viernes, 26 de enero de 2018

(En la foto Miguel Rodarte y Laura Lee en Un tranvía llamado deseo)

Muestra estatal de teatro 1991
I. Sainete con interludios

Por Jesús Chávez Marín

Hay un antídoto maravilloso contra la depresión y la muerte del cerebro: el hecho artístico. Más cercanamente, el teatro. Arte comunitario, tejido a mano, edificado con cuerpos vivos, vivido al tiempo y semejante al sueño, como le canta Tavira emocionado. Una sociedad (inimaginable) donde no hubiera teatro sería un redil de ovejas mansas, neuróticas y prisioneras, sin ningún hálito de libertad ni alegría.
La ciudad de Chihuahua vive intensamente el teatro. Sus actores, sus actrices son bien estimados por la comunidad y existe un público que llena las butacas, que aplaude con pasión y cariño. El Teatro de los Héroes se llena también para ver a los actores famosos de México aunque traigan los blandos remediones del show business  de la tele.
Durante el mes de junio la Asociación de Teatristas Chihuahuenses, que preside Oscar Erives y reúne a toda la gente de teatro de esta ciudad, presentó su Muestra Estatal 1991, con 13 puestas en escena de los diversos grupos de aquí y de Ciudad Juárez, donde oficiaron 96 actores y se estrenaron varias piezas de dramaturgos locales. De entre ellas habría de elegirse al grupo que represente a Chihuahua en la Muestra Nacional de este año.
Nómina
Las obras fueron (en el riguroso orden que reflejó el control de calidad de la presentecrónica):
Traición, de Harold Pinter, dirigida por Mario Humberto Chávez.
Novenario, de Manuel Talavera, dirigida por él mismo.
Rosa de dos aromas, de Carballido, por Ernesto Ochoa.
Dios en disputa, de Edelberto Galindo, dirigida por él mismo.
La zorra y las uvas, de Figueiredo, porernesto Ochoa.
Su alteza serenísima, de Fuentes Mares, por Enrique Hernández Soto.
Los justos, de Camus, dirigida por Luis David Hernández.
Debiera haber obispas, de Solana, por  Rodolfo Rodoberti.
La muerte alegre, dirigida por Ana Laura de Santiago.
Las preciosas ridículas, de Moliere, por Ignacio Medrano.
La orgía, de Buenaventura, bajo la dirección de José Luis Acosta.
Mínimo quiere saber, de Ballesté, por Luis Saavedra.
Amores que matan, de Fernando Chávez Amaya, dirigida por él mismo.
Originalmente estaban programadas 5 obras más, pero hubo grupos que no cumplieron su compromiso con la Muestra, los dirigidos por Jorge González, Ochoa, Octavio Trías, René Cardona y Rodarte, quienes se habían inscrito para presentar, respectivamente, El Jardín de las delicias, Voces en el umbral, Sierra de cenizas, La razón de Elvira y Jugarreta.

