No, señor apache
Por Rafael Cárdenas Aldrete
y Jesús Chávez Marín
Dibujo: Beatriz Bejarano
La madre canta para que el niño vuelva a dormir: Yo quiero que me des un beso / para soñar / para soñar que nunca, nunca
/ me dejarás... La medianoche ha llegado inquieta, revolviéndole el sueño.
Es eso o el hambre. La madre sale al patio con el niño en brazos, donde la
espera su hombre, sentado en una mecedora, con una cerveza ya tibia en la mano.
El padre es un apache alto, enorme como la sierra de donde bajó. Sus ojos
oscuros son una noche donde las constelaciones rutilan las historias borrosas
de su pueblo.
—No quiere dormirse y va a despertar a su hermanita... Tal vez si le
damos... —pide la madre sin precisar el final de la oración. Y aún así, la
montaña se mueve.
—Vamos —dice con una voz parecida al túnel de luz que avanza por la
oscuridad de la carretera—. Íbamos los
dos, al anochecer / obscurecía y no podía ver... —canturrea el hombre
conduciendo la motocicleta. Atrás, aferrada a él con una mano va la mujer con
el niño, apretado contra ella, envuelto en una manta de lana cruda.
—Abrázame fuerte, porque me voy…
—la madre se unió al canto.
En la cuna que forma el otro brazo, el crío deja de llorar mientras la
canción avanza. Terminan el paseo cuando el sol iniciaba su ritual.
—Espera aquí —indica el padre—, traeré comida. La madre baja de la moto
y él prosigue su camino. Al alejarse, el escape de la motocicleta suena como
tambor ceremonial. Una nube blanca se ha formado.
—En el cielo vive Dios, ¡Aleluya!
/ Nos abriga con amor, ¡Aleluya! / Y nos brinda protección, ¡Aleluya!
—entra cantando la mamá a la casa.
Definitivamente, ambos eran devotos de Los Apson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario