lunes, 29 de agosto de 2011

alberto valenzuela rodarte


¿Quiere ser escritor?

Por Jesús Chávez Marín.

En 1982, cuando la corresponsalía chihuahuense del Seminario de Cultura Mexicana organizó la primera Asamblea de Escritores, cursaba yo el último año en la Escuela de Filosofía y Letras.
También en aquellos tiempos quería yo ser escritor. Quería serlo desde que estaba en la secundaria en el Instituto Regional, donde un maestro jesuita llamado José J. Treviño Botti nos leyó en voz alta durante todos los viernes, en la clase de español, la novela El viejo y el mar.
Yo escribía un diario todos los días y tenía el vicio por la letra impresa. Pasaba muchas noches leyendo biografías de santos y de papas, la extensa novela Los mártires, de Chateubriand, libros de Juan T. González, “el amigo del obrero” que mi papá me recomendaba con entusiasmo y novelas del sacerdote español José Luis Martín Vigil.
El texto que usó aquel profesor de literatura para impartirnos su clase tenía un título de forma interrogativa:¿Quiere ser escritor?, publicado en editorial Jus en 1963, cuyo autor es otro jesuita mexicano, Alberto Valenzuela Rodarte, compuesto con una copiosa reunión de estrategias de redacción.
Estábamos en tercero de secundaria, nuestro profesor logró contagiarnos su entusiasmo por la literatura, todo el grupo nos soltamos escribiendo y fundamos una revista escolar bien diseñada.
Una vez escribí una página, se la entregué al profesor para ver si la publicaba: apareció en la página 8 del número 2.
Lo que siguió después será la historia común, angustiosa y previsible (e irrelevante para casi toda la gente de estos terrenos donde impera la vaquería) de casi todos los escritores que han vivido en Chihuahua. Otra revista en el bachillerato, varias en la escuela universitaria, colaboraciones gratis en la mezquina prensa industrial y en más de quince revistas locales de todo tipo: desde la lujosa Azar, revista de literatura hasta la tricolor Scorpio de Florencio Aceves.
Y ahora, cuando tantos sueños personales y colectivos se acabaron para siempre, tendría yo (como muchos otros) que hacerme varias preguntas que francamente me hacen quedar en ridículo:
1. ¿Quiero (todavía) ser escritor?
2. ¿Logré ser escritor?
3. Ser escritor en Chihuahua, ¿es causa de prestigio o de desprestigio?
4. ¿Le sirven de algo los escritores a Chihuahua?
5. Si nadie necesita historias nuevas para llevarlas a la pantalla; si no hay aquí canales de televisión que requieran guiones; si el radio no necesita buenos textos para transmitir sino pura música chatarra que le vende Televisa y unos cuantos poemas que ya están escritos en El declamador sin maestro; si los periódicos de la ciudad ya cerraron los mínimos espacios donde alguna vez se asomaron los asuntos de la literatura y para llenar las pocas planas que no lograron vender de publicidad meten refritos de La jornada, Proceso y de otros periódicos del Distrito Federal donde es evidente que escriben mucho mejor que la mayoría de nosotros los autores de Chihuahua; si nuestras revistas nadie las compra y en cambio se venden un montón de Teleguía, Eres, Vanidades, Tv y novelas; si la sociedad chihuahuense se la pasa muy a gusto sin nuestros poemas, nuestros relatos y es poco probable que lea algún día nuestros libros; si las muy escasas obras de teatro que aquí se ponen en escena ya las escribieron Los Maestros (y varios no tan maestros) de otras naciones, los extranjeros famosos y solo excepcionalmente algunos dramaturgos mexicanos que viven o murieron en la ciudad de México; si no existe la menor demanda de textos míos por parte de la sociedad chihuahuense; ¿tiene algún sentido (aunque sea en la zona más abstracta de las ilusiones) seguir siendo escritor, o seguir intentando ser escritor?
La única respuesta lógica (y automática) para todas estas preguntas es: no.
Para documentar mi pesimismo, voy a poner enseguida una estrofa de Gabriel Zaid:

¿Para qué va un poeta a decirle sus versos
a una ciudad que no le paga por serlo
y que lo ningunea precisamente como tal?

Cuando fui joven tenía cierta seguridad muy íntima de que todos mis sueños se cumplirían. Y todos mis sueños tenían algo que ver con libros. Con leer libros. En un lugar secreto de mi corazón también estaba seguro que escribiría páginas maravillosas.
Y aunque suene así de ingenuo, todavía la estricta verdad de mi vida sigue siendo la misma: la pasión por leer, el impulso de escribir. Todos mis actos giran en torno a los libros, la escritura.
En aquella primera asamblea conocí a casi todos los escritores chihuahuenses. Ya conocía a unos pocos, pero la verdad me sorprendió que hubiera tantos y de tan variadas fortunas. Desde bohemios que arrastraban a su vida en las cantinas, en las calles y en las misérrimas oficinas donde trabajaban y donde les componían versos a las señoritas que de ellos tanto se burlaron y los miraron con lástima y cierta repulsión por su traje gastado, su pelo lustroso; hasta brutísimos académicos, dramaturgos exitosos en la escena nacional y novelistas de lo más aburridos pero que ya habían ganado el premio Villaurrutia que el gobierno otorga y a quienes la crítica reseñera bautizaba con la obviedad que la caracteriza, como a Rulfos del desierto y poetas de una sola cuerda. A la casa que fueres haz lo que vieres.
Me sentí impresionado con aquella extraña y variopinta reunión de literatos. No a todos les tenía respeto. Con la insolencia propia de los hombres inmaduros, despreciaba a varios de ellos. Algunos de sus discursos eran joyas del humorismo involuntario: necios, vehementes y engolados.
Recuerdo por ejemplo discusiones absurdas acerca del paisaje, la montaña, el desierto, tontería y media. Un poeta bien pintoresco leyó a gritos unas rimas donde su padre era un roble fálico, elefante blanco, monumento al autoritarismo doméstico, infestado de conejos y golpes de pecho.
Otro escritor desglosó una sarta de episodios y enseñó una peligrosa confusión de identidades suyas durante veinte largos minutos; cuando creíamos que ya había terminado, le aplaudimos por cortesía. Esperó él con parsimonia a que el aplauso terminara y luego dijo:
–Ha hablado el escritor. Ahora hablará el hombre.
Y a continuación se aventó otros veinte minutos de muy incoherentes y mal narradas anécdotas “de la vida real.”
Junto a aquellos dinosaurios de las letras chihuahuenses también conocí algunos escritores. Hasta entonces no sabía que existieran profesionales: es decir, que fueran autores de libros bien hechos, que cobraran por escribir, que publicaran en la llamada prensa nacional, o sea, la prensa del Distrito Federal.
Los escritores de mi generación tenían ideas claras respecto a la literatura. Habían participado en revistas y publicaciones que asumían en serio el oficio literario. Eran rigurosos con los textos, estudiaban gramática, lingüística y teoría literaria. Aunque viviéramos aquí, andábamos al día en literatura latinoamericana, la cual en los años setentas había tenido un impulso fabulosos en el mercado mundial de libros y editoriales. Leíamos a García Márquez, Octavio Paz, Vargas Llosa, Rulfo, Lezama Lima, revistas literarias; le entramos a la moda del estructuralismo, al realismo mágico, a la experimentación formal como lectores y como redactores. Las tres asambleas de escritores chihuahuenses que el Seminario de Cultura realizó en 1982, en 1984 y en 1987, junto con otros hechos, aumentaron el interés por la literatura, plantaron un contexto para existir como escritores. Llegó a creare cierta energía colectiva, la cual llegó a expresarse en otros ámbitos de la sociedad chihuahuense.
Hoy es notorio que aquel impulso se acabó. ¿Por qué? Hay muchas causas. En la cuarta asamblea se examinaron algunas de ellas.
De toda aquella agitación que empezó hace veinte años ha quedado el trabajo importante de algunos autores que, siguiendo su impulso individual, casi sin estímulos ambientales ni sociales, han venido escribiendo su propia obra literaria. Diré solo unos pocos nombres (como muestra basta un botón de girasoles). Entre otros autores serios y profesionales están: Alfredo Espinosa, Alfredo Jacob, Rubén Mejía, Zacarías Márquez Terrazas, Enrique Servín, Mario Lugo y Mario Arras. Ellos viven aquí en nuestras ciudades, tan dañadas por el desastre económico y por la depredación ecológica que le han causado los grandes capitales locales, la industria, el comercio y la política autoritaria, que son aquí tan perniciosos como en cualquier lugar del mundo.

Junio 1996

lunes, 22 de agosto de 2011

lilly blake


Historias de sabiduría femenina: presentación de Microuniversos, de Lilly Blake.