Agosto 1991

viernes, 19 de enero de 2018

Laura Lee

Ganar amigos. Espadachines en el paseo Bolívar

Por Jesús Chávez Marín

Viernes 29 de mayo. A las ocho de la noche la gente empezaba a llegar a la plazuela. Desde un datsun rojo, de los cuadraditos, asoma un caballero de capa y espada. Otro señor que también viste galas medievales le toma fotos, con una kodak instamatic, a una infanta de reinos antiguos. A un lado del datsun, Fernando Saavedra, director de teatro, se mueve nervioso, lleno de energía inquieta habla a diestra y siniestra. Sobre el adoquín de la plaza hay cien sillas cromadas frente al ángulo que forman dos altas paredes color sepia, donde adornan en relieve un torreón y varias ventanas ciegas con marco de cantera.
Las ocho y media. A esta hora están programadas las funciones de Ganar amigos, drama de Juan Ruíz de Alarcón (1581-1639), versión escénica de Fernando Saavedra y su grupo de teatristas Los Juglares. Noche de estreno. Temporada del 29 de mayo al 4 de junio de 1987. ¿Tercera llamada, principiamos? Pues no, parece que hay problemas técnicos de última hora: por defectos de voltaje ya se fundieron todas las lámparas. Y esta plaza, que hoy se estrena como escenario al aire libre, se quedó casi a oscuras. Sólo llegan reflejos desde el alumbrado urbano de las calles Bolívar y Cuarta. ¿Qué hacemos? El público es numeroso, todas las sillas ocupadas y hay gente de pie que espera. ¿Suspendemos la función? Enrique Hernández Soto, solidario, se acerca a su amigo y colega en apuros, aconsejándole que, aún a media luz, salgan a escena.
Las nueve en punto. El público permanece tranquilo, con el buen humor que en los viernes de noche tiene nuestra ciudad 8al menos para quienes todavía tenemos para comer). El director sale y expone el problema, somete a decisión colectiva si la función se da o se suspende. Un aplauso le contesta; principiamos.
De aquí en adelante el tiempo es el del arte. Por su tema, la obra tiene una actualidad sorprendente: la justicia del rey es conciliación de intereses a favor de su gobierno, amenazado por ataques de su propio hermano y por los moros. Las razones de la honra importan por la apariencia y fama de las personas ante su sociedad más que por principios de conducta. Las niñas bien siguen hoy eligiendo para marido al poderoso y rico, aún en contra de sus amores primeros, como en la obra lo hacía doña Flor. El drama está escrito en verso, con cuidado y exquisito estilo. La trama es armónica, aunque el discurso barroco a veces resulta cansado, debieron cortarle algunas partes.
Las vidas del teatro. Saavedra y su grupo siguen eligiendo para su repertorio el teatro clásico. Aunque logran momentos brillantes, les falta infundir a su trabajo recursos más modernos, otras técnicas, nuevas visiones de aquellas mismas obras. Quizá, enriquecer su trabajo con autores contemporáneos, de preferencia mexicanos.
Aun en los autores nuevos que eligen buscan de su obra aquellos temas que tienen raíces en un pasado maniáticamente añorado, evocado; es el caso de su reciente puesta en escena de El Gran Inquisidor. A lo mejor es una especialización de este grupo, muy válida. Pero su público ya les pide la vitalidad de otros vientos: los de este siglo.
