sábado, 28 de diciembre de 2024

Línea de producción

 

Dibujo: Beatriz Bejarano

Línea de producción

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Cargando con dificultad una enorme panícula de trigo, la hormiga reflexiona sobre este destino suyo de trabajar todo el día para llenar de gramíneas las arcas de su comunidad. Sentirse realizada formando parte de una disciplinada línea de producción y mirar satisfecha la abundancia aquilatada durante todo el verano junto a tantas otras hormigas, sus hermanas, es su recompensa. Si a esta parábola le metiéramos algo de política o de filosofía existencialista, la hormiga pensaría puras ideas inconformes, rebeldes y autocompasivas, pero hoy hemos de dejar todo en santa paz.

miércoles, 30 de octubre de 2024

La abducción del hoyo negro

 

Dibujo: Beatriz Bejarano

La abducción del hoyo negro

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Esta diva parecía una garza en el escenario: parsimoniosa, borrascosa. Su mejor gracia era creer que poseía alguna. Había alimentado su ego abrevando entre las fuentes originales de la superación personal y el declamador sin maestro: padre rico hijo pintito, caldo de pollo para el resfrío, por qué la humanidad entera ama a las cabronas, etcétera. Seducidos, los marcianos la abdujeron creyendo llevarse al mejor espécimen terrícola. Cuando procedían con lo de la sonda se dieron cuenta que tanta gracia inflada por el extravío narcisista no cabría en el universo.

martes, 29 de octubre de 2024

Vicentita

 

Dibujo: Beatriz Bejarano

Vicentita

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Cuando Vicentita se suicidó, todos en el barrio nos sentimos culpables, menos su exmarido, y eso que seis meses antes la había abandonado para irse a vivir con Lanny, la hija del Dámaso Guadalupe, el de la cantina, que estaba buenísima y diez años más joven.

—A mí ni me volteen a ver —decía Olegario—, si ella se quiso dar en la madre, fue por su santa voluntad y hay que respetársela; ya está juzgada de Dios.

La que sí se quedó muy sofocada fue Lanny: ya hasta quería que Olegario se fuera de su casa, a pesar de que cuando bailaron una pieza juntos, en la tercera boda de su papá de ella, se había enamorado perdidamente.

A Olegario las mujeres del barrio le tenían el sobrenombre secreto de El Siete Leguas, por lo vasto de su atributo masculino, y también porque con una sonrisa o un vuelito de pestañas era suficiente para que se parara y relinchara.

—Pero cómo cree, mi reina, no me haga esto. Usted y yo nada tuvimos que ver con la muerte de Vicenta, que Dios la tenga en Su Santa Gloria.

—No te pases de pendejo, Olegario, cómo eres cínico. Claro que tuvimos qué ver, la dejaste toda atiriciada, tanto que no volvió a levantar cabeza, la pobre —Lanny era malhablada y claridosa.

—Pues sí, mi cielo, pero ahora ya qué. Lo de usted y yo es muy bonito como para echarlo a perder por una loca que se dio un balazo, ¿no cree?

—Ni madre, no me vas a convencer como cuando hiciste que te me entregara siendo un hombre casado. Quiero que saques todas tus cosas y me devuelvas las llaves. Ya no te quiero en mi casa… ni en mi vida.

No hubo poder humano que la hiciera cambiar de opinión a Lanny, que además mataba dos pájaros de un tiro: por un lado, se limpiaba la culpa por lo de la pobre de Vicentita, que Dios le dé su descanso eterno; y, por el otro, se quitaba de encima a Olegario, quien había resultado un arguenudo bueno para nada: con el cuento de que había caído mucho la industria de la construcción, no había trabajo para los albañiles, y eso que Olegario era de los mejores. Pero mientras esperaba que le saliera un jale, ella lo estaba manteniendo.

—Estás muy guapo, papito, y mejor dotado, pero nomás me faltaba que después de lo que pasó empiecen a decir que soy una de esas que pagan para que les den —reflexionaba Lanny con justa razón; levantando la voz y tronando los dedos, añadió—: ¡Te me vas pero ya!

