lunes, 18 de enero de 2021

JChM. Pablo

Pablo

 

 

Por Jesús Chávez Marín

 

 

Lo escrito, escrito está.

Y aunque la muerte canceló los sueños,

padre, te recuerdo en tus horas de angustia.

Y miro en mi rostro la señal de tu nombre.

 

Padre: hoy me pareció conocer a tu hijo.

El que jamás tuviste. El que hubieras querido.

Y a la sombra de la casa por él construida

pude intuir la vida que pediste al cielo

nos fuera regalada.

 

Con tus manos trabajabas, y tan intensamente.

Con los ojos mediste con precisión los espacios.

Y luego caíste al vacío, al aire; el golpe fue un estruendo.

Alguien había dejado por torpeza la trampa.

 

Te ganabas la vida. El pan de tus hijos,

padre, y algún desgraciado, con su negligencia,

dejó la lumbre suelta en un cable de luz.

Te ganabas la vida y hallaste la muerte.

 

Tu corazón lleno de voluntad y fortaleza

mantuvo algunos años las ventanas abiertas

de tu imaginación torrencial; el caudal amoroso

de los juegos, los hijos; tu corazón invencible.

 

Padre: viviste. Aunque rotos algunos de los cauces.

Conociste otras hijas que luego nacieron.

El violento licor de un tiempo atormentado

trajo dolor a tus amores; también sabiduría.

 

Y este domingo, padre tan amado,

en la casa lujosa de tus sueños rotos

hablo de nuevo contigo, de la violencia de aquellos años

que ya pasaron. Que ahora son memoriales

en la serenidad, a veces dolorosa,

de la escritura.

 

Diciembre 2005

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