundos en que terminó de vaciarse la sangre de su cabeza, único miembro que perdió en verdad, murió. Lo sé porque yo levanté la cabeza una semana después, y el bato tenía los ojos bien abiertotes mirando pa’rriba, y enseñando toda la mazorca, feliz, como si se hubiera sacado la lotería.

martes, 21 de enero de 2025

El entuerto

 

Dibujo: Larissa C V

El entuerto

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Miguel Cervantes era un apasionado de la lectura. Leer era su compañía, su placer, y por eso su ortografía llegó a lucir perfecta. Esto último resultaba indispensable para él porque también era, después de todo, un escritor: “Rótulos Cervantes”. Al principio le parecían inocentes y simpáticas las solicitudes de sus clientes, que con letras mal garabateadas y pésima ortografía le traían en papelitos sus necesidades publicitarias. Pero al final todo eso vino a calar en su lado justiciero, haciéndolo muy bilioso y necio con la ortografía de los demás. Se enojaba en forma con los clientes que llegaban con palabras o frases escritas como “Mudansas”, “Toque el tinbre” o “Se proive”, encorajinándose hasta ponerse amarillo. Para enderezar el entuerto y según él para darles una lección cuando la gente se burlara de ellos, empezó a sacar los anuncios tal cual, con la pésima ortografía de los papeles en que los llevaban escritos. Pronto la gente empezó a ver vehículos diciendo “Bidrios y Biseles” y negocios donde “Se istalan autoesterios”. No tardaron en preguntar: “¿Quién rotuló tu camión?”, “¿Quién pintó tu barda?”.

―¿Me preguntas porque quieres que te lo recomiende?

―No, más bien para no ir con él, ¡tiene muy mala ortografía!

El negocio se vino a pique hasta casi quebrar, y probablemente así hubiera sido de no ser por la llegada de la computación y la rotulación digital, transigiendo la mala ortografía, poniéndola en voga…

domingo, 19 de enero de 2025

Danilo Tlatoani

 

Dibujo: Beatriz Bejarano

Danilo Tlatoani

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Ninguna gente se pregunta por qué desaparecí, dónde quedé. Como ya estoy viejo y nunca tuve familia, era seguro que me olvidarían; los detectives de la judicial que se encargaron del caso apuntaron todo minuciosamente en una libreta “oficial”. Categóricamente le dijeron al director del museo que “llegarían hasta el fondo del misterio” y luego se fueron a comer unas tortas al puesto de la esquina. Nadie los volvió a ver, pero ese no es ningún misterio: seguramente regresaron a la oscura comisaría a seguir leyendo la típica literatura de su ocio burocrático, el Condorito y el Sensacional de Traileros. Me sorprendió que, así como están los tiempos, a nadie se le ocurriera pensar que me hubieran secuestrado o desaparecido con algún interés. Será porque no tengo dinero ni dolientes a quienes pedirles rescate.

La mera verdad es que desaparecí por pendejo. Yo era el encargado de sacudir las piezas prehispánicas en el museo. Aunque era poco el polvo, cada mañana volvía como novísima nevada, y mi misión en la vida era que aquellas nobles piedras lucieran con la gloria de su dignidad sagrada. Yo le llamaba “mi museo", porque lo era de verdad y no como decían las secretarias en secreto, que eso era una manía de la edad. Nadie se daba cuenta de que por el tipo de objetos que me rodeaban yo me sentía venerado.