La factura de esta versión escénica de Ganar amigos es muy pulida, a ratos impecable. Laura Lee, por ejemplo, tiene una presencia escénica plenísima, adorable su voz grave, la cultura de su cuerpo educado en las gracias de la danza, los gestos de su cara que maneja a su antojo para comunicar con una mirada o un mohín mucho más de lo que el texto dice. Ella sola está muy bien dirigida; en esa parte donde doña Flor discute con su hermano Diego (Fernando Regalado): mientras éste sufre, parlotea en verso, se preocupa, exagera, sobreactúa, le vibra la yugular por tanto enredo que su hermanita ha causado, Laura Lee hace que doña Flor llene la plazuela, ella sola, con la gracia de sus manos y su rostro. Los matices de su actuación son un abanico de conductas: la escena donde abofetea a don Fernando (Luis David Hernández) está llena de plasticidad estridente.
Luis David Hernández hace también una actuación notable. Su voz resuena en los paredones de la plaza cuando discute con don Fadrique (Raymundo Aceves). La escena de los espadachines les salió bien: las sombras del público se proyectan excitadas en las paredes al fondo de la escena, mientras las espadas chocaban en una batalla no muy limpia ni elegante, sino realista y ansiosa, la vida iba de por medio. Son difíciles esas escenas de espadazos, muchas películas de época fracasan con lo falso y artificial de un pleito. Pero aquí, esta noche, en la penumbra de la plaza, apenas iluminada por el reflejo de las luces urbanas, dos hombres pelearon a muerte.
El rostro ligeramente prógnata de Armando Robles, parecido a los príncipes españoles,  y su cuerpo alto y esbelto, ayudaban a sus buenos recursos de actor para que en su personaje de rey tenga la majestad y la elegancia del poderoso y astuto personaje que traza el texto. También a Jesús Pérez le ayuda su físico para encarnar al gracioso Encinas. Gordito, alto y de fuerte voz, Pérez logra provocar la franca risa del público y regula las tensiones para encontrar efectos dinámicos y de contrapunto, tonos frescos. No todos los actores tuvieron esa noche tan buen fortuna. Lorena Pérez, que hace doña Ana, se mueve muy tensa, su rostro se proyecta siempre preocupado, expresa más su apuro por memorizar tanto verso barroco que lo que debiera expresar. Inés no logra existir, a pesar del buen vestuario que porta Guadalupe Balderrama. Alfredo Delgado hace apenas una actuación correcta, sin matices ni creación de su parte. Raymundo Aceves saca bien su papel, le imprime vigor, personalidad y la dignidad que el personaje don Fadrique requiere. Su único defecto: a veces se plantaba con la mirada altiva fija en la luna, las piernas arqueadas y en su gesto parece a punto de aullar alguna canción ranchera de Vicente Fernández. De Valdemar Parra y Antonio Tarín ni hablar: su trabajo fue mal cuidado por el director, como que en los personajes secundarios tiene su Waterloo.
Sin más escenografía que la plaza misma, con magnífico vestuario (excepto por las gachísimas botas de los caballeros), la puesta en escena es correcta, decorosa se dice. Estilo de Saavedra es de respeto absoluto al texto, hasta en detalles como la pronunciación (aquí incorrecta) de la doble ele: pronunciaban con sonido de “y” griega y no la de la ele alargada que debió ser. Con todo, esa noche se ganaron al público en buena lid. Les aplaudieron largamente. Por la buena factura de su trabajo; por su pundonor para vencer obstáculos y hacerse oír intensamente borrando los molestos sonidos del tráfico citadino que ahí sonaba, sin existir; por hacerse oír con los recursos de la pura voz humana, sin aparatos de sonido, sin el más mínimo fondo musical; por hacerse ver, luminosos en la media luz de la plaza esa noche, por llevar teatro al aire libre, a la plaza, a la calle. Por eso, y más, el público se les entregó sin reservas.