Por Jesús Chávez Marín

Para conocer los secretos de la tierra, hay que conocer el corazón de las mujeres. Es como entrar a una biblioteca donde hay zonas de silencio; jardines exuberantes, densos bosques; polvo de siglos donde se acumula la muerte; fábulas de sabiduría llenas de risa y secretos; cocinas bañadas de luz y frescura donde se mezcla divinamente con el aroma del arroz, el cilantro, la panadería y el perfume en el cuello de una exquisita cocinera.
Las mujeres fueron invitadas por Dios para que juntas, ellas y Dios, realizaran las tareas de la creación. Durante el primer día juntaron muy contentas los ingredientes: el aire, los sueños, la tierra, los metales, el fuego, el amor, el agua, el incienso.
En la segunda jornada fueron separando y mezclando. Al tercer día quedaron todas, ellas y Dios, embarazadas de puro gusto y empezaron a poblar los espacios con las criaturas de su imaginación.
En este libro de Lilly Blake, Microuniversos, hay testimonios de aquellos tiempos eternos. La creación sigue, las mujeres siguen siendo las señoras y el espíritu fecundo de ríos y mares. Escuchen como ejemplo este relato:

Vives en el ritmo de mi respiración
El soplo azul del viento
Aire
Existo en ti
Y afuera
En ti
Y afuera

La visión se produce desde la individualidad de un sujeto lírico, claramente femenino en la perfecta conciencia de quien se sabe generadora de seres, “vives en el ritmo de mi respiración”, y la identidad se desdobla con oscura sabiduría literaria hacia sus criaturas: “existo en ti y afuera”. Lilly Blake es redactora hábil, su poema se prende aquí y refleja algunos paisajes de ese territorio intuido al que llamamos poesía.
Vean este otro:

Del agua tomas la vida pez
Seres alados llenan el aire
Fauna de colores pisa la tierra
En el fuego
viven seres de rostros desconocidos
Cada vez que nos asomamos
quema.

Con elegante discreción, la poeta nos asoma a un abismo. Los seres que crepitan en la energía de la lumbre, las sombras que se abren para que pase el aire y avive las llamas, la lumbre de los tiempos ardiendo en las pasiones, los orígenes y el alarido de la propia muerte, “cada vez que nos asomamos quema”, imagen asociada con lucidez artística con la creación, con el agua de todo principio, “del agua tomas la vida”.
Lo asombroso en los textos de Lilly Blake en este libro es la economía casi monástica del lenguaje. Mujer de pocas palabras, la escritora se pasa la vida entera pensando y luego nos ofrece estos relámpagos de poesía, donde la energía de la luz hace tierra.
Existen frases que nada más las mujeres pueden decir. Lean por ejemplo esta:

Rueda la sangre
Rueda
Dentro de mí.

La poeta se deja invadir por ciertas imágenes. Pero ella permanece despierta, su inteligencia incluye con toda naturalidad a la fantasía, la sensibilidad, la intuición. Pero esta mujer es una pensadora de tiempo completo, solo a una persona torpe podría ocurrírsele repetir la pequeña tontería de que a las mujeres nadie les entiende. Ellas entienden, ellas saben, con una lógica más profunda y más alta, las pequeñas conexiones del ser humano con la naturaleza viva y con la naturaleza muerta.
Lilly Blake escribe también esto:

Dentro del tiempo
Detecto un reloj
Tic
Déjame pensar
Detente tiempo
Tac
Detente.

A Lilly Blake la conocimos hace poco tiempo en el ambiente literario de la ciudad. Ella nació en Delicias, estudió en el extranjero y luego anduvo un rato en el taller de Mario Arras. Sus poemas aparecieron en ese compact book titulado A medias tintas, la rigurosa y divertida antología de trece poetas que compiló, introdujo, anotó, vendió, y agotó la edición completa el escritor Rafael Avila, libro publicado en Ediciones del Azar.
La generación de escritores a la que pertenece Lilly Blake tiene dos condiciones muy prometedoras: ellos son jóvenes y muy profesionales. Es muy posible que este grupos de artistas rompa todas las fronteras, las limitaciones que hasta hoy ha padecido el oficio de la escritura: la escasez de publicaciones, el centralismo envidioso, la improvisación rimada, la poca dignidad laboral que nos obliga a escribir gratis (hoy en día, a un escritor sin recibos de honorarios nadie los respeta) y el resentimiento social de los poetas acomplejados que creen que todo mundo los ataca por ser jóvenes, por ser viejos, por ser pobres o por ser burgueses. Yo calculo que con esta vigorosa camada de escritores y de escritoras todo aquello pasará a formar parte de los recuerdos pintorescos.
Me encanta, por eso, participar en esta fiesta de la literatura: la presentación del número 10 de esta colección de libros universitarios, Flor de arena:
Microuniversos, de la señora Lilly Blake.

Blake, Lilly: Microuniversos. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 1997.

Junio 1997

viernes, 19 de agosto de 2011

bertha lucía cano medina


Columna: Escritores de la ciudad
Bertha Lucía Cano Medina

Por Jesús Chávez Marín

Bertha Lucía Cano Medina es maestra en la Universidad Pedagógica Nacional, ha publicado dos libros de poemas: Raíz de flor de campo y Virgen andariega, y un libro de filosofía titulado Mujer que rompe la norma. Recientemente acaba de publicar su cuento “La hacedora de nubes” que está incluido en el libro Círculo de narrativa 2, en Uruguay. Textos suyos aparecen en las antologías Como ángeles en llamas, de la casa del poeta peruano; Campos ignotos y otros libros colectivos.
—Lucía, ¿cuándo publicaste tu primer libro, Raíz de flor de campo?
—En 1998, en los talleres gráficos de Gobierno del Estado.
—¿Cuál fue tu experiencia con esa primera publicación?
—Fue hermoso porque pude dar a la luz textos que tenía guardados desde que empecé a escribir cuando era niña; porque disfruté una fiesta en cada presentación, en todas las ciudades del estado de Chihuahua; satisfactorio además, llegó a mucha gente, lo vi en las vitrinas de las librerías. Desfruté esa fe inmaculada de la primera publicación, cuando no está una contaminada por el golpeteo, las pequeñas traiciones de los diferentes grupos literarios y los cotos de poder.
—Tu segundo libro fue un ensayo extenso sobre filosofía de género, ¿cómo lo recibieron los lectores, sobre todo las lectoras?
—Fue un libro que tuvo una acogida excelente. De él se derivaron un diplomado que lanzó el Gobierno del Estado dirigido a educadoras de nivel preescolar y fue una influencia grande para el diseño de la nueva currícula de la Normal del Estado en la que desde entonces contemplan el enfoque de género en los programas de formación. Por otro lado, mi libro fue tan exitoso que lo frenaron, ya no lo pude volver a presentar en ningún lado, hasta este año, en febrero, cuando me invitaron de la Normal del Estado Luis Urías Belderrain a participar con mi libro en los festejos de aniversario.
—En tu tercer libro, Virgen andariega, regresas al género de poesía, sin embargo es muy diferente al primero: en su temática, en su estructura formal, incluso en el lenguaje. Esto se expresa desde el mismo nombre del libro: de flor de campo a virgen andariega, ¿cuáles fueron los factores formales y personales en ese cambio tan aparentemente radical?
—Primero que nada quiero aclarar que el género de la poesía nunca lo he dejado, seguí escribiendo y publicando, prueba de ello mis apariciones en revistas literarias, antologías y otras publicaciones, y no solo aquí sino además en Cuba, Uruguay, Perú, Brasil y España. Segundo: los instrumentos técnicos que me hicieron madurar en la forma poética fue la asistencia a talleres literarios y la convivencia con otros escritores. En cuanto a la temática, quise hacer un canto que fuera similar al Cantar de los cantares, donde pudiera expresar abundantemente el amor verdadero. Este libro es un solo poema dividido por los títulos, que vienen a ser nombres de capítulos o salmos.
—En la práctica literaria se sabe que el artista asume un riesgo, sin el cual no podría cristalizar un producto estético. ¿Cuáles son los riesgos que enfrentaste para escribir cada uno de tus tres libros?
—El primer riesgo fue que tuve que buscar la originalidad, ese fue muy difícil, porque de esta manera el libro lo vi desde esta perspectiva como a una persona que tenía que cuidar su identidad. Para realizar mi libro sobre la mujer tuve que hacer una investigación desde la realidad, enfocando y dando claridad a todos los ámbitos de la mujer en su entorno. Mis poemas también están enraizados en la realidad. Y además soy profundamente mística y busco todo el tiempo señales que me indican como hallar la verdad más profunda y nítida. Otro riesgo es el compromiso con la publicación, sabiendo que los lectores darán por cierto lo escrito, busco no contaminar sus espíritus sino aportar valores de fe, de amor y de paz.
—Como maestra y como artista, ¿qué consejo darías a los jóvenes quieren ser escritores?
Primero: que no dejen jamás de observar su entorno, la realidad, las necesidades sociales, el medio ambiente y las personas. Que sean profundamente observadores y respetuosos de la creación y de la vida. Que sean visionarios, que vayan más allá, que no tengan miedo, que propongan y defiendan lo que ellos consideren válido.
—¿Cuáles son tus libros futuros?
Tengo en puerta una edición en coautoría con una poeta cubana y un escritor mexicano, es un libro de poemas que se llama Luna de hiel envuelta para tres. Estoy terminando otro poemario titulado Mudar la piel, un cuaderno de cuentos y una novela.
—Gracias, maestra, por esta entrevista.

Octubre de 2005

jueves, 18 de agosto de 2011

mario arras



Columna: Escritores de la ciudad
Mario Arras

Por Jesús Chávez Marín

Arras no necesita presentación, desde hace años es una de las leyendas urbanas más consistentes de Chihuahua: autor de 8 libros de poemas, una novela: Señal de Caín, un libro de cuentos: Olimpia, siete libros de arquitectura de Montrerrey, fundador del Centro de Arte Contemporáneo, hoy Museo Casa Redonda, profesor de su taller literario y del Instituto de Arquitectura y Diseño qué más puedo decirles. Mejor preguntémosle ya:
—Mario, tengo entendido que la Universidad Autónoma de Chihuahua está produciendo actualmente tu libro de cuentos Olimpia, ¿qué número le toca en la lista de tus libros literarios publicados?
—Este es el número 14.
—De tus tres oficios: el de escritor, el de arquitecto y el de promotor cultural ¿cuál te parece más importante?
—Los tres oficios tienen igual importancia: el de arquitecto por mi vocación, que es a lo que me dediqué desde un principio. La difusión cultural porque sentí la obligación de que Chihuahua quedara a los niveles culturales de estados como Nuevo León, Jalisco, Guanajuato. El oficio de escribir porque desde que tenía diez años leía y escribía cuentos y poemas.
—¿En cuantos días o meses o años escribiste tu libro de cuentos?
—Se llevó varios años porque no llevaban el propósito de hacerlo sino que según las circunstancias surgió el interés por escribir cada uno de los relatos.
—La Universidad Autónoma de Chihuahua ha sido una de tus tu casas editoriales, publicó tus libros Décimas y sonetos y Asido al tiempo en la Colección Flor de Arena. Como autor, ¿qué opinión tienes del trabajo editorial de la Universidad?
—Me parece una labor extremadamente valiosa porque está dando a conocer y a difundir los valores literarios chihuahuenses.
—Tú que conoces el medio, ¿podrías decirnos qué otras editoriales existen en esta ciudad?
—Está Azar que publicó mi novela Señal de Caín; Solar que en sus revistas me ha publicado algunos artículos y de la cual soy parte de su consejo editorial; Doble Hélice de Martín Reyes y la tuya, Auraed, que publicó el libro Rocío de historias, con cuentistas de la FFyL.
—Cual consejo darías a los escritores jóvenes?
—Quien quiera ser escritor, antes que nada tiene que ser lector.
Gracias, Mario.

Septiembre de 2005

miércoles, 17 de agosto de 2011

alfredo espinosa


Columna Escritores de la ciudad: Alfredo Espinosa

Por Jesús Chávez Marín

Ha publicado 14 libros, entre ellos Infierno grande y Obra negra que son novelas; Desfiladero, Tatuar el humo, Desvelos y Ramo de tigres que son de poesía; Pachucos y cholos y Amor apache, de ensayos, y Reveses, de filosofía.
Nació en Delicias en 1954. Es médico egresado de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Realizó la especialidad de psiquiatría en la Ciudad de México, en el Hospital 20 de Noviembre del ISSSTE y en el Fray Bernardino Álvarez. Ganó el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde, el Premio Chihuahua y el Premio Nacional Gilberto Owen. Por la intensidad de su obra, por su actitud rebelde y crítica, por la cantidad y el valor artístico de sus libros publicados, por la novedad de su pensamiento, Espinosa es, sin lugar a dudas, el escritor chihuahuense de más alto rango en estos años.
En noviembre fue presentado en el Centro Cultural Universitario Quinta Gameros Ramo de tigres, con la participación de los escritores Enrique Servín, Flor María Vargas y Ramón Gerónimo Olvera Neder. Al acto asistió una multitud que abarrotó el vestíbulo del más bello recinto cultural de la ciudad.
—Espinosa, ¿cómo le ha ido a tu nuevo libro?
Ramo de tigres ha tenido buena aceptación por parte de los lectores.
—¿Que tipo de lectores existen en esta ciudad?
—Chihuahua tiene muy pocos lectores, no es una actividad que se aliente en los programas educativos. Los lectores de poesía se reducen todavía más. Sin embargo, los pocos que existen poseen una sensibilidad suficiente para salvarnos de la barbarie predominante.
—Salvar ¿a quiénes?
—Salvarnos a todos aquellos que percibimos una espiritualidad.
—¿De qué tienes más lectores: de tus novelas o de tus libros de poesía?
—No lo sé. Pero recibo más comentarios de mis novelas que de mis poemas.
—Te iniciaste como escritor en el Distrito Federal publicando en La Jornada y en el Unomásuno. Todo mundo sabe que a un escritor y a cualquier artista mexicano le va mejor allá. ¿Por qué regresaste a Chihuahua?
—Seguramente me hubiera ido mejor en el D. F., pero el temblor de 1985 me convenció de buscar tierras más firmes.
—Son pocos los escritores profesionales que se quedan a vivir en Chihuahua. Como ya se murió Fuentes Mares y el año pasado también Jesús Gardea, ahora tu eres una figura parecida a ellos. Fuentes Mares declaraba estar solo y efectivamente lo estaba. Gardea decía también estar solo en el desierto y despreciaba la actividad literaria local. ¿Te tú sientes solo como escritor, viviendo en Chihuahua?
—Sí. En ese sentido estoy solo. Me hubiera gustado que mis amigos Servín, Mario Lugo y tú hubieran incursionado con iguales ímpetus en este largo y tortuoso camino.
—¿Has recibido algún tipo de apoyo, respaldo, ayuda, por parte de instituciones o de personas de la sociedad chihuahuense?
—No. Todo se hace a puro pulmón. A lo mejor soy un poco injusto con el Instituto Chihuahuense de la Cultura que en dos ocasiones me ha otorgado becas anuales “para creador”. Pero en general Chihuahua carece de una estructura que facilite el trabajo de sus artistas.
—¿Podrías decirme de pronto, y sin pensarlo mucho, el concepto de poesía?
Poesía: La percepción de un instante privilegiado, que puede estar escondido tras los actos cotidianos, o en las profundidades del alma individual. Para sacarlo a flote, es necesario poseer las herramientas del lenguaje suficientes para captar ese momento.
—¿Y novela?
—Novela: El ejercicio lingüístico para crear un mundo lo más completo posible.
—Pues muchas gracias, Espinosa, por tu visita a esta mesa de redacción de Auraed.

Enero de 2001

martes, 16 de agosto de 2011

reyna armendáriz


Columna Escritores de la ciudad: Reyna Armendáriz González

Por Jesús Chávez Marín

Reyna Armendáriz González es licenciada en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde también tiene una maestría en educación superior. Ha publicado en suplementos y revistas culturales. Poemas suyos aparecen en las antologías Evas de un paraíso reencontrado, Químicamente puras y Voces de viajeros. Actualmente es maestra de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Acaba de salir su libro de poemas Estuario.
—Reyna, ¿cómo te sientes al inicio de este otoño de 2005?, ¿estás lista para comenzar los trabajos de promoción de tu libro que acaba de salir publicado en esta editorial universitaria?
—Sí, me siento muy bien, encantada de la vida. Lo primero, sí me da un poco de incertidumbre, porque de hecho conozco poca gente, no tengo muchos amigos en el medio. Sin embargo me agrada sobremanera la idea de que empiecen a conocer lo que he escrito, y me siento dispuesta a promocionar el libro.
—La solapa de tu libro dice que tienes dos actividades: eres profesora e incluso tienes una maestría en educación superior; has dado clases en el Colegio de Bachilleres, en la Escuela Normal Superior, en el Seminario Conciliar de Chihuahua, en la Escograf, y actualmente eres maestra de literatura en la Universidad Autónoma de Chihuahua. La segunda actividad, o quizás la primera, es la de escritora: desde muy jovencita has venido publicando en cuanta revista y antología haya salido por estos rumbos. ¿Recuerdas el año en que apareció tu primer texto publicado?
—No recuerdo el año, recuerdo más bien mi edad. Aquí en Chihuahua tenía yo 17 años cuando mis primeros poemas salieron en una sección dominical llamada Cosecha, de la Facultad de Filosofía y Letras. En cuanto a mis dos actividades, soy maestra para vivir y escribo para vivir mejor, es la verdad de las cosas.
—¿En cuantos días o meses o años escribiste Estuario? ¿Cómo fue el proceso creativo de este libro, desde el origen de tu proyecto poético hasta la publicación de los 1000 ejemplares que acaba de producir la Universidad Autónoma de Chihuahua?
Estuario es un libro que tiene cinco años escrito, o sea: terminado. Estuvo dos años por allí en un cajón de mi casa como una serie de poemas que surgieron aislados, más que como un proyecto claro. Y como se dice en la contraportada, se pasean por momentos creativos distintos. Es un libro que comencé a escribir cuando tenía 24 años de edad, aproximadamente. Más o menos cerca de los 26 años, quedó concluido.
—La Universidad Autónoma de Chihuahua ha sido tu casa editorial, publicó textos tuyos en Metamorfosis y en las antologías Evas de un paraíso reencontrado y Voces de viajeros. Ahora sacas Estuario, el número 49 de la Colección Flor de Arena. Como autora, ¿qué opinión tienes del trabajo editorial de la Universidad?
—Excelente, es mi madre editorial. Me parece un trabajo magnífico que debe ser apoyado todavía con mayor compromiso por parte de nuestras autoridades universitarias, especialmente en el campo de la literatura. Por lo mismo, a ellos y a los editores agradezco profundamente la oportunidad de publicar.
—Tú que conoces el medio, ¿podrías decirnos qué otras editoriales existen en esta ciudad?
—Conozco textos de Aster Ediciones, Doble Hélice, Onomatopeya Producchons de su ahijado Ávila y de Cárdenas entre otras. Solar, por supuesto.
—Muchas gracias tu visita, maestra. Te agradecemos esta entrevista digitalizada con Auraed.