Pero ese viernes llegó el turno de embellecer mi pieza favorita, la navaja de obsidiana, la mejor labrada, la más esbelta, con empuñadura de jade y figuras de serpientes y ocelotes. Allí fue donde me atonté: se me safó de las manos. Llegó al piso con un rugido profundo y doloroso, muy cabrón. Los fragmentos se deslizaron a esconderse en todas direcciones. Mi castigo es que jamás volveré a verla, porque mis ojos se fueron a otro lado, también el resto de mi cuerpo. Algunos hechiceros me han revelado que varias de mis partes yacen en el fondo de un cenote y que otras se orean arriba de una pirámide que no ha sido descubierta, porque está tapada por un cerro de rocas formado luego de un huracán de la chingada. Por las noches que percibo el olor a cempasúchil, las piezas del rompecabezas de mi cuerpo se juntan y camino por en medio de una selva oscura, flotando casi, como humo de copal. Ahora, no sé si tuve suerte de llegar a esta forma de inmortalidad o si esto es un castigo eterno por un ratito de pendejez.

sábado, 18 de enero de 2025

El gato viejo del vecindario intelectual

Dibujo: Beatriz Bejarano


El gato viejo del vecindario intelectual

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Había una vez un gato callejero que leía a lo tarugo las noches enteras, aunque amanecía desvelado pero culto. Cuando su fama trascendía, un amigo suyo que trepó en el gobierno le consiguió un puesto en el instituto de cultura. Taimado y petulante, poco a poco urdió una trama de relaciones lisonjeras con su manejo hipócrita del lenguaje. Viajó por el mundo con dinero público y encaminó invitaciones y premios oficiales para su corte. Era un simulador; hasta publicó un libro que no parecía ni falaz ni oportunista. Ahora, ya viejo, empieza a creerse su propio cuento, y algunas noches de nostalgia lee y relee sus páginas, para ver si haya alguna frase ingeniosa o verdadera.

sábado, 11 de enero de 2025

El espíritu de la Navidad

 

Autora del dibujo: Beatriz Bejarano

El espíritu de la Navidad

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Todo mundo en la Casa Myers pensaba que no tenía remedio Lino, pues el pisto le brotaba por los poros; se le veía salir prácticamente flotando de la cantina y del after los viernes de madrugada para llegar a la oficina, muy fresco y como recién bañado, a las meras nueve en punto, como si nada, a pesar de que ya pisaba los 50.

Las muchachas de la oficina lo abominaron el día de la comida navideña de la empresa, y los batos primero le dieron cuerda un rato para luego sacarle la vuelta. Aun así, fue de los últimos en irse, después de haber sido de todo y sin medida: el payasito cuenta-chistes, la estrella del karaoke y el ánima de Santa Eulalia. Ya la mayoría se había marchado cuando, tambaleante, bajó al estacionamiento por su carro. Daban las ocho y de sopetón le entró la angustia porque ya era el mero 24 y todavía no tenía ni el más mísero regalo para su casa, ni para su mujer ni para sus dos muchachos.

Manejaba despacio y muy precavido, procurando hacerse invisible por si se topaba alguna patrulla de tránsito. Pero quien de plano se le atravesó a la altura de Walmart fue Santoclós, que bien o era un imbécil o andaba drogado o se quería suicidar.

Cuando Lino se bajó para entender qué había pasado, encontró tirado frente de su carro a un hombre cano, vestido de rojo, obeso de almohadas y cojines en medio de una montaña de regalos, juguetes y aparatos electrónicos.

El tipo no se quería suicidar, sino que cruzó la avenida a lo pendejo porque venía huyendo. Durante todo el día había aprovechado la confusión de la locura comercial de la temporada para ir llenando un enorme costal de terciopelo bermellón con celulares, relojes, video juegos, perfumes, i-pads, botellas, todo envuelto en cajas de regalo que había ido juntando y que hacía pasar como tramoya en el clásico escenario navideño de hielo seco, en su condición de Santaclós de pacotilla. Al salir de la chamba cargó con el costalote, que resultó pesadísimo, con la intención de alejarse de Suburbia lo más pronto posible y tomar un taxi.

A Lino medio se le bajó la borrachera con la adrenalina del susto y le preguntó al atropellado:

―¿Estás bien?