—Está bien, solecito. Si así lo quiere, me voy. Ya nomás déjeme quedarme esta noche, se me hace muy gacho acarrear la ropa y la herramienta ya pardeando la tarde. Mañana tempranito me salgo y no me vuelve a ver, se lo juro, aunque la voy a extrañar un chingo, verdad de Dios.

—Quédate pues, sirve que nos damos la despedida. Pero mañana sin falta te sales, ¿prometido?

Entre los vapores de la culpa por lo de Vicentita, y el licor fuerte del adiós, esa noche fueron muy felices; tres horas después se quedaron dormidos en el valle del placer. Al día siguiente ella se levantó muy cantadora. Cuando despertó Olegario, le dijo:

—Oye, mi amor. Ya la pensé bien: quédate unos días a ver si en eso se van calmando las cosas. Lo que piense y diga la gente, al final me vale madre. Pero te voy a pedir una cosa, mi rey: Consigue trabajo, ¿sí?

—Claro que sí, preciosa, así será. Te lo juro por esta —y besa la cruz hecha con su índice y pulgar, para reforzar la promesa. Luego de prometer, se metió los tacos de huevo revuelto con bastante salsa del desayuno que preparó Lanny.

Pero Vicentita no se fue en vano, cambió su vida por el florecimiento de la venganza.

Enterrada en el centro de la plaza principal de Villa Hidalgo, donde cae la sombra de la cruz de la iglesia, proyectada por la luna llena de la medianoche de octubre, envuelta en unos calzones rojos con las pecaminosas manchas de la última vez que le fue infiel, hay una fotografía de cuerpo entero de Olegario clavada en una vela negra con un alfiler atravesándole su hombría. Además, también un mechón de pelo que Vicentita le cortó a mordidas mientras dormía sus borracheras. Junto a todo eso hay un pedazo de papel que dice: “Que pierda a todas sus enamoradas.”

Cuando hizo el entierro, debía regarlo con su propia sangre y así lo hizo: se sacó un chorro abriéndose la muñeca. Luego de recitar unas oraciones, se la enredó con un trapo y regresó a su casa, donde se desangró toditita porque además se dio un balazo en el mero corazón.

Después del desayuno y de un intento por el mañanero, Olegario, sintiéndose extraño y desconcertado, se despidió de Lanny y salió a ver cómo cumplir su promesa.

El bochorno de media mañana lo llevó al parque, donde buscó una sombra. Ahí vio pasar las horas y a las muchachas. Nada. Solo el hambre lo puso de pie. Caminaba por la calle Capoulade y vio que la cantina El Siete Leguas ya estaba abierta.

—Tocayo —con una sonrisa saludó Olegario al establecimiento.

Adentro, detrás de la barra, estaba Dámaso Guadalupe, y se dirigió a él.

—Lupe, ¿por qué le pusiste Siete Leguas a tu tugurio? —desenfundó con picardía la pregunta.

—¿Para qué quieres saber?

Nadie había en el local, así que tomaron y platicaron. Después de un rato, Olegario, bebido y hechizado con la idea, insistió:

—¿Por qué le pusiste así? —El alcohol hizo que la pregunta sonara a insinuación. Dámaso Guadalupe, ya con la guardia abajo y las ganas cosquilleándole, contestó:

—Por ti.

Lo que sucedió después fue la culminación de la venganza de Vicentita, aunque distinta a como se la había imaginado.

lunes, 28 de octubre de 2024

Venta de garaje

 

Dibujo Beatriz Bejarano

Venta de garaje

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

 Las tormentas se pronostican, aunque a veces resulta imposible. Eloísa había vivido sin dudas con su marido ejemplar; sus amigas se lo chuleaban. “Suertuda”, le decían. Pero ese viernes hubo una carta en el bolsillo del saco azul marino, dejada seguramente por descuido, aunque ahora pensaba que a propósito: “Claro que estoy enojada, Fernando. Ya me cansé de ser plato de segunda mesa: o te divorcias de esa mediocre o me consigo a alguien que sí quiera casarse conmigo”.

