Gaspar Gumaro
Orozco
Por Jesús
Chávez Marín
Recuerde el alma dormida,
abive
el seso y despierte contemplando
cómo
se pasa la vida,
cómo
se viene la muerte
tan
callando;
cuán
presto se va el plazer,
cómo
después de acordado
da
dolor,
cómo,
a nuestro parescer,
cualquiera
tiempo pasado
fue
mejor.
Jorge Manrique
Hubo una vez un maestro
valiente como nadie. Y tan
brillante
como esmeralda pulida.
Poema de gran elegancia.
Se llamaba Gaspar Gumaro
Orozco. Abogado de buena escuela.
Su oficio fue la escritura de
poemas.
Me enseñó a vivir: escribo.
Con él aprendí también otras
lecciones:
El arte limpio de la política.
(Y también el agresivo y
tenebroso).
El buen uso de vinos y licores.
El placer sensual de un buen cigarro.
Gumaro habló, como nadie en
Chihuahua,
de tiempos viejos en nuestra
tierra.
De literatura, por supuesto.
Y de tormentas que nos dan los
amores.
Ángeles y centauros, libro suyo,
educó grandemente a quienes
escucharon,
los que entendieron esas canciones
que Gumaro escribió cuando era
joven.
El camino de la flor y del puñal
son textos de amor y gran belleza
donde algunas hallaban
sombra y luz de su destino.
Otro libro suyo se llama Facetas,
pensamiento y sueños;
navegaciones y fantasmas:
el sonido mental de las palabras.
En su escritura libre,
disciplinada,
Era samurái de gran valía.
Soy discípulo de aquel maestro
que murió ayer, pero que vive
en su máquina, en letras labradas.
Hombres como él “no caben en la
muerte”.
Febrero 1997
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