sábado, 16 de julio de 2016

Luis Nava Moreno




Chihuahua tuvo un espejo

Por Jesús Chávez Marín

El 21 de diciembre de 1980 apareció el primer número de Tragaluz, suplemento cultural escrito por autores chihuahuenses. Novedades de Chihuahua tenía menos de dos meses de haber aparecido y su director fundador, José Fuentes Mares, tenía la intención, que en buena medida logró en su tiempo, de ofrecer a lectores chihuahuenses un periódico con alto nivel de producción, un diario preocupado por su propia imagen, no solo por atrapar contratos de publicidad.

Para conseguir esto Novedades de Chihuahua invitó a varios escritores locales a colaborar y se integró una sección editorial que trataba problemas de esa vasta región norteña, lo cual fue una fresca sorpresa para lectores acostumbrados a tragar refritos de periódicos capitalinos.

Otra de las medidas que se tomaron en esa línea fue fundar Tragaluz. Para ello Fuentes Mares llamó a Luis Nava Moreno, quien sería el director del suplemento. El primer número trae una breve declaratoria, “En este arranque”, donde se dice lo siguiente: “Con ello (el nacimiento de Tragaluz) se cumple un propósito de nuestro director general: dotar al estado y a sus habitantes de un suplemento dominical, de carácter cultural, hecho en Chihuahua y para Chihuahua”.

Y así, cada domingo en reportajes, fotos, relatos, entrevistas, dibujos, leyendas, se iba pintando el espectro de este territorio nuestro y sus gentes. Chihuahua tenía un mosaico de espejos donde mirarse.



Tragaluz tuvo desde el principio su carácter propio. Si queremos nombrar el rasgo predominante de este suplemento hay que escribir dos palabras: buen humor. Omite tomarse a sí mismo como parteaguas de nada; se proclama como Tragaluz, aventuras y resonancias dominicales. En lugar de autoescribirse una presentación larga y solemne, dedica su “En este arranque” a señalar quiénes serán los protagonistas de las aventuras y de dónde saldrán las resonancias. Sus columnas no quieren títulos académicos ni de proclamada erudición. Se llamarán “al filo de la tijera”, del pintor Alberto Carlos, “el rincón del horror”, “anécdotas de célebres desconocidos de Chihuahua”, “telecuentogramas”, “posibles leyendas”.

Tras el ingenio de la ironía está la mirada atenta de quienes quieren encontrarle a la amada sus misterios más sutiles y gozar con ella los hallazgos. Y aquí la amada será la tierra, es el tema y el lenguaje que va formulando Tragaluz.

El espacio principal, las páginas delanteras, lo ocupaba un reportaje extenso y con información de primera mano cuyo tema y objetivo era dar a conocer los lugares, las personas, las tradiciones de Chihuahua: Cusihuiriachic, Santa Eulalia, Hacienda de Bustillos, los médanos de Samalayuca, la Quinta Lupita, Majalca; Porfirio Parra, Francisco Almada, Alberto Carlos; Arareco, los ritos tarahumaras.

Los reporteros eran profesionales de la literatura y el periodismo: Luis Nava Moreno, José Fuentes Mares, Luis Urías, Manuel Talavera, Raúl Gómez Franco, Héctor Varela Unive, Jaime Pérez Mendoza, Víctor Bartoli y otros.

Los textos estaban ilustrados con imágenes, fotos de artistas como Remigio Córdova o Jean Louis Gonterre; dibujos de Alberto Carlos, Héctor Nava, Medardo Heras.

En las páginas de Tragaluz tuvieron espacio y dignidad las expresiones plásticas: eran comunicación y lenguaje, no decoración ni adorno. Algunas secciones fijas eran de imágenes: Chihuahua ayer, episodios ilustrados de la historia de Chihuahua, las crónicas de Héctor Nava, para solo mencionar tres.

Se crearon series de artículos: curiosidades del lenguaje, temas de lingüística y gramática histórica que escribía Hildeberto Villegas Méndez; Chihuahua en la filosofía, del maestro Federico Ferro Gay; el fascinante mundo de los coleccionistas, de Magdalena Minjárez y Martha Jurado, que nos reveló varias veces las maniáticas conductas de los acumuladores de fetiches. Los cuentistas fueron apreciados Tragaluz: José Jauregui, Manuel Talavera, Federico Urtaza, Luis Nava Moreno, José Pedro Gaytán, Miguel R. Mendoza y una extensa nómina de narradores; antes de Tragaluz no supimos que hubiera tantos y tan buenos en Chihuahua. Buenos algunos, claro, otros pocos medio regulares.

