jueves, 29 de marzo de 2018

Otra fábula de Ernesto

XII. La zorra y las uvas

Por Jesús Chávez Marín

La verdad resulta fastidioso que todo tenga que empezar desde los griegos. Cuántos antecedentes históricos tuvimos que soportar desde la primaria hasta nuestros días en casi todas las materias y sistemas. Y todo empezaba con los putos griegos. Y ahora nos traen un fabulista enamorado que prefiere morir por la libertad antes de seguir trabajando en una maquiladora fabulera al servicio de los que tienen el sartén por el mango.
Resulta difícil convertir esta serie de lugares comunes en un buen espectáculo: es el reto que se propuso el grupo Aleph al presentar su puesta en escena de La zorra y las uvas, del brasileiro Gullelme Figueiredo. Un reto bastante inútil y muerto al llegar.
Sale una dama muy bien vestida, Cleia (Sonia Alanís) cuyo vestuario le ha de haber costado una lana al productor y luce mucho. Ella es el centro de un triángulo amoroso entre su regordete marido Xantos (Jesús Hernández), un borrachín simpático y millonario, y el esclavo de éste, Esopo (Humberto Salcedo) fabulista bastante mamón que se siente soñado y superfiloso con su camiseta de ixtle, su gesto hierático y sus cuentitos de animales con profundas verdades, que habrán de grabarse a sangre y fuego en los aburridos libros de texto de primaria.
También sale una sirvienta coquetona llamada Melita (Olivia Solis) que quiere bajarle el marido a la señora y cuando el regordete sofista a la manda a volar, se conforma con agasajarse a un etíope (Roberto Jurado) que pesa150 kilos y, él sí, resulta espectacular presencia escénica gracias a las buenas artes del maquillaje y a que tiene en la cintura una llanta de grasa mara diablo.
Por último, sale también un soldado griego, Agnostos (Francisco Reyes) que parece romano con su casco de cartón y su musculatura fisicoculturista. Es tan rígido y tan cara dura que parece Arnold Schwarzenegger en el papel de filósofo estoico chambeando de guarura.
En fin. Estos teatristas de Juárez vienen a descubrir el hilo negro del teatro y empiezan apostando por textos teatrales de la pelea pasada, llenos de rollos muy acá, se autoapantallan con frases fatales y profundas: “prefiero morir en libertad que morir encadenado.” Y entonces una bola de gente –representada en escena por un griterío de grabadora bastante chafa– atrapa a Esopo y le pone una santa madriza que muy bien se la merecía, en primer lugar por habernos ofrecido un espectáculo tan aburrido y acartonado. En segundo, por haberse negado a seguirle contando cuentitos a su amo, Xantos, que es el único personaje divertido y original.
No se vale ya revivir este tipo de melodramas atenidos al chantaje sentimental del tema falsamente libertario. No se vale tirar en escena esos rollotes tan largos y morrocotudos. No se valen esas escenografías de cartón y esos vestuarios de época que lucen de pastelazo. El director de La zorra y las uvas, Ernesto Ochoa, tiene que ponerse a leer teatro nuevo, teatro mexicano, teatro vigente. No acudir facilonamente a obras que ya cumplieron su ciclo desde 1948: nacieron, crecieron, se reprodujeron y murieron.

Agosto 1991


XI. Boletín
3 de agosto. Ahora resulta que el prepotente INBA pretende desconocer las tres obras que eligió el jurado local para que unade ellas represente a Chihuahua en la Muestra Nacional de Teatro 1991. Algunas burócratas de aquí se quieren hacer cómplices de aquella disposición autoritaria y pendeja.

