Ex libris
Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín
Emeterio Fernández fue
hombre de libros desde que abrió sus ojos por vez primera; creció con cuentos
por las noches hasta llegar a los poemas de amor en su adolescencia.
Su padre, antes de
morir, sentenció: “Cuida mucho mi biblioteca, muchacho. Es lo único que voy a
heredarte; mi tiempo pasó sin amasar fortuna por leer y comprar libros en
demasía. Tal vez me equivoqué, pero cualquier remedio muere conmigo.”
El pobre viejo había
dicho esas palabras tan fracasadas porque un cáncer de próstata lo desanimó
hasta llevarlo a la tumba.
Lo primero que hizo
Emeterio, después de sepultarlo, fue ir a una imprenta y mandarse hacer un 'ex
libris' por veinte pesos. El sello de goma decía, solemne y sonoramente:
Biblioteca de Emeterio Fernández. Como todo coincidió con sus vacaciones, pasó
seis días y siete noches en la autocomplacencia de estampar su nombre con tinta
azul en las páginas legales de cada libro y luego en las páginas 101, 301, 501,
y así.
Pasaron los años y
siguió haciendo lo mismo con los libros que compraba, todo en metódica y santa
procesión, hasta el dichoso capítulo en que se casó con Silvina. Andaba tan
enamorado y era tan romántico, que con un gesto galante, a su mirar, mandó
hacer otro sello con este letrero: Libros de Silvina y Emeterio.
Ella también había
traído sus propios libros al nuevo hogar, pero no tantos como los de su esposo.
En otras vacaciones él se ocupó varios días estampando el nuevo sello. Debajo
de cada leyenda “Biblioteca de…” agregaba el nuevo “Libros de…” Era una fascinación
y un deleite que creció con los días y los meses.
Pero siete años
después, con una comezón que los hizo incorporar nuevos personajes a su novela
de amor, Emeterio y Silvina se divorciaron.
Luego de un proceso
contencioso y difícil, con el rencor y las palabras sórdidas que suelen
pronunciarse y escribirse en esos casos, la mitad de los libros que Emeterio
llamaba tan pomposamente biblioteca, fueron asignados en el juicio propiedad de
Silvina.
A los tres días ella los vendió por kilo a la Librería Logos, donde, junto a los ‘ex libris’ que marcaban cada volumen, pusieron su etiqueta color naranja del precio, la que allí acostumbran ponerle.
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