Mientras Eloísa leía, el marido había salido en otro clásico viaje de negocios falso y alcahuete. Así que, sin perder tiempo, ese mismo viernes Eloísa puso en los postes de todo el barrio y en las colonias vecinas el sencillo cartel escrito a mano: “Venta de garaje, este sábado y domingo en la calle Gardenias”.

El domingo en la tarde, junto con las primeras gotas de lluvia regresaba muy fresco Fernando de su viaje de miel, solo para encontrarse al frente de la casa el tenderete, ya muy menguado, de tooodas las que habían sido sus cosas: ropa, herramientas, aparatos de ejercicio, gadgets y, coronándolo todo, la bombita de vacío que con masculina discreción ocultaba arriba de su closet; sí: esa que muchas veces le fue tan indispensable para cumplir.

domingo, 27 de octubre de 2024

Ex libris

Dibujo Beatriz Bejarano
 

Ex libris

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Emeterio Fernández fue hombre de libros desde que abrió sus ojos por vez primera; creció con cuentos por las noches hasta llegar a los poemas de amor en su adolescencia.

Su padre, antes de morir, sentenció: “Cuida mucho mi biblioteca, muchacho. Es lo único que voy a heredarte; mi tiempo pasó sin amasar fortuna por leer y comprar libros en demasía. Tal vez me equivoqué, pero cualquier remedio muere conmigo.”

El pobre viejo había dicho esas palabras tan fracasadas porque un cáncer de próstata lo desanimó hasta llevarlo a la tumba.

Lo primero que hizo Emeterio, después de sepultarlo, fue ir a una imprenta y mandarse hacer un 'ex libris' por veinte pesos. El sello de goma decía, solemne y sonoramente: Biblioteca de Emeterio Fernández. Como todo coincidió con sus vacaciones, pasó seis días y siete noches en la autocomplacencia de estampar su nombre con tinta azul en las páginas legales de cada libro y luego en las páginas 101, 301, 501, y así.

Pasaron los años y siguió haciendo lo mismo con los libros que compraba, todo en metódica y santa procesión, hasta el dichoso capítulo en que se casó con Silvina. Andaba tan enamorado y era tan romántico, que con un gesto galante, a su mirar, mandó hacer otro sello con este letrero: Libros de Silvina y Emeterio.

Ella también había traído sus propios libros al nuevo hogar, pero no tantos como los de su esposo. En otras vacaciones él se ocupó varios días estampando el nuevo sello. Debajo de cada leyenda “Biblioteca de…” agregaba el nuevo “Libros de…” Era una fascinación y un deleite que creció con los días y los meses.

Pero siete años después, con una comezón que los hizo incorporar nuevos personajes a su novela de amor, Emeterio y Silvina se divorciaron.

Luego de un proceso contencioso y difícil, con el rencor y las palabras sórdidas que suelen pronunciarse y escribirse en esos casos, la mitad de los libros que Emeterio llamaba tan pomposamente biblioteca, fueron asignados en el juicio propiedad de Silvina.

A los tres días ella los vendió por kilo a la Librería Logos, donde, junto a los ‘ex libris’ que marcaban cada volumen, pusieron su etiqueta color naranja del precio, la que allí acostumbran ponerle.

sábado, 26 de octubre de 2024

Instantáneas

 

Dibujo: Beatriz Bejarano

Instantáneas

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

A la mitad de su vida, un hombre se vio de pronto habitando en un cuarto yermo y pequeño, jadeando solo como perro de arrabal a las últimas evocaciones que logró sacar de casa. Tenía la leve conciencia de que se merecía el cuarto, la soledad y el jadeo, pues había sido infiel y sospechoso en los años finales de su matrimonio en ruinas. Pero también estaba seguro de que cuando un amor se quiebra, son dos culpables. Ambos, displicentes o furiosos, se ocuparon de esa demolición. Grabada a fuego tenía la escena: “Como puedes ver ―mascullaba entre dientes reprimiendo la rabia―, tienes que irte hoy mismo de aquí, Esteban.” Eso dijo Natalia cuando el mediodía había marcado su hora. Sobre la cama había un montón de papeles y fotos rotas, desplegados los fragmentos a lo ancho y a lo largo, como jirones de una colcha de retazos. Del archivero del estudio que Natalia y Esteban compartían, al cual ella nunca se había asomado antes porque era educada y discreta, un indicio súbito e inequívoco la impulsó a revisar con lupa los papeles, y todos le fueron pareciendo tan susceptibles de culpa que al terminar respiraba con dificultad y sin la menor duda.

