La vagancia intelectual del café: refrigerio intelectual, fuente de palabras y zona de pensamiento crítico.
Por Jesús Chávez Marín
Una mujer que es psicóloga, quien por confusas razones del amor me critica mucho, me dijo una tarde que yo había pasado más tiempo en las cafeterías que en la universidad. Ese comentario me dejó un poco pensativo y le dije que tal vez tenía razón; durante diez largos minutos me la pasé preocupadísimo por todas aquellas horas perdidas. Por supuesto, me refería a las horas pasadas en el aula.
En efecto, conozco las tres o cuatro cafeterías que hay en nuestra ruinosa ciudad. Durante años he venido conociendo a las diversas peñas que se dan cita en los distintos lugares, grupos de amigos ocasionales que se reúnen en busca de un relajamiento psicológico como un refrigerio intelectual, para decirlo con palabras de Guillermo Herrera, a quien entrevisté para escribir este relato, ya que él es todo un experto en el arte de tomar café.
Es así como he ido conociendo las diversas tertulias, gordas que se ponen a desayunar con sus amigas y a contar con sumo desparpajo las intimidades más secretas de otras amigas ausentes; políticos en retiro que leen al descuido los periódicos mientras saborean su amargura mezclada con la amargura reconfortante del café; desempleados que con moneditas acabalaron para un café y con la mirada levemente humillada examinan el anuncio clasificado que hace polvo todas sus esperanzas: ni son ingenieros industriales, ni saben computación, menos el 80% de inglés, ni tienen de 20 a 35 años, ni son de presencia agradable, ni consigue cartas de recomendación, ni traen para la propina, ni conocen algún compadre influyente.
Para no hacerles el cuento largo no hablaré de otros tipos de especímenes habituales del café: vendedores ambulantes que se la pasan revisando sus tarjetas y la verdad perdiendo el tiempo sin hacerle caso a Napoléon Gil, su autor de cabecera, quien en 200 páginas que ellos tantas veces han repasado les dictó las instrucciones precisas para hacerse ricos; misántropos que como fueron profesores durante cuarenta años se siguen comunicando con sus semejantes en tono sentencioso y reprobatorio. Y otros.
El caso es que yo mismo terminé perteneciendo a una peña: el de los escritores asiduos a la cafetería, quienes toman café nada más porque saben que la cafeína se emplea como tónico del corazón. Ya sé que una gran cantidad de personas en esta ciudad se pueden preguntar, en diferentes tonos y con distintas implicaciones, que ¿cuáles escritores?, ¿a poco en serio hay escritores aquí? Vagos, ociosos, borrachines, mariguanos, periodistas hay muchos, ¿pero escritores? ¿hay deveras?
Pareciera que en este pueblo no hay lectores, los que pudieran establecer una demanda de escritura. Al no haberla, suena absurdo que exista la oferta: los supuestos productores de textos ¿para qué carajos se ponen a escribir? Ni quien los pele. Para la gran mayoría de los chihuahuenses son desconocidos los nombres de Enrique Servín, Ana Belinda Ames, Rubén Mejía, Lilly Blake, Alfredo Jacob, Lourdes Garza Quesada, Luis Nava Moreno o cualquiera de los cinco que estamos en esta mesa (Alfredo Espinosa, Mario Lugo, Guadalupe Salas, Alma Montemayor and me).
En 1992 nosotros mismos organizamos un debate en torno a estos asuntos. Examinamos diversos factores en torno a lo que sería en Chihuahua la profesionalización de los oficios de la escritura.
De un lado poníamos la oferta: los escritores de cualquier tipo: poetas sentimentales, articulistas que llenan las planas editoriales, poetisas sensualmente histéricas, reseñistas de libros de los que lleguen tres ejemplares que los libreros locales venden al doble de su precio, redactores políticos que se la pasan sacándole la garra a sus colegas que están en el candelero, cuentistas, ensayistas y uno que otro novelista.
Del otro lado poníamos la “demanda”, las personas físicas o morales que requieren textos: se supone que las primeras empresas que buscarían conseguir textos son los periódicos. Pero en Chihuahua, al igual que en muchas otras regiones, los periódicos no necesitan textos de ningún escritor de su localidad. No tienen espacios culturales, ni de opinión, ni de análisis. Las pocas páginas son refritos de la prensa de la ciudad de México del día anterior; con notas informativas de sus propios reporteros, el 70% de los cuales son mera transcripción de boletines oficiales de gobierno o de clubes o de organismos empresariales; recortes de la revista Teleguía, Proceso, Eres, Cine Premier para llenar las columnas de espectáculos.
Las escasas funciones locales de teatro, danza, música; las también escasas conferencias o presentaciones de libros o exposiciones de artes plásticas no reciben cobertura, excepto de los fotógrafos de sociales de vez en cuando.
Otro cacicazgo que tal vez compraría textos, que es la mercancía que producen los escritores, es la oficina de promoción cultural del Gobierno del Estado. Pero la verdad compra muy pocos, ya que su actividad es escasa. En cuatro años de su inútil existencia, el Instituto Chihuahuense de la Cultura no ha editado ni un solo libro, ni un triste folleto. Antes se publicaba una revista Solar, de la cual en tres años alcanzaron a salir 20 números. Esa publicación se mantuvo en cinco etapas, con cuatro distintos equipos editoriales que cambiaban según las caprichosas destituciones y sustituciones de los 4 directores que han tratado sacar el buey de la barranca, sin conseguirlo. Todos ellos alegan a su favor que el gobierno siempre les asigna un presupuesto enano, y que nunca tienen dinero para nada y mucho menos para andarles pagando a los escritores de la ciudad de Chihuahua, los cuales en el fondo son muy despreciados por parte de los burócratas de la cultura.Mucha de la gente que circula en los cocteles comparte con ellos esa actitud de lo más pendeja: se refieren a los artistas, a los literatos de su ciudad llamándolos seudointelectuales. Así. Nunca los nombra como intelectuales, siempre les ponen el prefijo para sentir su propia chispa de ingenio y autosuficiencia.
Del municipio ya mejor ni hablamos. En la administración pasada su actividad editorial, escasa y de pésima calidad, se dedicó a publicar libros de historia y a favorecer, por cierto que mínimamente, a la empresa editora de la cual era dueño el propio presidente municipal Patricio Martínez, el Centro Librero La Prensa. Esta administración tampoco lleva muy buenas trazas, aunque ya conocemos a una editorial privada que tuvo un pequeño patrocinio para la publicación de un libro de cien páginas titulado La región romántica.
Junio 1995.
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