Santoclós no contestó, pero una leve sacudida del cascabel en la punta del gorro fue suficiente señal de vida. Aún nervioso, Lino siguió preguntando. Quizás la ausencia de respuestas concretas lo llevó a sustituir ruidos guturales y movimientos de dolor con palabras. Palabras audibles, inteligibles, claras.

―¡Pero claro que estás bien! ―se repitió Lino varias veces para convencerse―. Pronto te llevaré a tu casa. ¿De veras vives en el Polo Norte? ¿Tienes a alguien esperándote en casa, algún duende? ¿Estás casado?

Lino volteaba para todos lados para cerciorarse de que nadie presenciaba su percance con Santa, pues le daría mucha vergüenza, y también buscando ubicar el paradero del trineo. Nadie observaba la escena y un montón de lo que parecían ser huellas de renos indicaban que seguramente habían salido volando con todo y carruaje.

―Y mira nada más, ¡te dejaron tirado con todo y regalos! ¡Yo me encargo! ―y comenzó a echar juguetes, cajas y moños en los asientos del vehículo hasta llenarlo.

De vuelta en su carro, Lino lo puso en marcha y de chiripa esquivó al Santaclós en el suelo mientras avanzaba.

miércoles, 8 de enero de 2025

Tirandolanetamanía

 

Dibujo de Beatriz Bejarano

Tirandolanetamanía

 

Por Jesús Chávez Marín

 

Existen en la ciudad de Chihuahua firmas comerciales que se hacen llamar “Editoriales”: Medusa Editores, Editorial Aldea Global, Tintanueva Ediciones, Ediciones del Azar, Ediciones Arboreto, y otras. Sin embargo, no lo son. O no lo son del todo. Mientras una empresa viva de los autores, y no de los libros, no podrá llamarse Empresa Editorial, sino mera imprenta con diseño.



Jesús Chávez Marín es editor de Auraed.

lunes, 6 de enero de 2025

Antros de moda

 

Antros de moda

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Arnulfo vive convencido de que el único valor de un hombre es el dinero. “Trabajes en lo que trabajes, hagas lo que hagas, si no tienes lana, si no sabes cuidar los centavos, no sirves pa’ nada”, dice.

Seguido se toma unas cervezas con Esteban. Platicaban como dos viejos amigos ya viejos cuando se le ocurrió ofrecerle trabajo:

―Oye, Esteban, tú tienes la tarde libre, ¿por qué no trabajas unas horas en mi negocio? Es algo muy sencillo, así ganas algún dinero para que te ayudes.

Cuando se está a gusto en un antro elegante, con cerveza clara y gente bonita a la vista, todo se mira fácil. A Esteban le pareció buena idea y aceptó. Entusiasmado, Arnulfo se pasó el resto de la tertulia hablando del asunto:

―Vas a ver qué sencillo todo: contar la mercancía, llevar el cárdex; empiezas de almacenista y ¿quién te dice que a la vuelta de los años te haces mi mano derecha en los negocios? ¡Tengo hasta una mina de oro, no me doy abasto! ¡Y de paso ganas dinero, que buena falta te hace!

Se expresaba con el entusiasmo de quien encuentra el hilo negro. La tarde del siguiente lunes, con el solón y la cruda, a Esteban ya se le habían quitado las ganas de progresar. Aún así, se presentó en el edificio de la empresa. Lo recibió el gerente, le explicó las tareas.

―Esta es una tienda que vende lámina y perfiles de fierro para la industria, en cantidades de mayoreo y también al menudeo. Uno por uno contarás el filo de cada lámina por su orilla, luego revisarás por hileras; apuntarás todo con mucho cuidado.

