Anemia
Por Jesús Chávez Marín
Su sonrisa señalada por un dolor intenso,
la sangre de otros penetra el corazón y la bruma;
llega desde un cristal, desde una aguja
prendida en la vena de su mano.
Palabras de consuelo para los que llegan
a la cama de hospital, como jardines y espejos.
Reposo atormentado por la química;
nostalgia del trabajo.
La añoranza
de la risa lejana de los hijos,
los niños que fueron.
Hoy adultos frágiles
que vienen de visita.
El miedo en la espesura de la sangre ajena,
tersura fragante de las propias venas.
Agua que de tanto amor fue consumida:
batalla obstinada de una mujer
contra la pobreza.
La fruta de ese árbol: arco iris en la Tierra.
La madre conoce su victoria: sus hijos
jamás serán doblegados;
no les faltara refugio mientras vivan.
Por eso sus manos trabajaron tanto,
agotó sin descanso los años de su sangre
para que ellos tuvieran alimento y orgullo.
Alguna vez sintió el sabor
de las ofensas,
muecas de escarnio,
latigazo de sombra,
pero nadie logró lacerar su dignidad intacta.
El ritual del trabajo y la luz de su mirada
cultivaron sueños.
No hubo héroe que pudiera
igualar sus hazañas de mujer valerosa.
Al pasar de los años, su sangre delgadita
fue torrente y cauce de alegría,
claridad para los hijos de sus hijos.
Como en los salmos
que cuentan historias de quienes alcanzaron
la bienaventuranza de mirar el reflejo
de la propia vida, el eco, la sombra
en las voces, las risas, la piel hermosa
de hijos y nietos;
la algarabía en el hogar
donde el pan se prepara,
las comidas, las bodas;
el amor consumado en alianza vigorosa
y a veces también las penas,
el tejido de la tristeza.
Pero siempre
con la fuerza del río,
del amor que sigue
su cauce inagotable.
Noviembre 2001
No hay comentarios:
Publicar un comentario