Pero llegó el final. El número 71, del 25 de abril de 1982, fue el último de Tragaluz. Los lectores, que ya estábamos acostumbrados a leerlo cada domingo, nos peleamos el domingo siguiente con el voceador: óigame, falta algo, me lo dio incompleto. No hubo explicaciones para los lectores por ese hueco dominical. Luis Nava Moreno seguía al frente del suplemento, pero Fuentes Mares ya no era el director de Novedades desde el 3de enero de ese año. Se cumplió el presentimiento de Alberto Carlos cuando en el número de aniversario, en su columna “Al  filo de la tijera” escribió: “feliz cumpleaños Tragaluz: no nos vayan a dejar a oscuras ahora que ya empezamos a agarrar la onda”. Numerosos lectores ya la habíamos agarrado y tuvimos que soltarla.

Diciembre 1984.

martes, 12 de julio de 2016

Óscar W. Ching Vega





El explorador y la princesa

Por Jesús Chávez Marín

El ángel de lo estrambótico le jugó bromas a un dinámico arqueólogo y después le ayudó a cumplir una fresca y sabrosa venganza literaria contra aquellos díscolos burócratas que, coludidos con la grotesca corte de la princesa Margarita López Portillo, hicieron fracasar una de las aventuras más vehementes. Si quiere encontrar noticia de tan singular caso, no se conforme con esta reseña, no se pierda la lectura de ese delicioso libro titulado Brigadier Felipe de Neve, ilustre y olvidado fundador de Los Ángeles, California. [Ching Vega, Óscar W.: Brigadier Felipe de Neve. Editorial La Prensa, Chihuahua, México, 1983, segunda edición].

El autor, quien sueña que la historia de Chihuahua es un cuento del viejo oeste gringo (página 25), tiene probado con documentos que Felipe de Neve murió y fue sepultado en Gómez Farías, Chihuahua, en la antigua hacienda de Nuestra Señora del Carmen de Peña Blanca. Este descubrimiento despertó su espíritu aventurero y pudo convencer a Margarita López Portillo para que apoyara sus investigaciones. Entonces la culta dama, “escritora, investigadora y persona siempre dispuesta a colaborar en los campos del arte y la difusión de todo tipo de manifestaciones positivas” (página 27) se animó con el señuelo de anotarse un diez en la celebración del bicentenario de Los Ángeles, California, a la cual había sido invitada como miembra del comité de festejos.

Fue entonces como pudo lograrse que el “explorador, historiador y arqueólogo autodidacta” (página 26) se apersonara en el poblado de Gómez Farías y a las 16:30 horas del día 25 de junio de 1980 ordenó que comenzaran las excavaciones (página 30). Y del 25 al 27 de ese mes, ayudado por un equipo de personas muy amables, encontró los restos más auténticos que jamás se vieron por estas tierras, los cuales garantizaban sus más caras investigaciones “basadas en documentos oficiales, información recabada por tradición oral y, además, gracias a las corazonadas recibidas que surgen de la fe que uno pone" (página 31).

No faltaron los incidentes. La gente creía que ellos buscaban “un entierro, barras de oro, y el jefe tuvo que correr a unos borrachitos que reclamaban su parte y prometían no decirle a nadie, estuvo a punto de que este servidor comenzara a hacer uso de sus modestos y honorables conocimientos de kung fu” (página 38). Para que vean que no todo humorismo es involuntario.

Luego su esposa no quiso que el explorador guardara en su propia casa el fúnebre bulto que contenía los restos rescatados para la historia; tuvo que llevárselos lejos, a su oficina, cubiertos con un manto azul para evitar murmuraciones. Después los mentados restos viajaron disfrazados de equipaje, se quedaron quietos en el closet de una habitación del Hotel Regis, reposaron en un anaquel de cocina de la colonia Roma y se perdieron en la inmensidad de la ineptitud burocrática del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la ciudad de México.

Ni Margarita ni su ayudante Claudio Farías prestaron la atención que la investigación merecía. Escurrían el bulto, se mantenían ocupados, no contestaban el teléfono. “No me hable de eso, no tengo nada que comentar”, dijo la señora cuando le preguntaron en California (página 64). Luego la inquina de “esos genios presupuestatívoros que, cobijados a la sombra de una respetable institución científica (el INAH), no tuvieron vacilación en mentir y en violar la ley” (página 64). Total, la misión falló. Pero queda este libro con pelos y señales, y con una agilidad y sentido del humor que son santo y seña de un habilidoso escritor.

Ching Vega, Óscar W.: Brigadier Felipe de Neve. Editorial La Prensa, Chihuahua, México, 1983, segunda edición

Diciembre 1984