Eran cantidades estratosféricas, había que también ponerle un sello rojo a la exacta supervisión. Al viejo le dio escalofrío, eran miles de orillas, unas más adelantadas que otras, miles de filas, miles de filos. Cuando no se alcanzaran a ver, tendría que moverlas para evitar la fuga aritmética del exacto cárdex. Dijo aquel que sería sencillo, pero en las bodegas todo parecía una sentencia a la guillotina. Interrumpe al gerente:

―Ya ni le siga, ingeniero. No podría hacer este trabajo ni aunque volviera a tener veinte años. Présteme una hoja para escribirle un recado a mi amigo y explicarle por qué me fui despavorido. En el papel anotaba para salvar su pellejo: “Arnulfo: gracias por tu intención de ayudarme con este trabajo que me ofreces, pero no, ¿para qué les hago la malobra? En ese puesto necesitas gente entera, vigorosa. Ya sabes que lo mío es la literatura, las letras. Tu amigo, Esteban”.

Todo llegó a parecerle raro, acaso fueran los vapores de la cerveza. Arnulfo sabe que él trabaja como editor de libros y articulista de periódicos que le pagan una bicoca y que todo significa para él solo un sueldo escaso. Pero de eso a suponer que a huevo necesitaba más dinero y que por lo tanto trabajar en lo que sea, era por lo menos tonto.

Eso quiso pensar Esteban, y estaba a gusto pensándolo hasta que recapacitó en que su amigo tenía razón: si ya no la libraba con los recibos, menos para las cervezas y mucho menos en estos antros de moda que le gustan.

Adivinó que su amigo no lo invitaría a tomar más. Pensó en su vida como episodio de una telenovela con una anécdota muy mala. Suspiró. Ya ni quiso pasarse lo amargo con lo último de la cerveza. Mañana llegaría temprano con el ingeniero, le pediría la nota para romperla y, donde nadie lo viera, se tragaría sus palabras.

domingo, 5 de enero de 2025

Era Jurásico y es

 

Era Jurásico y es

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

En la milenaria era del deshielo hubo un plesiosauro que eligió para su solaz y para sus negocios el oficio de historiador. Como investigar con rigor requiere trabajo, empezó a juntar fojas y actas y más fojas que hallaba en archivos y museos; con ese amasijo improvisaba libros fusilados de aquí y de allá, y los iba publicando con fruición. Muy pronto consiguió que una universidad le diera un despacho, con puerta de caoba y letras doradas, donde ejercía sin oficio ni esfuerzo, pero con buen salario. Treinta años después ya había publicado veinte libros, mismos que nadie compraba ni leía y solo circularon entre los políticos a quienes zalameramente el autor regalaba, untuoso y esperanzado.

sábado, 4 de enero de 2025

La hoja y las letras

 

Dibujo de Beatriz Bejarano

La hoja y las letras

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Para poner al día mis gastos necesitaba con urgencia algunos centavos extra, así que le pedí a un amigo apalancado en el Gobierno que me consiguiera un trabajo. Lo único que pudo o quiso conseguirme fue que diera un taller literario en una colonia de asentamiento irregular que el gobernador, rodeado por su cuerpo de seguridad, había visitado recientemente, cambiando promesas por indulgencias. Una de esas promesas la tuve que cumplir yo mismo los miércoles de cinco de la tarde a las ocho de la noche, en la biblioteca comunitaria. Se inscribieron tres jóvenes cholos, un profe jubilado, cinco señoras arriba de los 40 y una niña genio de 13 años. Número perfecto: 10 personas. Unos llegaron con su Laptop o su Tablet y otros escribiendo en su celular inteligente. Como primer ejercicio les pedí que desarrollaran, con tema libre, un texto cualquiera con un mínimo de dos líneas y un máximo de media cuartilla. Fuera de algunos trabajos construidos por lugares comunes, varios me entregaron textos notables y bien redactados. Destacaba, por estar escrito a medio camino de ambos ambientes, el del profesor jubilado: “El mayor miedo del escritor no es a la hoja en blanco, sino a deber las letras.” Sin explicarme bien porqué esas dos líneas de pretendido ingenio me parecieron bastante amargas. Eso tal vez porque la página en blanco ya ni existe, sino esta rutilante pantalla; y las antiguas letras de cambio, que ahora hasta parecen benignas, han sido sustituidas por la despiadada guillotina de los impostergables pagarés electrónicos, esos que ahora firmamos con tanta ingenuidad para que bancos, tiendas, restaurantes, gasolineras y autoservicios nos resuelvan problemas de dinero a cambio de empeñarles la casa y la vida, terminando las tardes dando estas clases en este barrio mortecino a las orillas de la ciudad, en las faldas del cerro.