La posada infiel

 

Dibujo: Beatriz Bejarano

La posada infiel

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

 

Cuando se conocieron todo fueron flores, caramelos y chocolates. Una menta, un beso; sus ojos, corolas con gotas de miel; dulce de leche, las redondas puntas de sus pechos y lo demás. Por la ventana abierta, a la víspera de la primera posada, se colaron el frío y las campanadas lejanas de una iglesia. Salió ella de ahí, entre arroz y del brazo de otro. El duro golpe resquebrajó el alma del abandonado; con dolor callado trataba de recrear los dulces recuerdos. Solitario vive sus años, con las hordas de niños que no tuvieron, recogiendo a su alrededor naranjas, cañas y confitados.


sábado, 19 de octubre de 2024

No, señor apache


 

No, señor apache

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Dibujo: Beatriz Bejarano

 

La madre canta para que el niño vuelva a dormir: Yo quiero que me des un beso / para soñar / para soñar que nunca, nunca / me dejarás... La medianoche ha llegado inquieta, revolviéndole el sueño. Es eso o el hambre. La madre sale al patio con el niño en brazos, donde la espera su hombre, sentado en una mecedora, con una cerveza ya tibia en la mano. El padre es un apache alto, enorme como la sierra de donde bajó. Sus ojos oscuros son una noche donde las constelaciones rutilan las historias borrosas de su pueblo.

—No quiere dormirse y va a despertar a su hermanita... Tal vez si le damos... —pide la madre sin precisar el final de la oración. Y aún así, la montaña se mueve.

—Vamos —dice con una voz parecida al túnel de luz que avanza por la oscuridad de la carretera—. Íbamos los dos, al anochecer / obscurecía y no podía ver... —canturrea el hombre conduciendo la motocicleta. Atrás, aferrada a él con una mano va la mujer con el niño, apretado contra ella, envuelto en una manta de lana cruda.

Abrázame fuerte, porque me voy… —la madre se unió al canto.

En la cuna que forma el otro brazo, el crío deja de llorar mientras la canción avanza. Terminan el paseo cuando el sol iniciaba su ritual.

—Espera aquí —indica el padre—, traeré comida. La madre baja de la moto y él prosigue su camino. Al alejarse, el escape de la motocicleta suena como tambor ceremonial. Una nube blanca se ha formado.

En el cielo vive Dios, ¡Aleluya! / Nos abriga con amor, ¡Aleluya! / Y nos brinda protección, ¡Aleluya! —entra cantando la mamá a la casa.

Definitivamente, ambos eran devotos de Los Apson.

viernes, 18 de octubre de 2024

Escribano X

 

Escribano X

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Dibujo: Beatriz Bejarano

 

Ya no se mira en los espejos y no es por su físico, que no ofende. Es porque ya se conoce de sobra... y sabe de lo que es capaz. Sigue la huella de la poesía en celo sin perder tiempo aullándole a la luna. Esta es su historia. Es la luna, menguando de mansita, la que viene y le gime para meterse bajo su abrigo. Cuando amanece, orbita deslumbrado por el esplendor de otros cuerpos celestes. Es oficiante de la literatura, con fidelidad a las letras y a sus combinaciones para hacer palabras; escribe relatos de amor que alzan el vuelo, en parvada o en poemas, con sus iniciales en tu carne. A veces la gente fabula sobre él pensándolo como un lobo indómito, estepario, solitario por rabioso, capaz de hincarles los dientes, de morder la mano que lo alimenta y lo acaricia. Pero solo es otro Wolverine gruñéndole al mundo por justicia.