Agosto de 2005

lunes, 15 de agosto de 2011

armando gutiérrez mares


Columna: Escritores de la ciudad. Armando Gutiérrez Mares

Por Jesús Chávez Marín

Ha publicado dos libros: Nueve leyendas de Chihuahua (colectivo) y No era el mar (número 35 de la colección literaria Flor de Arena), un volumen de cuentos donde los misterios oscuros y refulgentes de la vida aparecen como luceros en la existencia cotidiana de los personajes en la voz educada y amorosa de un profundo humanista. Ha cultivado desde hace cincuenta años varios sistemas de pensamiento: la ciencia química, el psicoanálisis y la meditación trascendental. Él es maestro de Yoga, ingeniero industrial, productor de radio y consultor de negocios.
—Armando, ¿cómo te sientes al inicio de esta primavera 2001, luego de la intensa jornada de trabajo que realizaste las últimas dos semanas en las que te has dedicado a promover la presentación de No era el mar que acaba de salir en la Editorial de la Universidad Autónoma de Chihuahua?
—Ha sido una experiencia nueva por la dimensión del trabajo y lo que significa para mi como escritor.
—En la presentación se dijo que los cuentos de tu libro son del género de la narrativa de ambiente realista. Sin embargo tu formación intelectual tiene grandes zonas de filosofía oriental y hermética. ¿Cómo se conciliaron en tu libro esas dos vertientes de pensamiento, el realista y el esotérico?
—En nuestra cultura lo usual es ajustarse a una realidad tangible, solo los artistas son capaces de ir mas allá, estar en las tradiciones de oriente es una experiencia multidimensional, porque además del cuerpo físico, contamos con diez más que incluyen el cuerpo mental, el astral, el energético, el emocional y tres espirituales, por citar los más importantes. En consecuencia para oriente las experiencias, cuando hay conciencia de ellos son por naturaleza multidimensionales.
—En tu discurso del viernes, en la presentación de tu libro, dijiste que esta obra te costó diez años de trabajo. ¿Como fue el proceso creativo de esos textos, desde el origen de tu proyecto narrativo hasta la publicación de los mil ejemplares del libro?
—Toda experiencia humana es parte de una camino entre el nacimiento y la muerte, en consecuencia el proceso literario es algo que evoluciona conforme maduramos, integramos lo vivido como un todo, y solo entonces somos capaces de comunicarlo en una forma coherente en un texto.
—Tú ya habías publicado en el número 25 de la colección literaria Flor de Arena de la Universidad. Eres uno de los autores de Nueve leyendas de Chihuahua. Parece que la Universidad Autónoma de Chihuahua es una de tus casas editoriales favoritas. Tú como escritor ¿qué opinión tienes del trabajo editorial de la Universidad?
—Por segunda vez he logrado confirmar la calidad editorial de la Universidad como autor. Como lector, cada mes leo con gran placer el periódico El Universitario y cada cambio de estación disfruto de Synthesis, donde leo textos de poesía y narrativa de mis coterráneos, además de los ensayos científicos que por mi formación técnica me resultan de gran interés.
—Tú que conoces el medio ¿podrías decirnos qué otras empresas editoras existen en esta ciudad?
—Es interesante señalar que en esta comunidad operan nueve organizaciones editoriales, todas ellas con una participación activa en la elaboración y venta de una amplia gama de publicaciones: Están la Organización Editorial Mexicana, que publica El Heraldo de Chihuahua; la Editora Paso del Norte, que publica El Diario; Doble Hélice Ediciones, que dirige Martín Reyes; Aura Editorial, cuyo gerente es Jesús Manuel Ortiz; Dintel Editorial, de Xavier Ortiz y David Hernández González; Aster Editores, de Raúl Manríquez, que publica la revista Esdrújula además de libros de poesía y de crónica social; El Instituto Chihuahuense de la Cultura, cuyo editor es Ramón Antonio Armendáriz, que publica los libros de la Colección Solar; Ediciones del Azar, de Rubén Mejía; y el Centro Librero La Prensa, que saca libros de historia regional.
—Muchas gracias tu visita, maestro. Te agradecemos esta interesante entrevista digitalizada con Auraed.

Marzo de 2001

viernes, 12 de agosto de 2011

monsiváis

Foto Nacho Guerrero (1990).
Ya se fue Monsiváis. Adiós, maestro

Por Jesús Chávez Marín

Toneladas de papel en las imprentas habrán de ser la región donde más se extrañará la ausencia del escritor mexicano Carlos Monsiváis, cuya torrencial escritura llegó a imprimirse en todos los periódicos de la ciudad de México simultáneamente, el mismo mes en el que artículos suyos se publicaban también en todas las revistas literarias del país. Su estilo vasto y barroco se producía con una cuidadosa redacción, a pesar de que las paradojas y los circunloquios y las bromas internas brotaban con exuberancia de sus manos veloces en el teclado de cinco máquinas de escribir.

Al igual que Borges lo hizo con el estilo clásico y diáfano del escribir en español, Monsiváis puso en el siglo 20 la vieja escritura barroca, los retruécanos de los grandes maestros Quevedo y Góngora. Su sarcasmo cruel y su risa frenética aparecen con aire de modernidad en la extensa crónica de este escritor tan original, periodista totalizador, crítico certero y burlón, trabajador de fabulosa producción en la cantidad y en la calidad de su prosa.

Además de renovar el antiguo barroco español, Monsiváis actualizó un género que tiene larga tradición en la literatura mexicana: la crónica. Este género literario tal vez sea el que con más empeño y buena fortuna se ha practicado en nuestro país: desde Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano, pasando por las crónicas furiosas y campiranas de Ignacio Ramírez, El Nigromante; los finos relatos de viaje que desde Nueva York escribiera el poeta José Juan Tablada, los kilos y kilos de textos periodísticos y costumbristas de Rames Arispe, hasta llegar en el siglo 20 con el extraordinario cronista a quien Monsiváis considera su maestro, el poeta Salvador Novo.

Pero Monsiváis es punto y aparte, un fenómeno de la naturaleza y maestro inconmensurable de lo que habría de ser el periodismo mexicano de la segunda mitad del siglo 20 y hasta el día anterior de su muerte, a la edad de 72 años, a causa de un trastorno de los pulmones, porque no fumaba mucho pero vivía con doce gatos cuyo finísimo pelambre fue haciendo mella en el ambiente donde Monsiváis trabajaba, miraba películas, leía volúmenes de mil páginas y coleccionaba numerosas manías.

Fenómeno de la naturaleza porque apenas es de creerse su laboriosa cultura del trabajo en medio de un país en el que la negligencia y la pereza parecieran a veces obligatorias y reglamentarias en las empresas privadas y sobre todo en las instituciones públicas. Monsiváis en cambio producía textos de manera casi industrial: su inconfundible escritura aparece en los prólogos y en las solapas de una cantidad putamadrezca de libros, en kilómetros de columnas periodísticas, plaquetes y programas de mano para funciones de cine, teatro, exposiciones de pinturas, museos de variada índole.

Fenómeno de la naturaleza porque prácticamente inventó un nuevo género literario, mezcla de crónica y literatura narrativa, reportaje y relato costumbrista, sarcasmo y extraña poesía de grueso calibre, conceptualismo refinado y lenguaje vulgar en medio de la gracia de su párrafo casi inagotable, al que hasta se le llamó El Género Monsiváis.

Fenómeno de la naturaleza porque sin proponérselo fundó toda una escuela de cronistas mexicanos modernos. La etapa más estructurada de su magisterio fueron los diez años en los que dirigió el suplemento La cultura en México, en las páginas centrales de la revista Siempre. Desde los primeros números de su coordinación superó con creces al anterior director, el legendario Fernando Benítez: con Monsiváis la crítica social fue más radical y aguda; la educación literaria se ejerció en la práctica literaria, lo cual le dio un nivel mayor al periodismo de este país, pues los escasos periódicos donde Monsiváis no colaboraba tuvieron que competir con su prosa espléndida.

Además Monsiváis era de esos hombres a los que nada les es ajeno: lo mismo escribió sus crónicas vigorosas en medio de un concierto de Juan Gabriel que en el epicentro del temblor de 1985; caminaba a lo largo del Paseo de la Reforma de la ciudad de México en marchas multitudinarias; escuchaba con atención y buen oído las voces de su pueblo en los cenáculos secretos de la política mexicana. Solo una mínima parte de tan vasta producción literaria ha sido compilada en libros, que aun así son un montón de volúmenes: Amor perdido, Última llamada, Escenas de pudor y liviandad, Catecismo para indios remisos y 20 títulos más.

