Pablo
Por Jesús Chávez Marín
Lo escrito, escrito está.
Y aunque la muerte canceló los
sueños,
padre, te recuerdo en tus horas de
angustia.
Y miro en mi rostro la señal de tu
nombre.
Padre: hoy me pareció conocer a tu
hijo.
El que jamás tuviste. El que
hubieras querido.
Y a la sombra de la casa por él
construida
pude intuir la vida que pediste al
cielo
nos fuera regalada.
Con tus manos trabajabas, y tan
intensamente.
Con los ojos mediste con precisión
los espacios.
Y luego caíste al vacío, al aire;
el golpe fue un estruendo.
Alguien había dejado por torpeza
la trampa.
Te ganabas la vida. El pan de tus
hijos,
padre, y algún desgraciado, con su
negligencia,
dejó la lumbre suelta en un cable
de luz.
Te ganabas la vida y hallaste la
muerte.
Tu corazón lleno de voluntad y
fortaleza
mantuvo algunos años las ventanas
abiertas
de tu imaginación torrencial; el
caudal amoroso
de los juegos, los hijos; tu
corazón invencible.
Padre: viviste. Aunque rotos
algunos de los cauces.
Conociste otras hijas que luego
nacieron.
El violento licor de un tiempo
atormentado
trajo dolor a tus amores; también
sabiduría.
Y este domingo, padre tan amado,
en la casa lujosa de tus sueños
rotos
hablo de nuevo contigo, de la
violencia de aquellos años
que ya pasaron. Que ahora son memoriales
en la serenidad, a veces dolorosa,
de la escritura.
Diciembre 2005
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