Con el blues a todo lo que da


 

Con el blues a todo lo que da

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Dibujo: Beatriz Bejarano

 

Obertura

—A fines de noviembre recibí en mi Whatsapp un flayer, la invitación para el concierto anual de Eskirla, que esta vez será en el Parque El Mirador. Rodolfo Borja, líder de la banda, toca una vez al año para sus groupies, que desde 1968 lo hemos seguido en cuanto bar, palacio o sala comedor se presenta, y siempre aprovecha para prendernos con lo más nuevo de su material de su hoy por hoy legendario grupo —y hace el riff del aire, como buen fanático del Rock—. Nomás que ese concierto tendrá un especial significado para mí, verás: Rodolfo escribe casi todas las canciones yo lo tengo en mi lista de los poetas de la ciudad, por la calidad literaria de sus letras, pues además de ser chingón como guitarrista, escribe potente, con profundidad y mucho estilo. ¿Verdad? Bueno, además de eso, de vez en cuando, muy de vez en cuando —lo dice prolongando las vocales y entornando los ojos—, hace canciones produciendo arreglos para textos de otros compas escritores de Chihuahua, como aquellas dos canciones que compuso con poemas de Sergio Durán, ¿recuerdas?

—Más o menos.      

—¡ Pues resulta que este año me saqué esa valiosa lotería! En febrero me llamo, muy serio como siempre habla, y me dijo que si “le permitiría” hacer una canción con mi texto “Blues llamado C. N.”, el que viene en la página 24 de mi libro Coralillo —la satisfacción lo hace inspirar hinchando las alas de sus narices para continuar—: En mayo me invitó a su estudio de grabación para que oyera el arreglo: sonaba a toda madre. Mi sencillo y modesto poema se oía en o-tra di-men-sión del arte: trascendió en la música. Y en este concierto de diciembre, esa canción será uno de los estrenos del grupo. ¿Quieres ir conmigo?

—Elsa Inés hizo una pausa de corchea y, mientras su corazón requinteaba, respondió:

—Okey.

 

Estrofa

—Cuando veníamos para acá, dijo que debía prepararse para esta noche tan especial y no caer en la simpleza de comprarse una playera negra con estampas rockeras, porque dice que así se las ponen los rucos fresas que luego de años se prenden. Agregó que él era rocker desde joven, y lo sería siempre; hasta levantó el puño estirando tres dedos. Pues sería como audiencia, porque no sabía tocar ningún instrumento y, que yo supiera, nunca perteneció a algún grupo musical, ni siquiera en prepa. Al último se compró esa camisa, tan siquiera para no parecer adulto mayor.

 

Estribillo

“Debo llegar debidamente hasta la madre, como va uno a todos los conciertos  —pensó para sí—. Aunque eso representa un problema, ya no frecuento a los contactos que me surtían el material. A ver, ¿desde cuándo no le entro?  ¡Uh, desde fines del siglo pasado que la dejé! Me gustaría decir que fue porque se lo prometí a mi madrecita en su lecho de muerte, pero no. La dejé por una causa vulgar y de lugar común: por prescripción médica: mi psiquiatra salió con la friolera de que la goma de la mota se acumula y se cristaliza en la próstata. En la madre. Ni modo, adiós para siempre a esa zona de mi imaginación…”

 

Interludio

Empezó la batería. El bajo y la guitarra eléctrica entraron a revolotear a su alrededor. Aquello fue la chispa del origen de la vida. Abrió grande los ojos como si así pudiera saborear mejor la música. Era dulce, dulcísima. Volteó a mirar a Elsa Inés y se sintió adolescente, en El Paraíso.

—¡Ese es mi poema! ¡Ya va a comenzar a cantarlo, escúchalo! —Ya sentía que cada palabra florecería en sus oídos y que de esos frutos probaría Elsa Inés, y que su placer sería eterno cuando Rodolfo cantó:

“Carmen, pasajera sutil

en los trenes de mi corazón…”

Elsa Inés, arrebolada, se levantó de su silla, cerró los puños y los puso en la cintura, como una bella ánfora romana, y arqueó la ceja, levemente furiosa.

—¿A quién le dedicaste ese poema?

—Cálmate, mi preciosa. Eso lo escribí en los años ochenta del siglo pasado, ya ni me acuerdo de ella, creo que ya hasta se murió —se justificó—. Luego hablamos de eso allá afuera. Aquí tenemos que hablar a gritos, por el ruido.