Como los grandes maestros cuando envejecen, Monsiváis también sufrió la lluvia ácida, la crítica feroz de un montón de epígonos. Uno de ellos se llama Héctor Villareal, escúchenlo: “Desde mi remota juventud di por visto a Carlos Monsiváis. Es decir, que haber leído unos cuantos textos me bastaba para no dedicarle más tiempo. Lo decidí así por su pobre temática y anticuadas referencias, así como por si estilo de pastiche que maldisfrazan la miseria de sus argumentos o la falta de ellos: mucha forma y poco fondo. Me di cuenta de que no aportaba nada a mis ambiciones de conocimiento ni al gusto de mi lectura”.

Otro ejemplo, José Ramón López Rubí Calderón, abunda: “Es cierto lo que dijo Octavio Paz: Monsiváis es un hombre de ocurrencias, no de ideas. Si lo que se busca es comprender causalmente la política de ayer y hoy, sus procesos, sus actores, sus resultados, sus perspectivas, la visita frecuente a los textos de Monsiváis es una pérdida de tiempo. Quienes busquen respuestas, no las encontrarán. No explica; en el mejor de los casos, solo describe”.

Además de los dos citados, el novelista José Luis González de Alba y el editor René Avilés Fabila le dedicaron a Monsiváis extensos relatos de vituperio y venganza.

La respuesta de Monsiváis fue un expresivo silencio y su constante presencia en las páginas de los más importantes periódicos del país hablando de temas mucho más importantes que la miseria de sus pequeños, despiadados críticos. Los locutores industriales de la televisión y del radio lo invitaron constantemente a sus programas, y Monsiváis multiplicó siempre con generosidad su presencia y sus palabras en las pantallas y en las cabinas de sonido a donde fue convocado. De esta manera llegó a convertirse en una súper estrella del espectáculo, en una especie de rockstar de la literatura mexicana.

Y ahora ya se murió, descanse en paz. Los que sigan leyéndolo hallarán en sus libros la felicidad y la gracia de la buena escritura, la continuación de una tradición cultivada con sabiduría y esmero, la tradición llamada literatura en idioma español.

Junio 2010

jueves, 11 de agosto de 2011

marco esparza


Mural efímero: 200 restos

Por Jesús Chávez Marín

En septiembre de 2006, en una casa de la colonia Santo Niño, Marco Esparza realizó una exposición de una serie de dibujos en tinta china; la serie se llamó Santos deformes, con textos poéticos de Marco Vladimir Guerrero Herrera y música de rock. Fue el inicio profesional de este joven pintor que en ese entonces apenas había cumplido 20 años e iniciaba sus estudios de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua.
Este año Marco acaba de terminar el noveno semestre de letras españolas. Con el tema de los famosos dos centenarios de la fecha, el director de su facultad, doctor Javier Ramírez Santoyo, lo invitó a realizar un mural en la escalinata de la escuela, le cedió los siete planos de ese espacio y lo metió en líos técnicos muy peliagudos de resolver: todas las madrugadas de los últimos 20 días se la pasó instalando andamios, limpiando muros, resanando escarapeladas, pegando hojas de papel con impresiones y figuras, y pintando con vinílica y tinta china. Por fin, la madrugada del jueves 17 de junio terminó su mural efímero titulado 200 restos, que será inaugurado en agosto, al iniciar el próximo semestre.
Por razones de mi trabajo me tocaba pasar a veces por el lugar donde el pintor hacía concentradamente sus trabajos de artista y lo fui conociendo mediante preguntas ocasionales. Y ahora decido escribir esta entrevista para las lectoras de Auraed, para que ellas y yo nos asomemos con vivaz curiosidad a la cocina de un pintor joven y educado.

Marco, si es usted pintor desde tan joven, ¿por qué decidió estudiar letras en vez de inscribirse en Bellas Artes?
Porque encontré en Letras un proceso creativo más directo a partir de la imagen poética, hallé mi forma de realizar el trabajo y de buscar originalidad.

Después de aquella primera exposición suya en el barrio Santo Niño, ¿cuántas otras ha realizado?
No tengo el número exacto, pero son bastantes. No busco realizar exposiciones, sino buscar momentos visuales.

¿Qué es un momento visual?
El momento en que la obra se ejerce como una necesidad, no como algo agregado.

¿Cuál es la forma de “ejercer” una obra?, ¿hay un proceso, una conducta, un estado físico, espiritual; o es un propósito, un proyecto?
Busco una excitación.

¿Cómo es una excitación?
Algo que me lleve a un estado primitivo, un estado puro. Un instinto.

¿Podría describir ese fenómeno?
Lo que me obliga a actuar directamente sobre la obra; lo que me convierte en un insecto y sé que puedo volar o ser aplastado.

Platíquenos a las lectoras de Auraed y a mí cuáles fueron las formas de esa actuación en una obra que usted haya realizado recientemente, para entenderle estos conceptos que en principio parecen un tanto oscuros.
En realidad nunca sé lo que voy a pintar. En la última exposición que realicé, con la que se inauguró el nuevo espacio visual de Filosofía y Letras, al inicio tenía yo imágenes literarias, mas no imágenes visuales. Unas eran religiosas: la crucifixión, el consumismo y el patriotismo y el narcotráfico. Todo esto lo traté de representar en una obra pop, decadente, pero realista. Cada obra que realizo está comprometida con el contexto histórico y social, con lo que está a cien metros de donde camino, todo influye.

Pero, ¿en serio logra sentir eso del insecto que vuela o que puede ser aplastado, o es solo una metáfora suya para explicarnos el asunto?
Creo que a fuerzas quiero ser Gregorio Samsa. Y lo consigo en el trabajo, porque todo lo que he hecho ha sido nuevo, nada se parece a lo anterior.

¿A qué le llama “decadente”?
Aquello que es como una prostituta, es bella, satisface necesidades, pero nadie quiere aceptarla.

Siguiendo esa metáfora, ¿por qué buscar en su trabajo artístico una prostituta y no una mujer virtuosa, bella y saludable?
Porque aquellos que hagan un trabajo artístico bello y saludable son unos hipócritas.

¿Entonces el arte no sirve para darle a la gente imágenes que enriquezcan su vida, visual y espiritualmente?
El arte sirve para todo, pero en este estado, en esta ciudad, parece que no sirve para nada.

¿Cuál es el tema, o los temas, que expresa o que recrea en esta nueva obra suya, el mural efímero que acaba hoy de terminar, y que tituló 200 restos?
La putrefacción. Y también buscar una contraparte temática al asunto de los dos centenarios que este año estamos celebrando, la revolución y la independencia. Incluso podría decirse que no tiene tema. Este mural es abstracto, una abstracción poética.

¿Con cuáles técnicas trabajó en este mural?
Utilicé el estiker, la tinta china, la proyección de imágenes sobre la pared, recortes de revistas y, en el estiker, el uso de páginas originales de libros viejos, con su tipografía y sus imágenes de imprenta.

¿Qué es el estiker?
Un tipo de arte callejero que consiste en pegar impresos. En esta ciudad hay gente muy buena en esta forma de producción visual.

Dennos un ejemplo de donde podríamos ver una obra de estas, además de la suya, claro?
La ciudad es una galería viva, solo es necesario abrir más los ojos y no ver nada más los rayones de la publicidad comercial y política.

¿Cuánto tiempo va a estar instalado su mural?
Aún no me confirman cuánto tiempo. Se tiene que hacer una junta con sociedades de alumnos para que decidan. Espero que dure mucho.

¿Es usted un pintor que vende muchos cuadros?
Apenas hay gente que empieza a coleccionar mi obra y a comprarme. Los he ido formando poco a poco en estos años.

¿Vende usted muy caro?
Bara, bara.

¿Dónde pueden las lectoras de Auraed ver su obra? Debo decirle que muchas de ellas son mujeres sensibles y cultas, además algunas tienen bastantes recursos.
Ese tipo de mujeres me gustan.

Entonces su carrera profesional como literato, ¿solo está al servicio intelectual de su oficio de pintor?
También escribo poemas. Me han invitado a ciudades como Tijuana y Jalapa a leer mi obra. Y ahora estoy colaborando con jóvenes escritores de Chihuahua.

¿En qué colabora con ellos?, ¿quiénes son ellos?
En la edición de folletos impresos con mucho contenido visual. Uno de los poetas con los que trabajo en estos días se llama Gerardo A.

Le agradezco a usted su tiempo y su conversación. Al entrevistarlo, aprendí muchas cosas nuevas, y espero que las lectoras también. En mi nombre y en el de ellas le deseo que a su mural lo dejen mucho tiempo donde está y que su trabajo de artista encuentre el aprecio de su gente y que le sobren montones de clientes que compren su obra. Y también lectores de su poesía.

