miércoles, 2 de septiembre de 2020

JChM. La espina del mezquite

Foto Jessica Aguirre Porras

La espina del mezquite


Por Jesús Chávez Marín


No existe regreso en asuntos del destino
Porque conforme viven, ya pasaron.
Los hilos de tu amor se han enredado,
escorpiona, tu aguijón es un relámpago.

Cuando la conocí, ya sabía de su veneno
que habría de matarme sin remedio.

Su nombre era Julieta. Y en su frente
la señal de Caín resplandecía
como la estrella de Venus en la madrugada,
como el azar de mi vida y de mi muerte.

Por mi parte, era un lobo solitario.
Había fracasado en los amores.
La violencia de mi corazón me había expulsado
del paraíso terrenal. De la ternura.

Pero entonces la mujer, su sombra, su sonido,
me llevó a su lecho con engaños.
Primero viajé por la pasión más alta,
luego vi el aguijón de su amenaza.

No me importó saber que aquella fuerza
acabaría con la estructura de mi vida.
Mi soledad había sido un lecho de arena
donde el mar era un recuerdo y un anhelo.

Ella no fue la lluvia de un consuelo
sino torrente caudaloso.
La tromba de su amor arraso con furia
los libros y los muebles de mi casa.

Con ilusión, ingenuidad irremediable
pensé que en la esmeralda, la espiga: su 

mirada
habría de iluminarse mi silueta.
Pero su condición no era la luz, era el incendio.

El agua vertiginosa de su corazón se ha ido,
su humedad entusiasta dejó grietas en mi 

tierra.
En mi piel se muestran sin pudor las cicatrices,
pero extraño el licor de aquel veneno.

Lloro las noches en mi casa;
camino y me miro en los espejos
que multiplican el vacío.

Cuando ella se fue no imaginaba
que la espada terebrante fuese tan rauda.
He de volver a mi retiro,
Donde el humo del silencio me consuele.


Noviembre 1999

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