Elegía para Pablo Chávez Mendoza
Por Jesús Chávez Marín
Así, con tal entender
todos sentidos humanos
olvidados,
cercado de su muger
y de hijos y de hermanos
dio el alma a quien ge la dio,
el cual la ponga en el cielo
y en su gloria
y aunque la vida murió,
nos dexo arto consuelo
su memoria.
Jorge Manrique
Hoy nos reúne un acto triste: la muerte de nuestro padre, de mi
jefe, Pablo Chávez Mendoza. Un hombre de gran estilo, original sabiduría. Un
misterioso.
Vivió como solitario, pero amaba profundamente a sus hijos y a su
esposa Carmen Marín. Luego también a sus nietos, sus yernos, sus nueras. Todos
sentimos el cariño, la dulzura con que nos trataba, sobre todo a los niños.
Fue un señor de gran fortaleza física y espiritual: un hombre
libre.
Con sus contados amigos era bromista y platicador, aunque en otros
días también fue taciturno y silencioso.
Vivió entre serenidad y tormentas y siempre respetó la vida.
Con su ejemplo y sus palabras, dejó lecciones de una alta educación, entre ellas estas cuatro:
1. Nos enseñó a vivir con dignidad, porque era orgulloso, delicado
y sensible.
2. Nos enseñó a respetar a todas las personas. A los mayores. A
los niños. A ser leales con los amigos; amorosos y cuidadosos con la familia.
3. Nos enseñó a disfrutar el placer de la risa.
Vivió de buen humor, manifestación de su inteligencia clara,
incluso en las ocasiones en que transitó regiones de tristeza. Sabía reírse de sí mismo y, por
supuesto, también de los mitotes y las incoherencias en que caemos cuando
perdemos el control del cuerpo o de las palabras. Se reía de todo eso y
expresaba comentarios ingeniosos con una mezcla de ironía y bondad.
Vivió con alegría diáfana, sencilla y natural.
Y nos dejó la lección más importante:
4. Nos enseñó el valor de la libertad, el placer de disfrutar la
frescura del campo, la lluvia, los alimentos, la tierra, las calles, la ciudad.
A platicar con cualquier persona, a leer libros, a andar en
bicicleta, a manejar automóviles, a caminar sin ataduras.
A no someternos a tiranías públicas ni privadas.
A pensar, a tomar decisiones con honradez y buen juicio. A llevar
asuntos en forma ordenada, pero libre. A ser libres siempre.
Libres para pensar, amar, hablar.
Libres para trabajar, para disfrutar del tiempo, la naturaleza y el cariño de los hijos.
Hoy que lo despedimos para siempre, sabemos que en su memoria
nacimos para ser felices, que su largo amor será manantial de nobleza y que su
vida y el fulgor de su alta inteligencia trascenderá en la sangre, en la tierra.
Y en las acciones y el pensamiento de sus descendientes.
Que Dios lo bendiga eternamente.
Chihuahua, 20 septiembre 2000
Jesús, Malenita, Pablo, Carmen, Pedro, Mila y Lupita.
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