Junio 2010

miércoles, 10 de agosto de 2011

alfredo jacob


Te buscarás en mis ardientes ojos. Presentación del libro Yermo, de Alfredo Jacob

Por Jesús Chávez Marín

Desde hace siglos la Iglesia Católica tiene entre sus más altas políticas extender elaboradísimos homenajes a quienes considera modelos de las conductas y virtudes que considera propios de su ideología. A quienes dieron la vida por la fe, los mártires; a quienes propagaron por lejanas tierras sus doctrinas, los misioneros; a quienes con su vida de sacrificios y abnegación erigieron con sangre, pudor y lágrimas la pureza de su hogar como si fuera un monumento de granito, las mujeres virtuosas. La iglesia los beatifica, los bendice, glorifica y canoniza en medio lo que ahora suele denominarse intensas campañas de publicidad.
También los gobiernos civiles y militares mantienen la interesada costumbre de encumbrar las figuras de los héroes muertos, incluso algunos de los que ellos mismos hayan mandado matar, para mostrar a los niños de escuela y a los señores y señoras de buena educación los altos valores del civismo, la valentía y lealtad de los próceres que nos dieron Patria, los generales que perdieron cinco batallas pero que murieron en el intento de alcanzar aunque fuera una victoria; los caudillos que ya estaban a punto de tomar el poder o de levantarse en armas para tumbar a otros del poder y que murieron en una emboscada de la que nunca se supo quien fue el autor intelectual; las señoras que organizaron en su casa la conspiración de los que luego serían los padres de la independencia. El gobierno los pone como la gran cosa en los libros oficiales de historia, manda construir estatuas con sus figuras en bronce montados sobre caballos briosos, imprime estampitas civiles con su foto y su maquillada biografía escrita al reverso.
Sin embargo los artistas de las ciudades, quienes realizan obras más importantes y más trascendentes para las vidas privadas y para la vida pública de los pueblos que las acciones de los guerreros, los políticos o los santos, casi no aparecen en la historia universal.
Y eso a pesar de lo que una vez dijo Alfredo Espinosa: la obra de los artistas es obra pública, tanto o más necesaria que las carreteras, los puentes, las siembras, las plantas hidroeléctricas, y su trabajo hace más falta para que la gente viva que los actos, muchas veces tenebrosos, de los políticos y los clérigos.
Esta noche tenemos el honor de reunirnos en torno a uno de nuestros más preclaros artistas, Alfredo Jacob, quien ha dedicado su vida al difícil oficio de la poesía.
Lo que quiero decir es que en esta ciudad quizá nadie como Alfredo encarna la figura legendaria de lo que es un poeta: lee casi todo el día, sobre su mesa del comedor de su casa hay libros de autores recientes, autores clásicos, todas las revistas literarias y culturales importantes del país y los periódicos del día. Junto a esa mesa, Alfredo Jacob lee durante la mañana entera y a veces también en las tardes. A un lado de esa misma mesa está su máquina de escribir; antes era una Remington modelo 1953 y hace cuatro años la cambió por una Olimpia 1997, en ella escribe su refinado y cuidadoso artículo mensual para una revista local y antes escribió también comentarios sobre todos los libros que aparecían en Chihuahua; muchos los autores nuevos le pidieron prólogos, estudios preliminares y presentaciones para sus obras y Alfredo siempre los favorecía con su brillante prosa, con sus claras ideas. Alfredo también ha sido un gran amigo y una grata compañía para sus amigos, su vida bohemia también ha sido intensa a pesar de su férrea disciplina de trabajo como profesor de literatura en el Colegio Palmore y en Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua o cuando fue más que bibliotecario un verdadero maestro cuando nos atendía con su gentileza acostumbrada en la Biblioteca del Parque Lerdo. En fin: su vida ha sido plena y fecunda y ha sido una vida de poeta, con todos los dolores, los desaforados trabajos, las grandes y privilegiadas amistades y la satisfacción de hallar el verso preciso, la palabra exacta, el sonido musical de las palabras, todo y muchas otras aventuras que enfrenta y que goza quien se atreve a ser ese hombre misterioso, extraño y abierto: un poeta.
La escritura de Alfredo Jacob, pulida y brillante, ha sido sin duda uno de los patrimonios artísticos de la ciudad. Sus versos forjados en las formas puras de la poesía en español tienen una sonoridad bellísima y en sus estrofas van formando conceptos poéticos, figuras, imágenes donde recuerdos remotos, ilusiones secretas y esperanzas de más largo futuro cristalizan con una ritmo que parece casi natural.
El libro tiene cinco partes: Elementos de mi alma, Cantos al amor, Sonetos de la ciudad, Dunas y Memoria. No solo es su temática la base de esta estructura, sino también sus formas poéticas, ya que el autor maneja con habilidad las métricas: el soneto, las décimas, el romance, el himno, la redondilla y otros más.
Aunque Alfredo Jacob es un gran lector de poesía moderna, desde hace varios años adoptó como textura de su expresión personal y metal de su estilo las formas clásicas. No le dio la gana sumarse a las modas, ni en el léxico, ni en las ideas ni en el verso libre de los poetas más recientes, muchos de los cuales por “novedosos” de su año ya pasaron al olvido mientras los sólidos versos de Alfredo Jacob cobran vigencia y expresan con claridad la época que ahora compartimos. Para muestra voy a señalar un solo ejemplo: Anda ahorita una moda, a veces bastante farisaica, hablar de la ecología. Por otro lado casi nadie ha protestado por las agresivas y alevosas acciones con las que algunos comerciantes coludidos con arquitectos y por supuesto con gobernantes han destruido el centro de la ciudad de Chihuahua, el Cerro Coronel, el Cerro Santa Rosa y, poquito a poco, también el Cerro Grande. Con sabiduría y sencillez, Alfredo Jacob escribe poemas como este:

Calle Libertad

Calle de Libertad, bullanguería,
mercado del piropo y la sonrisa,
feria de la ilusión que sintetiza
de mi ciudad su ambigua geometría.

Trampolín de la cita; joyería
donde escoger la joya es ilusorio;
imperio de lo frágil, abalorio
que se muestra en cualquier estantería.

Estás enferma de inquietud mundana;
quiero verte más bella y más humana,
como antaño lucías tu aristocracia,

pues cegada no sabes que algún día
vas a perder tu noble simpatía
como has perdido para mí tu gracia.

Como este texto, pueden verse en el libro otros donde está con claridad la silueta de un pensamiento novedoso y bien informado, el pensamiento de Alfredo Jacob, escrito en versos rimados y medidos en estrofas que tienen aún el oro del Siglo de Oro español.
El tono más presente en el libro es la tristeza, melancolía, nostalgia, evocación en silencio, un silencio físico y también metafísico. Desde el primer poema que abre el libro, una especie de autorretrato poético llamado “Décimas de mi angustia” donde el paisaje es...

esta soledad inmensa

...cuyos elementos, nombrados...

son el mundo que yo sueño

...dice el poeta, en otras palabras, este es el material de mi escritura. Entonces nombra su identidad...

Soy la voz en el desierto

...que va muy bien para un poeta de Chihuahua, aunque también este desierto es espiritual, metafórico, sin dejar de ser profundamente físico en el cuerpo y en el paisaje. Enseguida, se indica el rumbo y la Ítaca de esta odisea...

El silencio es mi sendero
hacia moradas mayores

...veamos también este bellísimo retrato de lo que es el desierto, una de las muchas expresiones de la atinada originalidad de Alfredo Jacob:

soy lo que no soy, reseco
clima de un silencio humano

Este libro da para muchas lecturas, hay poemas que le son útiles a la intimidad de cada lector o lectora como espejo de tristeza, como impulso de amores, como empeño de ideas. Por razones muy personales me gusta coleccionar textos que definan o dibujen la depresión, esa enfermedad que se define como la muerte de todos los deseos. Esta que hallé en el libro de Jacob es una de las mejores que he leído:

Mi noche no tiene día,
ni mengua el terrible trance;
vivo en un continuo lance
con mi gran melancolía.

Quiero terminar estas palabras diciéndole a Alfredo Jacob que desde 1975, cuando lo conocí, él ha sido uno de mis mejores héroes; como siempre quise ser escritor y este señor era un escritor que trabajaba como bibliotecario en la Biblioteca del Parque Lerdo y me prestó el libro El lenguaje, de Eduard Sapir que yo necesitaba para un trabajo escolar, despertó mi admiración para siempre porque hablaba con inteligencia y corrección. Después fui lector de la “Columna de Alfredo Jacob” que aparecía todos los días en el periódico Novedades de Chihuahua. Después tuve el privilegio de ser amigo suyo hasta hoy, pero lo admiro igual que entonces, o sea muchísimo, siempre.

También quiero darme el lujo de cerrar esta intervención con uno de los grandes textos del libro:

Yermo

Tu sombra –roca en luz, silencio mío–
me indaga este minuto consumido;
arde mi corazón, arde vencido
cuando en las venas me transita el frío.

Va la tarde amistando con el río
y el valle me devuelve mi alarido;
vago por mi penumbra, dolorido,
bajo la luz difusa de mi estío...

Sembré en el yermo y coseché guijarro;
agua bebió mi sed –mi sed de barro–
y el camino acorté con suelta brida...

Me sorprendió el dolor, solo y desierto;
quise vivir sintiéndome ya muerto
y alcé la frente y me lancé a la vida.

Jacob, Alfredo: Yermo. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2001.