—Me vale.

El blues es una Celestina para los corazones atormentados:

“Agitabas un pañuelo blanco

−te despediste muy seria−”

La letra de la canción se abrió paso entre los pensamientos de Pilo para advertirle que repetía la historia. No quería verse abandonado nuevamente, no a su edad. Y le dio un tierno abrazo. Ella, siempre tan amorosa y dueña de sus emociones, le acarició un poco la melena, correspondiendo al beso.

Con la adrenalina del concierto, no perdió oportunidad y discretamente le pellizcó las nalgas a Elsa Inés; ella se sintió complacida pero hizo como que la virgen le habla. Él quería complacerse en saber que aquello era real, y no un solo un rico alucine.

martes, 15 de octubre de 2024

Novillo

 

Novillo

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Dibujo: Beatriz Bejarano

 

Al Becerrito le gustaba saludar, en especial a las amigas de sus hermanas mayores. Cuando era pequeño, porque ahora con sus 13, francamente asusta. Ellas se lo tomaban como gracia y decían que a él lo habían criado con leche en polvo, porque siempre parecía tener sed, con esa costumbre suya de clavar su carita en medio de los senos de las señoras. Pero ahora ni quién comente. Ya nadie quiere visitarlos. Las muchachas corren a sus habitaciones o se salen por la puerta del patio cuando aparece esa familia. Quienes se atrevieron a comentar lo incómodas que las hacía sentir el saludo del “chiquillo”, abrazándolas fuerte, procurando rozar sus senos el más tiempo que pudiera, simplemente dejaron de ser amistades de la mamá. Aquello tomó visos de enfermedad, así que nadie tocó el tema otra vez. En la escuela el muchacho era tratado como residuo peligroso; pocos niños cruzaban palabra con él, y de las niñas, solo las que se retaban entre ellas o como castigo de algún juego. Estaba un día el Becerro en el recreo, jugando al juego que más le gustaba, o sea, estar sentado viéndole los senos a las maestras, en especial a la de Biología, mujer bien dotada, cuando apareció la niña nueva. Ella era diferente. Tenía unos ojazos negros, un cuerpo de espaguetis a la mantequilla con un escurrir de gata en Youtube y una graciosa risa de timbre metálico. Todos los recreos la seguía y la miraba, enamorado perdido. Se sintió tan cautivado, que él mismo notó cambios que lo hacían parecer otro animal. Pronto se dio cuenta que ya no deseaba rozar los senos de las señoras; ahora sentía la prerrogativa de abrazar a aquella muchacha con todo su cuerpo, con todas sus extremidades palpitantes, con toda su alma, en la cual hay ahora un deleite inimaginable.

lunes, 14 de octubre de 2024

Donde termina el paisaje

 

Donde termina el paisaje

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Dibujo: Beatriz Bejarano

 

En uno de esos saltos despreocupados que se dan por el jardín, el chapulín se estrelló contra un poste de concreto. En su alma sencilla no entendía por completo cómo un campo verde se volvía baldío, y del horizonte que seguía sólo distinguía cuadros grises, alambres, orillas y colores con olores.

—Se ha puesto muy denso el panorama —se dijo, y luego de un rato desconcertado, siguió su camino dando brincos.

sábado, 12 de octubre de 2024

Neblina automática


 

Neblina automática

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Dibujo: Beatriz Bejarano

 

Cumplirle a su hijo, llevarle el juguete nuevo y verlo sonreír cuando lo encuentre bajo el árbol navideño… Recuerda haber visto el mono cuando un niño berrinchudo lo lanzó a la cara de su madre porque no venía con el Batimóvil. El frío de la noche le caló en las mejillas. Caminó al cajero automático afuera de la tienda departamental. Ahí se acomodó una barba abundante y jocosa. Esperó al siguiente usuario para atracarlo, empuñando la blanca sonrisa de su primogénito.

viernes, 11 de octubre de 2024

Prefacio

 

Prefacio

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Dibujo: Beatriz Bejarano

 

En noviembre de 2011, uno de nosotros dos, llamado Cárdenas, le escribió al otro en el Messenger, donde muy seguido conversamos:

—Apenas estamos en noviembre y aquí (en Monterrey) ya todo está abigarrado de arbolitos de Navidad, luces y santocloses.