Pastorcita de la paz

 

Pastorcita de la paz

 

Por Fernando Suárez Estrada.

 

Los líderes de la Tierra recibieron el abrazo de Año Nuevo que una Pastorcita, desde las Cuevas de los Portales, dirigió a los corazones del mundo.

Y el milagro se dio: Las fantasías de aquella criatura se hicieron realidad. 2025 se convirtió, desde su primer segundo, en el año del amor y la armonía. Todos los seres humanos se deshicieron de las armas y las drogas, y cantaron con amor a los dioses y a su luz civilizada.

¡Adiós odio, armas y drogas! serenatearon niñas, niños, jóvenes, nubes, nieve, lluvia, rayos, centellas, el sol y una luna.

La Pastorcita besó las frentes de padres, hermanos y amiguitos, incluyendo las de su parentela y las de los desconocidos, besó las plumas de nieve, los arenales, las montañas, cerros y ríos, los alamitos, pinos y rosales, manzanos, maizales, nueces y frijoles. Besó las calles, los cachetes de la luna, las estrellas, los labios del volcán Picacho. ¡A los dinosaurios voladores Quetzalcoatlus!, fósiles de nuestra región, las faldas de la Laguna de Bustillos. A osos, venados, búfalos, toros, vacas, cochinos, ovejas, burros, mulas, caballos, coyotes, lobos, zorrillos, perritos, perros, gatos, ratones, víboras, palomas, golondrinas, pavorreales, grullas, cuervos, pajarillos, patos, cisnes, hormigas, gusanitos, luciérnagas, grillos, abejas y, sobre todo, besó las frentes de muchos niños y jóvenes que eran orillados a perder la sonrisa, su mirada y la ilusión de vivir, debido a los narcos que asfixiaban y esclavizaban a seres buenos, destruyendo a sus propios hijos y familias.

Las redes sociales y la inteligencia artificial temblaron de emoción. Las cuevas, granjas, escuelas, iglesias, ateos, cines, televisoras, radio, prensa y literatura sacudieron las conciencias y proyectaron a la Pastorcita del mundo como el pedacito de Dios de la humanidad, nacida ella un día primero de enero de 2025.

Y entonces un beso de virgencita y aleluyas de amor e ilusiones cantadas en múltiples lenguas se posaron en los oídos de los pobladores de México, del planeta Tierra y del Universo.

 


Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de CuauhtémocChihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza”.

viernes, 3 de enero de 2025

Poeta de proporciones áureas

 

Foto Pedro Chacón

Poeta de proporciones áureas

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Nació gigante y desde niño parecía destinado a ser leñador del monte o estibador de ferrocarriles. Pero era un poeta. A pesar de eso, desde el kínder hasta el colegio, a nadie se le hubiera ocurrido hacerle bullying, y no nada más por su imponente volumen, sino porque la ironía le brotaba como encantamiento, exuberante, unas veces exquisita pero siempre demoledora; todo mundo se cuidaba de sus frases como flechas punzantes y certeras. Como sin querer, eligió el diseño como su profesión y también como su expresión poética. Sus clientes negocian fuerte y procuran pagarle muy poco, pero en cuanto ven su imponente presencia física, la mirada firme de sus ojos burlones, se intimidan tanto que firman sin chistar los presupuestos que antes le habían rechazado, sin regatearle ni un peso.