domingo, 25 de octubre de 2020

JChM. Magdalena

Magdalena

 

 

Por Jesús Chávez Marín

 

 

Hace algunos años, en este mismo bar,

había una cantadora de silueta azul.

Sus ojos eran tristes. La boca, sensual.

La voz muy fina, de arte mayor.

 

Cuando ella terminaba su grácil vuelo

solía volver al templo de su intimidad.

Parecía furiosa. Fumaba mucho.

Quien fuma y canta se desgarra la garganta.

 

Un día Jaramillo me la presentó.

Quería hablar conmigo —dijo el maestro.

Me puse muy inquieto, denme por muerto.

Había un mar de gente, yo andaba solo.

 

Con palabras extrañas ella me habló,

el sonido era dulce, fulgor de luna,

los ojos ardían esplendorosamente,

quería yo vivir en aquella mirada.

 

Ella era un lugar oscuro, poblado de ecos;

todas las ventanas siguieron cerradas.

Era una sirena de nombre secreto,

de aspecto milenario, como la Tierra.

 

Con ánimo sombrío me fui del Bar,

y no quise volver ya nunca más.

Un fulgor marino me acompañaba,

y el ritmo suave de una guitarra.

 

Junio 1987

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