Febrero de 2001

martes, 9 de agosto de 2011

arturo rico bovio

Autor de la foto Arturo Rodríguez Torija

El discurso poético de Arturo Rico Bovio. Presentación del libro Isla en el tiempo

Por Jesús Chávez Marín

Como el agua fresca de un manantial cuyos continentes salvajes penetraron una montaña antes de brotar, las palabras de la poesía se decantaron durante siglos y llegaron al poema desde infinitos cauces. Su significación y sonido recorrieron por mar y por tierra territorios que los hombres fueron descubriendo, conquistando, colonizando, habitando y en ocasiones también destruyendo con su presencia devastadora. Esa agua: las palabras. Fueron ríos, lluvia, tempestades, torrentes, espejos, cristal sólido, lumbre líquida, tierra abandonada por el mar, cascadas de angustia, charcos de rencor, baño en el cuerpo de una mujer cuyo rostro fue iluminado por el placer y por el amor, ahogamiento de madrugadas tristes donde se suicidaron marineros hastiados de soledad, joyas minerales de todos los colores del sol, cuarzo de las montañas de Santa Eulalia donde los leñadores como mi abuelo Jesús Marín bajaban hacia su casa al atardecer, fueron rocío y lágrimas antes de llegar al sonido preciso del poema y cristalizar así las palabras de los hombres y mujeres que el poeta conoció en su vida y soñó en su infancia.
Esta noche hemos sido invitados a escuchar palabras de un poeta navegante del lenguaje y las ideas que regresa para traernos la música de las palabras, los poemas que encontró en su viaje, no siempre placentero pero sí batallador y firme, y también los poemas que forjó con sus manos y pulió durante años de jornadas intensas, de sol a sol como los que siembran los trigales y el maíz y también los poemas que surgieron de pronto en un brote de iluminación que pudo detener empeñando la energía completa de su cuerpo y sorprendiéndose él mismo del resultado de una revelación que jamás esperaba y de pronto en sus manos encuentra oro, perfume, canto, el fruto extraño de un racimo de palabras que alguien, un ser colectivo, imaginó para que él se ocupara de escribirlas.
En esta ciudad todos conocemos a Arturo Rico Bovio, este hombre extraño que camina ligero por la calle ocupado en muchas tareas. Este filósofo de ideas rápidas que se asoman en su voz y en los textos como corona visible del iceberg pletórico de historias, teorías, alquimia y ciencia en busca de su armonía. Un señor de trato amable y sonrisa franca cuya cortesía parece en vías de extinción en este mundo pragmático gobernado por mercaderes cuya única alma está en un programa de discos cibernéticos y código de barras. Profesor de paciencia infinita con la ignorancia ajena, a la cual se ha dedicado a abatir desde los años sesentas en la Universidad Autónoma de Chihuahua que hoy es anfitriona de esta presentación de su tercer poemario.
Así como es tan conocido este maestro como figura pública, solo muy pocos han escuchado su voz poética, los lectores que aún navegan como pterodáctilos sagrados en el antiguo mar de los libros en estos tiempos donde las ediciones de textos poéticos son escasas y en tirajes de 500 ejemplares para un país de 99 millones de habitantes y los lectores también parecen especie en extinción, al igual que los hombres caballerosos y las damas de buen corazón.
En este libro, Isla en el tiempo, Arturo Rico Bovio da una sorpresa a sus lectores que no se la esperaban. Sus poemas anteriores fueron breves, pulidos y japoneses; su perfume se guardaba en frascos de filigrana y las evocaciones eran un destello intenso de ensoñaciones apenas insinuadas.
Pero ahora nos lleva en otra barca: un libro distinto, en un viaje por mares de diversos climas, llegamos a las tierras de una intimidad inesperada y a las selvas vírgenes de sus pensamientos mpas personales.
En la primera parte, el material semántico es una mezcla original y arriesgada de las señales de identidad con los elementos que definen esta época. El viaje inicia con este poema titulado “Mi tiempo”:

Arabescos de agua y viento
en las ventanas:
el tiempo
juega a hablar de cosas serias
y yo
—muy quieto—
a quedarme en silencio,
escuchándolo, leyéndolo.

Hay una insistencia en dejar señalada su presencia, su voz, en los lugares y las épocas que visita. Las palabras: yo, mi, nosotros, nuestros, parecen una defensa terca y firme de la propia personalidad ante el riesgo de esfumarse en el corpus enorme de información y elaboraciones conceptuales en las que entra este poeta como en un una tormenta marina. Ideas de diversos códigos hacen sentir su fuerza: la historia, la astronomía y la ciencia enloquecidas por la alquimia, la astrología y la mitología amenazan la identidad del navegante como voces de sirenas delirantes. Pero él se mantiene firme y se atreve a jugar con las ideas para convertirlas en imágenes, música, poema.
Escuchen ustedes este otro texto, titulado “Parábolas”:

Musgo que crece
entre las nervaduras del alma.
Florecimiento verde
balbuceo de latir
asoma
por las rendijas codiciosas
del tiempo.
Inundado de sedes
vampiro de sol y clorofila
voy llenando mis cráteres
gota a gota
con el rocío del color nuevo.
Veo brotar en mí
cristales húmedos
ramificaciones
de un ciclo interminable.
Aquí y allá
dejando las marcas
—pinceladas, brochazos gruesos—
de ineludible tránsito
clavo mi estaca y digo:
esto es mío.
Sin embargo
mil planetas han profanado
los sagrados campos
del recinto oracular
—acumulaciones pedregosas
osarios desvaídos—.
Quiero abjurar del pretérito
y me encuentro traspasado
—despojo de coleccionista
prendido entre los pliegues
de mi propio sudario—.
Al igual que ayer
con el temblor que presagia la emergencia
de una selva de palabras
tercas y ondulantes
que se extienden gozosas
bajo las caricias solares
tomo
mi porción de migajas
y ebrio
me voy dando tumbos
escribiendo–describiendo
parábolas
del brazo con mis pensamientos.

En esta primera parte hay una lluvia de metáforas que iluminan la oscuridad de un espejo en la noche:

la soleada eternidad de espina

la voz que irrumpe y quiebra el firmamento

sobre el tambor doliente de la espera

vacío el cesto y el anzuelo
clavado en la garganta

en el firmamento chinesco de mi tierra

volcado en el cuenco de los ritos

Noche donde las luces forman
de los hombres fantasmas,
de las sombras cuerpos

y me paso la vida adivinando
los enlarvados sueños de los otros

Luego viene, en la segunda parte, una síntesis que es como la llegada a tierra firme después de una navegación antigua y tormentosa, no solo del poeta sino también de una multitud de hombres perdidos en La Historia:

Hemos hecho las paces
con el tiempo sido
en la paz y la guerra
de las cuatro paredes
como puntos cardinales
de nuestra tierra.
No hubo un quinto sol
ni un fuego nuevo;
los dioses se cansaron
de ser portaestandartes
de los signos de las cosas
y con la marcha grave de los condenados.

No solo es este un libro de viaje interior y épico. También es de amor y galantería. Por ejemplo:

Pienso en tus ojos inmensos
crecidos
por su bulimia de lunas.
En un mar de tinta arábiga
escrito sin darte cuenta
tras tus pupilas.

También de profundo lamento por el destino colectivo donde nos condenan nuestras injusticias milenarias, como en este doloroso texto:

Te lo digo hoy
mientras se cubre de humedad
mi pensamiento
y la ciudad encinta de tristeza
clama al exilio del sol
en el tiritar
de plazas y canteras.
El frío se cobija en los hogares
de calles sin nombre
para asomarse
por mil ojos
en la tarde.
Así con todo
un saborcillo de reseco amargo
que guardo entre mis deudas viejas
en la bolsa secreta de mi saco,
te hablo
entrecortadamente
de mi dolor por ti.

Hay muchas razones para leer este bello libro de poemas, iniciar este viaje de versos. La más visible razón es esta: el sonido abstracto de un pensamiento ágil manejado con la sensibilidad en carne viva de este buen poeta llamado Arturo Rico Bovio.

Rico Bovio, Arturo: Isla en el tiempo. Editorial UNAM, México, 2000.

