viernes, 18 de octubre de 2024

Con el blues a todo lo que da


 

Con el blues a todo lo que da

 

Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Dibujo: Beatriz Bejarano

 

Obertura

—A fines de noviembre recibí en mi Whatsapp un flayer, la invitación para el concierto anual de Eskirla, que esta vez será en el Parque El Mirador. Rodolfo Borja, líder de la banda, toca una vez al año para sus groupies, que desde 1968 lo hemos seguido en cuanto bar, palacio o sala comedor se presenta, y siempre aprovecha para prendernos con lo más nuevo de su material de su hoy por hoy legendario grupo —y hace el riff del aire, como buen fanático del Rock—. Nomás que ese concierto tendrá un especial significado para mí, verás: Rodolfo escribe casi todas las canciones yo lo tengo en mi lista de los poetas de la ciudad, por la calidad literaria de sus letras, pues además de ser chingón como guitarrista, escribe potente, con profundidad y mucho estilo. ¿Verdad? Bueno, además de eso, de vez en cuando, muy de vez en cuando —lo dice prolongando las vocales y entornando los ojos—, hace canciones produciendo arreglos para textos de otros compas escritores de Chihuahua, como aquellas dos canciones que compuso con poemas de Sergio Durán, ¿recuerdas?

—Más o menos.      

—¡ Pues resulta que este año me saqué esa valiosa lotería! En febrero me llamo, muy serio como siempre habla, y me dijo que si “le permitiría” hacer una canción con mi texto “Blues llamado C. N.”, el que viene en la página 24 de mi libro Coralillo —la satisfacción lo hace inspirar hinchando las alas de sus narices para continuar—: En mayo me invitó a su estudio de grabación para que oyera el arreglo: sonaba a toda madre. Mi sencillo y modesto poema se oía en o-tra di-men-sión del arte: trascendió en la música. Y en este concierto de diciembre, esa canción será uno de los estrenos del grupo. ¿Quieres ir conmigo?

—Elsa Inés hizo una pausa de corchea y, mientras su corazón requinteaba, respondió:

—Okey.

 

Estrofa

—Cuando veníamos para acá, dijo que debía prepararse para esta noche tan especial y no caer en la simpleza de comprarse una playera negra con estampas rockeras, porque dice que así se las ponen los rucos fresas que luego de años se prenden. Agregó que él era rocker desde joven, y lo sería siempre; hasta levantó el puño estirando tres dedos. Pues sería como audiencia, porque no sabía tocar ningún instrumento y, que yo supiera, nunca perteneció a algún grupo musical, ni siquiera en prepa. Al último se compró esa camisa, tan siquiera para no parecer adulto mayor.

 

Estribillo

“Debo llegar debidamente hasta la madre, como va uno a todos los conciertos  —pensó para sí—. Aunque eso representa un problema, ya no frecuento a los contactos que me surtían el material. A ver, ¿desde cuándo no le entro?  ¡Uh, desde fines del siglo pasado que la dejé! Me gustaría decir que fue porque se lo prometí a mi madrecita en su lecho de muerte, pero no. La dejé por una causa vulgar y de lugar común: por prescripción médica: mi psiquiatra salió con la friolera de que la goma de la mota se acumula y se cristaliza en la próstata. En la madre. Ni modo, adiós para siempre a esa zona de mi imaginación…”

 

Interludio

Empezó la batería. El bajo y la guitarra eléctrica entraron a revolotear a su alrededor. Aquello fue la chispa del origen de la vida. Abrió grande los ojos como si así pudiera saborear mejor la música. Era dulce, dulcísima. Volteó a mirar a Elsa Inés y se sintió adolescente, en El Paraíso.

—¡Ese es mi poema! ¡Ya va a comenzar a cantarlo, escúchalo! —Ya sentía que cada palabra florecería en sus oídos y que de esos frutos probaría Elsa Inés, y que su placer sería eterno cuando Rodolfo cantó:

“Carmen, pasajera sutil

en los trenes de mi corazón…”

Elsa Inés, arrebolada, se levantó de su silla, cerró los puños y los puso en la cintura, como una bella ánfora romana, y arqueó la ceja, levemente furiosa.

—¿A quién le dedicaste ese poema?

—Cálmate, mi preciosa. Eso lo escribí en los años ochenta del siglo pasado, ya ni me acuerdo de ella, creo que ya hasta se murió —se justificó—. Luego hablamos de eso allá afuera. Aquí tenemos que hablar a gritos, por el ruido.

—Me vale.

El blues es una Celestina para los corazones atormentados:

“Agitabas un pañuelo blanco

−te despediste muy seria−”

La letra de la canción se abrió paso entre los pensamientos de Pilo para advertirle que repetía la historia. No quería verse abandonado nuevamente, no a su edad. Y le dio un tierno abrazo. Ella, siempre tan amorosa y dueña de sus emociones, le acarició un poco la melena, correspondiendo al beso.

Con la adrenalina del concierto, no perdió oportunidad y discretamente le pellizcó las nalgas a Elsa Inés; ella se sintió complacida pero hizo como que la virgen le habla. Él quería complacerse en saber que aquello era real, y no un solo un rico alucine.

No hay comentarios:

Publicar un comentario