Junio 1987

viernes, 12 de enero de 2018

Raúl Gómez Franco

La daga en escena

Por Jesús Chávez Marín

Arde una veladora blanca ante la imagen de San Martín Caballero, sólo la luz temblorosa de la pequeña llama ilumina la escena donde “el Mudo” tirado en el piso duerme inquieto, se retuerce y gruñe con pulsiones puramente animales. Entre los vapores de su sueño aparecen como autómatas la figura de un hombre, luego una mujer: se abrazan, besos apasionados, caricias a manos llenas; la mujer se inclina, desaparece tras el mostrador, se alza otro varón, los dos hombres se abrazan, besos, desaparece esta tercera figura, el hombre queda solo, voltea a mirar al “Mudo”: la ira congelada, el brazo terrible se levanta, brilla una daga, cae violento el golpe criminal, suena el grito de la sangre, el clímax de una pesadilla.
Pausa, luces: la escenografía es realista y muy bien ambientada en todos sus detalles, la botella de caguama allí nomás tirada, vacía, al centro el mostrador con su báscula, el espejo manchado de un manotazo jabonoso, la gorra beisbolera colgada en la antena de la tele, la cortina de cuadros multicolores, el letrero: “Carnicería La Daga” con la daga ensartada en el recuadro, San Martín Caballero recibiendo el homenaje de la veladora.
Cruza la cortina el corpulento Román Castillo (Raúl Gómez Franco),bosteza, se estira, gime quejas por la terrible cruda; a gritos despierta al “Mudo”, órale pinche “Mudo” ya ponte a hacer la talacha, empieza a hacer sus ejercicios uno, dos, con las pesas de fortachón vanidoso tres, cuatro. Más al rato te vas con doña Lencha y me traes un menudo, pero bien caliente: Gómez Franco hace sonar la voz, la risa cínica y vulgar, la respiración del tosco pelafustán.
El “Mudo” grita con la mirada, late el odio, gruñe fatigoso mientras limpia, barre, gesticula; el actor Luis David Hernández llena el escenario, se mueve por cada rincón arrastrando una pierna; el “Mudo” se pone la cachucha beisbolera, desaparece tras la cortina, regresa con el recogedor, junta la basura, levanta la botella vacía, pasa el trapo por las paredes, acaricia las nalgas dee papel a la muchacha del almanaque mientras su patrón se burla, lo insulta, le presume musculatura tensa por el ejercicio: catorce, quince, no te dije que trajeras menudo, ándale qué esperas.
Román Castillo se rasura frente al espejo tarareando una rola del radio, llega Chela enojada y le reclama el plantón de la noche anterior; Román responde a gritos: la regaña, la jalonea. Chela es dueña de un salón de belleza de barriada y Susana Burciaga está perfectamente maquillada y vestida para serlo: la cabellera teñida de anaranjado, pantalones untados, los tirantes del brassiere que asoman, la pintura en los labios y el párpado azul. El vestuario es uno de los muchos aciertos de esta puesta en escena. Además Susana Burciaga, quien en esta obra debuta, demuestra desde ya que es una actriz con talento, sensibilidad y presencia.
Mas tarde llegará René, el amigo más que amigo, boxeador, famoso ídolo del barrio. Desde la adolescencia un gitano y un licor ardiente lo habían unido con lazos de intimidad secreta a Román, ahora llega a visitarlo y a buscar quizá la verdad, quizá la venganza: su hermana ha muerto desangrada sobre la cama sucia de una espantacigueñas. Luis Heraclio Sierra hace una buena presentación de las conductas ambivalentes de este personaje, René.
La daga, del dramaturgo chihuahuense Víctor Hugo Rascón Banda, fue representada con éxito durante la séptima semana del humanismo de la Escuela de Filosofía y Letras. La escenografía, la dirección y producción son del grupo Aura y de cuatro muy buenos actores, en lo mejor de vanguardia del teatro mexicano. Por ahí alguien comentó: “es un poco fuerte para el público chihuahuense” y el presentador se sintió obligado a aclarar lo necesario del lenguaje un poco violento. Todo ello quizá por lo sugestivo de algunas escenas o por el (semi) desnudo masculino que se presenta.
El presentador reiteró el “respeto que el público nos merece” y pidió también respeto hacia la obra que a continuación vamos a…Nuestro respeto, pues, y admiración para estos artistas que, con talento e imaginación, nos ofrecieron un buen espectáculo y una lección de teatro.

