Concierto de los Espacios Vacíos
Por Jesús Chávez Marín
El domingo22 de septiembre de 1991 la ciudad de Chihuahua ganó un nuevo
escenario para la música, la plazuela Fuentes Mares. El grupo de rock Espacios
Vacíos ofreció allí un concierto de esa que José Agustín bautizó como la nueva
música clásica.
A las siete de la tarde, puntualidad exacta, empezó intensa la primera
rola, ante un grupo de señores y señoras que media hora antes había empezado a
reunirse frente al coqueto foro instalado sobre tubos de fierro, protegido con láminas
galvanizadas nuevecitas, por si las lluvias.
Luego de la ejecución de la tercera pieza musical el público había
aumentado al doble, con los tranquilos paseantes que disfrutaban el último
domingo del verano y un rico solecito.
El grupo Espacios vacíos está integrado por cinco jóvenes veinteañeros:
Mándix Nuñez en la guitarra; Jimi Andrade en el bajo; Alejandro “El Oso” Tirado
en la pila; Luis Carlos Ortiz en la otra guitarra y Edgar Luna en la consola.
Su material es 100% original, aunque también tocaron una pieza de Eric
Johnson, con arreglos propios de cada uno dándole vuelo a sus instrumentos y a
su viva imaginación. Resultado: una mezcla de ritmos latinos, del buen jazz y
del más ortodoxo rock and roll.
Signo de los tiempos, y del progreso a pesar de la crisis económica, son
estos jóvenes maestros, quienes a sus pocos años de edad tienen ya listo un
casset demo, muy bien grabado y con música propia.
―Oye, Heriberto, ¿por qué tocan tan padre estos muchachos de Espacios vacíos?,
¿cómo le hacen?, ¿dónde estudiaron?
Heriberto Ramírez funciona algo así como la enciclopedia del rock en
Chihuahua y en sus ratos libres se dedica a filósofo de la ciencia. Su respuesta
fue la siguiente:
―Tienes razón, tocan bien y son autodidactas, casi, casi, aquí no hay de
otra. Aunque recientemente El Mándix ya se fue a Guanajuato a estudiar música y
llegarle a la academia. El buen trabajo es producto de una generación a la que
sus jefes, en vez de correrlos de la casa con su ruido a la calle como antes se
acostumbraba, los estimulan y hasta, si se puede, les dicen: “ a ver, m’hijo,
cuál guitarra le gusta”. Se ponen con ellos a tocar o a escuchar su música, van
con ellos a los conciertos y hasta son sus fans más apasionados. “Ese que toca
la batería es mi hijo” –le dicen a su vecino en las tocadas–. Bueno, hasta la
parrandean juntos en el rol. Entonces los chavos ya no gastan su energía
odiando a sus padres, como antes, sino que pueden dedicarse en serio y con
seguridad a tocar y a componer canciones.
Por ahora no todos los jóvenes llegan a formar un grupo de tanta maestría
como estos de Espacios Vacíos que el domingo se lucieron, lograron emocionar a
tanta gente y de todas las edades: desde niños de tres años al lado de sus
rockanroleros padres, hasta tíos abuelos bastante alivianados que se sentaban a
las orillas de la plazuela Fuentes Mares o en las bancas de fierro del Paseo
Bolívar para disfrutar este concierto de buen rock.
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