Agosto 1991

sábado, 24 de marzo de 2018

Edelberto Pilo Galindo

X. Dios en disputa

Por Jesús Chávez Marín

Con ustedes, respetable público, otra de ficheras. Nomás que ahora en teatro, presentada por el Grupo 1939. La obra se llama Dios en disputa, escrita y dirigida por Edelberto Galindo.
Como creyeron que venían a presentarse en Tutuaca y no acá en Chihuahua, porfirista y pontificia capital del estado, donde ya somos casi un millón de ciudadanos, pues ni siquiera se preocuparon por imprimir programas de mano para conocer los nombres de los actores ni de los personajes.
Así que, para efectos de esta reseña a Ella le llamaremos Paty. Su hijo la sorprendió en el lecho con un cliente perdulario, ejerciendo su oficio. Y claro, el jovencito se traumó. Fue entonces que los Testigos de Jehová lo “convirtieron”, lo pusieron a vender La Atalaya de casa en casa y lo convencieron de que pasara a pertenecer a la Hermandad de los Santos de los Últimos Tiempos, en vista de que el Armagedón aquí ya nos anda pisando los talones. Pero también su cuate del alma quería convertirlo en agua para su molino y hasta un padrecito de Juárez trató de regresarlo otra vez al redil de las ovejas reprimidas.
Esta mezcla de pasiones e ideologías hicieron polvo la identidad del muchacho, quien se pasa toda la obra con su cara de mártir, papelón perfectamente aprendido con Isela Vega en la película La India.
Yo muy a tiempo se los dije hace 15 años: tanto cine lopezportillista les iba a hacer daño. Pero no me hicieron caso y siguieron documentando sus ficciones en esas películas cuyas divas son Sasha Montenegro de López y Pedro Guever Chatanuga.
Y aquí están los resultados: un montón de putas y borrachines bailando a ritmo de música norteña; un jotito de a peso con cola de caballo: la voz de la conciencia colectiva; un autor y un grupo de teatro bautizados con la fecha en que se fundó el Partido Acción Nacional.
Edelberto Galindo, neodramaturgo posfronterizo que el año pasado logró un mediano éxito con su obra El Zurdo, donde sube a escena a los cholos de Juaritos, ahora nos presenta su Dios en disputa donde se las arregla para emplastar todos los tópicos aprendidos en los churros del cine mexicano de los ochenta, enriqueciéndolos con el lenguaje de la frontera más bonita.

Agosto 1991

IX. Nota de omisión

El autor de estas notas declara su negligencia al no asistir a dos funciones, cuando se presentaron el La Muestra: Los justos y Las preciosas ridículas. Pero, entonces, sigue anotando el declarante, inició profundas investigaciones para cubrir sus lagunas de información, utilizando para ello sus proverbiales habilidades de reportero y las bondades del chisme.

Agosto 1991

viernes, 16 de marzo de 2018

Ay las listas siempre resultan injustas pero allí se quedan

VIII. Vicio por la estadística

Por Jesús Chávez Marín

Las mejores tres. Traición, Novenario y Rosa de dos aromas.
Las tres peores: La orgía, Mínimo quiere saber y Amores que matan.
Mejor director: Mario Humberto Chávez, con Traición.
El peor: Fernando Chávez Amaya, por Amores que matan.
La mejor actriz: Laura Lee, en Traición.
La peor: Noemí Coronado, Amores que matan.
Mejor actor: Miguel Rodarte, en Novenario.
El Peor: (Premio desierto).
Mejor escenografía: la de Dios en disputa.
La peor: en Mínimo quiere saber.
Mejor actriz debutante: Alma Jurado, en Novenario.
Peor actor debutante: Juan Gómez Franco, de indito, con el sombrero que le pidió prestado a Lorenzo Rafail para salir en Su alteza serenísima.
El mejor texto: Rosa de dos aromas, de Emilio Carballido.
Cada espectador podrá elaborar su propia lista. El jurado de la Muestra lo integraron Luis Carlos Salcido, Alma Montemayor, Luis Urías, Gastón Melo y José Manuel López Esparza; eligió como Las Mejores Tres a Novenario, Dios en disputa y La zorra y las uvas.

Agosto 1991

sábado, 10 de marzo de 2018

Ernesto Ochoa Guillemard



VII. Rosa de dos aromas


Por Jesús Chávez Marín


Quizá la obra que más emocionó a la gente, que llenó completo el Teatro de Cámara la noche de su función, fue Rosa de dos aromas, dirigida por Ernesto Ochoa.
El encuentro de Marlene y Gabriela, interpretadas por las actrices Patricia Riazola y Sandra Juárez, llenó de sentimientos y de voces graciosas y furiosas el escenario.
A Riazola, cierto, le sobraron matices declamatorios y Sandra en ocasiones lucía rígida; como que no habían cristalizado su trabajo lo suficiente cuando se presentaron en La Muestra.
De todos modos el tipo de las dos actrices está perfecto para sus respectivos papeles. Esta versión escénica llegará a ser importante, definitivamente fue una de las propuestas más interesantes.

Agosto 1991

sábado, 3 de marzo de 2018

Y hago yoga a las seis de la mañana




VI. Conversación en la oficina

Por Jesús Chávez Marín

―Oye, Luz, ¿y por qué nunca vas al teatro?
―Ni madre, yo no pierdo el tiempo. Yo leo teatro. En mis ratos libres, claro, bien sabes que soy una mujer muy ocupada… Positiva.
―Pero, ¿te dejan ratos libres tus cinco chambas?
―Por supuesto, querido, aparte de positiva y organizada y hago yoga a las seis de la mañana, y tú lo sabes, y además compré computadora.
―Ah bueno, así sí, ni hablar, mis respetos, maestra.

Agosto 1991