Noviembre de 2000

lunes, 8 de agosto de 2011

alberto carlos


Murió el pintor Alberto Carlos

Por Jesús Chávez Marín

La noche del jueves 16 de noviembre Blanca Creel compró en docemil pesos el cuadro Carnaval canino, de Alberto Carlos, una obra de técnica mixta sobre papel amate de gran formato, en la inauguración de la Muestra de Otoño del Salón de la Plástica Chihuahuense en La Casa Siglo 19. A esa misma hora, las nueve de la noche, murió en su casa el ilustre pintor.
Alberto Carlos fue uno de los maestros de Chihuahua: profesor de la Universidad Autónoma de Chihuahua desde 1962 hasta 1986; director durante ocho años del entonces Departamento de Bellas Artes, hoy Instituto de la Universidad; incansable, entusiasta e imaginativo promotor de la cultura; artista y artesano de todas las expresiones pictóricas: óleo, acrílico, temple, acuarela, carboncillo, dibujo, collage, frottage, texturas mediante sus formas de expresión: color, figura, línea, impasto, matices, tonos, efectos y veladuras, como lo señala Mario Arras; muralista que enriqueció el sobrio paisaje chihuahuense con sus composiciones clásicas y barrocas; retratista de profundo registro psicológico, su presencia en la sociedad chihuahuense enriqueció la vida de la gente, sus alumnos, los espectadores, los lectores.
Este famoso artista nació en Zacatecas pero vivió en Chihuahua desde niño. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, conocida como Academia de San Carlos. Al concluir los estudios, con la honra de ser el mejor pasante de artes plásticas de la UNAM, regresó esta ciudad y fue nombrado director de la Escuela Libre de Artes Plásticas.
En ese tiempo, a principios de los años cincuentas, organizó la primera exposición pictórica que hubo en la historia del estado de Chihuahua: fue en el vestíbulo del antiguo Teatro de los Héroes. Los artistas que exponían eran discípulos suyos y de la Escuela Libre de Artes Plásticas, entre ellos el insigne grabador Adolfo Quinteros.
Toda su vida fue Alberto Carlos un hombre de trabajo, de intensa personalidad artística; su carácter era fuerte y recio pero también alegre y de gran ingenio. A principios de los años ochentas fundamos un suplemento literario en el desaparecido periódico Novedades de Chihuahua que se llamaba Tragaluz. Lo dirigía Luis Nava Moreno y casi todos los autores éramos estudiantes y profesores de la Escuela de Filosofía y Letras, donde Alberto Carlos daba la clase de historia del arte. El maestro escribía con nosotros en ese suplemento una columna llamada “Al filo de la tijera”. Cada domingo los lectores esperábamos los comentarios atinados y risueños, donde se manejaba la más adelantada información sobre los oficios de la filosofía, el arte y el pensamiento, escritos por uno de sus principales protagonistas. Porque Alberto siempre, hasta el final de su vida, anduvo a la vanguardia de su oficio.
Alberto Carlos con su arte, sus palabras, su afecto, sus ideas, construyó con mano firme una parte noble y estética de nuestra alma colectiva. Ahora que ha muerto y trascendido, que Dios lo bendiga para siempre.

Noviembre de 2000

viernes, 5 de agosto de 2011

novelistas de chihuahua


Tan jovencitos y ya tan amargosos. Presentación de la novela Alguien se está muriendo, de Rodrigo Pérez Rembao

Por Jesús Chávez Marín

En Chihuahua hay pocos novelistas. Alfredo Espinosa, Jesús Gardea, Enrique Macín, Isauro Canales, Víctor Bartoli, Willivaldo Delgadillo, César Francisco Pacheco Loya, Guillermo Hernández Orozco y algún otro que escape a una rápida nómina de memoria. Por eso resulta notable que esta noche se presente aquí la novela titulada Alguien se está muriendo, la primera de Rodrigo Pérez Rembao, el joven escritor de 26 años que, junto con su amigo Jaime Romero Robledo, fundó la revista Artificios, donde varios de su generación iniciaron una carrera literaria.
Alguien se está muriendo es una novela breve muy bien escrita. Desde el primer párrafo se nota la fuerza de un lenguaje narrativo bien estructurado, el tono definido, la mezcla temática que propone a los lectores un pacto narrativo bien trazado que, desde el arranque, nos mete de lleno en una atmósfera de extrañamiento.
¿Quién es este personaje llamado Víctor, que tiene tan solo veintitantos años, reflexivo y solitario, y enfrenta la vida con tanto desaliento?
Para que ustedes se ambienten, escuchen el tercer párrafo, que inicia así:

Un día como cualquier otro, notó que su ánimo se encontraba opaco. Sintió fastidio solo de pensar en tramitar las siguientes horas. Le pareció absurda la rutina que seguía de tiempo atrás a la fecha: el despertador a las seis, el baño, gotas de loción; la corbata al cuello; un café con dos de azúcar y salir a la calle. Ingresar al tráfico primero y luego a un edificio donde un pequeño espacio habría de confinarlo la mayor parte del día. ¿Para qué? Para conseguir el sustento y prolongar la rutina. Le pareció insensato; le pareció una mera lucha por la superviviencia. ¿Consiste la vida únicamente en batallar por la preservación? Tal vez sí.

La aventura de este personaje tiene este arranque. El proceso de degradación o de mejoramiento así inicia en esta historia. Más tarde, los lectores conocerán a Rebeca, una bella muchacha que trabaja en una oficina y se inscribe en una agencia de modelos. A Gustavo, un ex compañero de universidad de Víctor, con quien este confronta sus propios pensamientos desde la superioridad burlona de su escepticismo y capacidad reflexiva. A Carmen, una mujer de 50 años, clienta frecuente de videocentro, cuya ternura y buena fe han forjado la entrega para cuidar a su sobrino, a quien ama como a lo mejor de su vida.
Pero lo más intrigante de estas historias tejidas es la atmósfera que las envuelve. Por los pensamientos y por las palabras de Víctor asistimos, casi escandalizados al vacío existencial y autocomplaciente de algunos jóvenes de nuestro tiempo. Nada los salva. Ni ideales, ni esperanzas, ni ilusiones. El futuro está perdido, confundido con un presente sin asideros espirituales ni intelectuales. Jóvenes sin fe, sin padre, se enfrentan en esta novela al ruido constante de los mensajes que anuncian la moda y lo nuevo. El futuro está cancelado y el presente solo se sostiene con dinero. Los niños y adolescentes que en los cruceros son payasitos trágicos en cuyas manos flotan, por el precario arte de sus malabarismos, tres naranjas, como espectáculo único de su vida miserable, estos, digo, no son siquiera dueños del presente, de la dignidad mínima para vivir. En esta novela, como en la vida real de nuestros días, de las calles, solamente son objetos de escenografía, parte del decorado de las ciudades de este supermercado sin piedad que todos hemos constituido.
En cierta forma, Alguien se está muriendo es una novela de terror. Porque ver la vida de estos jóvenes tan precaria de sueños, tan llena de ruido, tan intranquila y egoísta, sin contacto con la naturaleza, sin árboles, sin flores, sin libros, sin agua; sin más paisaje que los alambres de la luz y los semáforos; sin más aire que el humo de los carros y de las plantas maquiladoras; sin recintos nobles ni lugares sagrados; metidos en antros viciosos y en oficinas monocromáticas donde la competencia es la única misión de la excelencia (palabras nuevas, injertadas en la ideología autoritaria de la administración pública de la globalización, este mito ridículo que se nos ha impuesto), ver todo esto en la fría y serena prosa de Rodrigo Pérez Rembao pone los pelos de punta. Es doloroso enfrentar el espejo de esta novela con la vida real donde muchos jóvenes de hoy parecen tan semejantes a los personajes de sus páginas, donde el único vestigio de idealismo es la conducta impostadísima de Gustavo que, sin embargo, es uno de los retratos más trágicos, por atenerse tan cómodamente a una fe simplista y artificial.
Este mundo tan bien reflejado es la expresión de que su autor tiene, un talento poco común para contar historias, y para establecer con el lector un abanico floreciente de ideas. Que el personaje principal sea un joven solitario y reflexivo no hubiera bastado. Las situaciones en que se presentan los personajes, en espacios narrativos construidos con unas cuantas frases; la evolución neurótica de Víctor, que presenta todas las gamas de la angustia y la depresión perfectamente observables en las noches de claridad morbosa y en los días de doliente aburrimiento; los encuentros con otras personas que, sin embargo, no le importan realmente al obsesivo pensador; son todas ellas factores narrativos de amplio registro, de fuerte impresión. De veras sorprende que un escritor tan joven pueda construir este enredo con tanta verosimilitud.
Escuchen, como ejemplo, el breve relato de alguna de las noches atormentadas del protagonista:

No tenía la certeza de que estas visiones fueran sueños auténticos, pues no dormía del todo mientras se llevaban a cabo. No lograba definir hasta qué punto intervenía su voluntad en la construcción de semejante pesadilla.

La estructura de la novela tiene tres partes, que corresponden distintos procesos mentales del protagonista más cercano al narrador, el cual conduce el punto de vista del relato; con un total de 32 capítulos breves, que se forjan con cierta independencia pero que están bien ceñidos a un hilo narrativo firme. El transcurso del tiempo, con varios planos de la memoria y con presagios del futuro cercano, se extiende con una lógica de causas y efectos. Artesanía narrativa mezclada con ideas. No se trata aquí solo de la anécdota brillante y efectiva que se queda hueca en sí misma queriendo competir con el lenguaje cinematográfico, situación de la que adolecen tantas novelas de moda, llamadas light, sino la mezcla certera de conceptos y escenas, de estructura y lenguaje, de buena prosa y claro pensamiento. Las conductas de los personajes evolucionan con secuencias bien tramadas, la atmósfera es nítidamente reconocible; en fin, los aciertos son abundantes.
Por todo esto, es una buena noticia para la literatura nuestra la salida de este libro de Rodrigo Pérez Rembao. Como lectores, podemos esperar de él muchas otras buenas novelas que han de salir de sus manos de artista. Podría ser que, en el futuro, su talento narrativo traiga otras historias donde también sea posible la felicidad como en este lo fue tanto la tristeza; donde en sus páginas leamos la plenitud del amor y la alegría de la amistad, como en esta vimos tan bien contado el vacío espiritual y la soledad inaudita en personajes de tan poca edad. Donde el futuro pueda mirarse con un horizonte abierto y no sólo esta nube de humo que mancha, que oscurece, nuestra identidad colectiva, tan frágil siempre y tan rodeada de asechanzas, igual que en esta limitada vida real en la que nos hemos metido todos, como imbéciles, y donde ya no hallamos la puerta.

Pérez Rembao, Rodrigo: Alguien se está muriendo. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2000.


Julio 2000