Por Jesús Chávez Marín
Cuando los años han pasado como un río
caudaloso y fresco, a veces furioso, a
veces tranquilo,
en la rivera de ese río hay árboles y
arena,
jarillas y trozos de madera, piedras.
Recuerdos.
Los hijos de un hombre tal vez ya se
fueron.
Amores pasados van y vienen a la sombra
de la memoria; el dolor de la soledad es
una brasa.
Una herida. Tal vez un responso también.
Y lumbre.
Porque el silencioso río de la sangre en
las venas
también sigue llevando el aire y la luz. Y
su perfume
es de yerbas y arco iris. Metales.
Tiempo en su licor más fuerte. Incendio y
ceniza.
Por ejemplo yo recuerdo aquel tiempo
en que mis dos hermosos hijos eran niños;
cuando jugaba con ellos, cuando con
seriedad
escuchaban atentos mis historias. Las
canciones.
Y me parece que apenas fue ayer. Y los
miro
con la nitidez de un recuerdo cercano.
Con la gracia
de su sonrisa más fresca. Y aún percibo
el olor de su pelo.
Y oigo sus voces de niños, como si en
esta habitación
jugaran. Y luego dijeran: papá, llévanos
al parque.
Salgo con ellos a la calle de siempre.
Les compro una nieve. Los cuido del
tráfico.
Van de mi mano al cruzar las esquinas.
Con la sencillez de su vida. Con la dicha
exacta
de ser su papá y de que ellos sean míos
en la ilusión pasajera de la paternidad.
En el vuelo
de una vida entera. En el trabajo y el
reposo
de la vida que fluye. El río, su caudal.
Entonces me siento acompañado, aunque
sea en el recuerdo.
El río sigue para mis ojos y para mi
corazón
su vuelo portentoso.
Junio 2010
Maravilloso poema, muy emotivo!
ResponderEliminarMuchas gracias.
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