Tres días después, el otro respondió:

—Sí, aquí está igual. Empalagado de esferas y tejocotes; esto parece piñata.

Ese día, para atenuar el fastidio los colores chillantes y villancicos a toda hora, se  propusieron escribir cuentos de Navidad que no tuvieran final feliz ni transcursos angelicales. También acordaron publicarlos simultáneos cada uno en su muro de Facebook.

De esa manera fueron apareciendo secuencias donde el Santoclós era un malandro de siete suelas; un viudo deambulaba por su casa divinamente adornada por su difunta esposa; un padre de familia arruinado se disfraza de Batman para obtener justicia de los usuarios de cajeros automáticos y así poderle comprar los regalos de Niño Dios a su hijo; un joven mancebo, abandonado por su querida, la contempla salir de la iglesia el 25 de diciembre...

Luego llegó la primavera, y con ella, nos brotaron otros temas.

Cuando llegó enero, ya habíamos agarrado vuelo en este tipo de discurso narrativo en colaboración; sin querer habíamos inventado el hilo multicolor de un sencillo sistema de escritura al alimón, al que, creatividad aparte, llamamos ordinariamente Ping-Pong.

Por supuesto que dicho método sufrió adaptaciones, recortes y afeites. Esta es, en tres simples pasos, la técnica resultante:

1. Uno de los dos redactores hace el saque, o sea, esboza un relato o lo escribe de pe a pa y se lo mandaba al otro en un archivo de Word.

2. Cuando el texto está en la cancha del segundo redactor, este lo modifica con toda libertad, pudiendo incluso eliminarlo y escribir el propio desde cero, y lo devuelve por Messenger, también en archivo de trabajo.

3. Y así el texto bota de un lado a otro hasta que ambos acuerdan que ya está terminado a satisfacción. Match. Set. Juego.

La regla de oro es que, al llegar el texto, cada uno de los autores lo trabaje desde la primera línea hasta el final, dándose la gracia de regodearse con las dos supremas facultades en la acción de escribir: la de redactor y la de corrector al mismo tiempo.

De esta manera conseguimos acumular un buen lote de relatos, unos con muchos likes en nuestras páginas y otros no tanto... de estos hicimos la selección que pródigos entregamos en este libro.

Esperemos que los lectores nos favorezcan con su Like y se diviertan con estas historias que a todos nos incluyen (la lista con los nombres de los mus@s se podrá consultar oportunamente en el siguiente Sueño de los brutos, volumen II) :)

 

Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Chihuahua, Nuevo León, a … y tantos del mes … del 20 … 


Patronímico

 

Patronímico

 


Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Dibujo: Beatriz Bejarano

 


Patronímico Vasconcelos se ha casado y reflexiona a la víspera de tener a su hija: “¿Cómo la llamaremos?...”

Recuerda sus años de primaria y secundaria, cuando todos se burlaban de él por su nombre; y también cómo empezó a destacar por lo mismo en la prepa, el placer de ser único y la bendición de no tener tocayos. Pero no, “...y menos ahora con la moda de las pinches latas con tu nombre...” Decide que su nena tendrá mejor suerte que la suya. “Tendrá todas las latas que quiera y a la vez será popular”. Ahora una Coquita Vasconcelos acompaña a la familia a la hora de comer.


martes, 16 de julio de 2024

1. Un día en la vida de Esteban Medina. JChM

 

1. Un día en la vida de Esteban Medina


Por JChM


Era el cielo y en el lago uno de sus espejos; en medio la sombra donde se agitaban deseos y memoria.



miércoles, 1 de mayo de 2024

La calle ladina

 

Amig@s: Quienes gusten, apúntenme en sus agendas esta fecha: viernes 31 mayo 2024 y ese día vengan a la presentación de mi libro La calle ladina en Sándor Márai Librería. Estaré acompañado en el foro por estas bellas personas: José Antonio García Pérez, Javier Chávez Bejarano y José Alejandro García Hernández, además de nuestro anfitrión Javier Corral Jurado.