Noviembre 1984

jueves, 4 de enero de 2018

Luis David Hernández

Primera reunión de directores de teatro. Un puñado de teatreros

Por Jesús Chávez Marín

Son las seis de la tarde este tres de septiembre, hora en que debiera empezar la reunión, pero nadie ha llegado .La mesa está en el escenario con su mantel rojo, la jarra de agua limpia y los vasos que dan seriedad a toda conferencia; los micrófonos: uno, dos, tres probando, la luz que dará brillo y esplendor a las estrellas. A las seis y cinco [Chávez Amaya, coordinador del evento, pasea nervioso desde el frente y entre las butacas, viste traje café de pana y zapatos blancos, entra y sale. Baja un jovencito y dice en voz alta a tres compañeros que esperan sentados: “Ya llegó Saavedra.” Se refiere por supuesto a Fernando Saavedra, el decano de los teatristas en la ciudad de Chihuahua. La función está siempre a punto de comenzar en este precioso Teatro de Cámara del Complejo Cultural.
A las seis y media Chávez Amaya logra que las escasas personas que siempre vagan en el vestíbulo del local se metan a la función, ya es hora, pásenle, que los directores a quienes toca el primer tema ocupen sus sillas al frente de butacas vacías, casi principiamos. Hay directores de todo tipo: maestras del Cetis,]Cebetis o Colegios de Bachilleres que con entusiasmo palpitante dirigen el Club de Teatro de sus escuelitas; decanos con veinticinco años en la farándula; los acartonados para siempre con cargo al Seguro Social; los muy jóvenes pero ya nostálgicos de tiempos mejores cuando Pedro Laguna andaba por las calles y mercados “llevando el teatro al pueblo”; profes que suspiran por los escasos presupuestos “que auspician” al teatro: “con la crisis lo primero que recortan son los fondos para la cultura”, dicen, “qué nos pasa.”
Casi ninguno de ellos se ocupó en redactar ninguna ponencia. Como teatristas de callo se avientan improvisaciones y cuentan polvorientas anécdotas en caliente. De quienes participaron este primer día, nomás Fernando Saavedra trae su conferencia escrita y cuidada; Marcela Frías participó en las tres mesas, actriz suplente de cualquiera que haya faltado a la reunión y en cualquier tema, qué le dura. René Cardona fabricó unas estadísticas anodinas, ni venían a cuento pero así salió de paso con el tema “El Teatro en Chihuahua”, el cual se prestaba a cualquier delirio. José Luis Treviño, disfrazado de joven con una camiseta azul eléctrico, se aventó una serie de divagaciones de todo y de nada, le salió muy pobre el papelito de infanterrible que intentó representar diciendo por ejemplo: “Aquí en Chihuahua no hay profesionales, zas, ni actores ni directores, todos somos amateurs, ¿si? Aficionados ¿si?; el único que rifaba fue Pedro Laguna porque era novedoso y ponía expresión corporal, ¿si? Pero aquí los directores con sus técnicas anticuadas y tradicionales, cataplum, se dedican a aburrir al respetable poniendo a Sor Juana y el pueblo no entiende, ¿si? O a Tirso, ¿no?
Las dos participaciones de Fernando Saavedra fueron más coherentes. En la primera habló sobre su experiencia de veinticinco años: “En aquel entonces éramos un poco más jóvenes;  en el campo del teatro, Chihuahua era desierto, puras inquietudes soterradas; Fernando Terrazas se andaba ya retirando, María Elena campos ponía algunas obras en la Normal; en este oficio había grandes tabúes: ni las señoritas, así llamadas, decentes ni los jóvenes serios le entraban, ahuyentados por la posibilidad de ser considerados o proclives a la prostitución ellas, o ellos jotitos. Aún hoy creo que Chihuahua no es ciudad con vocación para el teatro, la prueba está en que con tantos habitantes haya sólo un puñado de teatreros.”
El tema de la tercera mesa fue gracioso hasta por su nombre: “El teatro y las dependencias que lo auspician.” Mario Montoya del Val, vestido con camisa negra muy abierta al pecho desde donde nos encandilaba un medallón dorado, señaló que el público chihuahuense paga-pide-exige buen teatro y eso es lo importante, ofrecer buenas producciones y no las salas vacías en los eventos de las instituciones, que gastan más en publicidad y en justificar presupuestos que en poner buenos espectáculos.
La libertad de creación es más importante que las monedas oficiales. Y aquí otra vez Marcela Frías que concluyó diciendo: “Las instituciones que auspician qué bueno que auspicien, pero falta.”
Hablaban ante un público de cuarenta personas. Al final de cada tema alguien por ahí participaba con preguntas y comentarios, cual debe, como aquel señor que dijo: “Mi nombre es el Doctorbonimejía y soy amante de la cultura y el arte y miembro del foro nacional de profesionistas y similares y …” (aquí sigue una lista de membresías y charras); o aquella otra señora que señaló:”[Soy maestra de lengua y literatura en el Cedart y doy tiatro”; y así. Hubo una discusión acerca de lo improvisado que son los profes de teatro: “No hay educación artística en los maestros, ni estudian ni se preparan”, dijo una dama, y Chávez Amaya pudo entonces exclamar: yo pienso que ahí hay una Dualidad.
En fin, todos felices y algo excitados, respirando ambiente de congresistas con café para tomar en los cinco minutos de receso, con gafetes muy formales en los pechos de los H. Directores; con ausentes voluntarios como Talavera y Ramírez a quienes sí invitaron pero no quisieron, o Hernández Soto y Homero Baeza que estaban programados pero no vinieron; todos con saludos de beso y murmullos de reojo, retacados de discursos hasta las nueve cuarenta y cinco de la noche, hora en que terminó este primer día de trabajo.

Septiembre 1984