jueves, 4 de enero de 2018

Luis David Hernández

Primera reunión de directores de teatro. Un puñado de teatreros

Por Jesús Chávez Marín

Son las seis de la tarde este tres de septiembre, hora en que debiera empezar la reunión, pero nadie ha llegado .La mesa está en el escenario con su mantel rojo, la jarra de agua limpia y los vasos que dan seriedad a toda conferencia; los micrófonos: uno, dos, tres probando, la luz que dará brillo y esplendor a las estrellas. A las seis y cinco [Chávez Amaya, coordinador del evento, pasea nervioso desde el frente y entre las butacas, viste traje café de pana y zapatos blancos, entra y sale. Baja un jovencito y dice en voz alta a tres compañeros que esperan sentados: “Ya llegó Saavedra.” Se refiere por supuesto a Fernando Saavedra, el decano de los teatristas en la ciudad de Chihuahua. La función está siempre a punto de comenzar en este precioso Teatro de Cámara del Complejo Cultural.
A las seis y media Chávez Amaya logra que las escasas personas que siempre vagan en el vestíbulo del local se metan a la función, ya es hora, pásenle, que los directores a quienes toca el primer tema ocupen sus sillas al frente de butacas vacías, casi principiamos. Hay directores de todo tipo: maestras del Cetis,]Cebetis o Colegios de Bachilleres que con entusiasmo palpitante dirigen el Club de Teatro de sus escuelitas; decanos con veinticinco años en la farándula; los acartonados para siempre con cargo al Seguro Social; los muy jóvenes pero ya nostálgicos de tiempos mejores cuando Pedro Laguna andaba por las calles y mercados “llevando el teatro al pueblo”; profes que suspiran por los escasos presupuestos “que auspician” al teatro: “con la crisis lo primero que recortan son los fondos para la cultura”, dicen, “qué nos pasa.”
Casi ninguno de ellos se ocupó en redactar ninguna ponencia. Como teatristas de callo se avientan improvisaciones y cuentan polvorientas anécdotas en caliente. De quienes participaron este primer día, nomás Fernando Saavedra trae su conferencia escrita y cuidada; Marcela Frías participó en las tres mesas, actriz suplente de cualquiera que haya faltado a la reunión y en cualquier tema, qué le dura. René Cardona fabricó unas estadísticas anodinas, ni venían a cuento pero así salió de paso con el tema “El Teatro en Chihuahua”, el cual se prestaba a cualquier delirio. José Luis Treviño, disfrazado de joven con una camiseta azul eléctrico, se aventó una serie de divagaciones de todo y de nada, le salió muy pobre el papelito de infanterrible que intentó representar diciendo por ejemplo: “Aquí en Chihuahua no hay profesionales, zas, ni actores ni directores, todos somos amateurs, ¿si? Aficionados ¿si?; el único que rifaba fue Pedro Laguna porque era novedoso y ponía expresión corporal, ¿si? Pero aquí los directores con sus técnicas anticuadas y tradicionales, cataplum, se dedican a aburrir al respetable poniendo a Sor Juana y el pueblo no entiende, ¿si? O a Tirso, ¿no?
Las dos participaciones de Fernando Saavedra fueron más coherentes. En la primera habló sobre su experiencia de veinticinco años: “En aquel entonces éramos un poco más jóvenes;  en el campo del teatro, Chihuahua era desierto, puras inquietudes soterradas; Fernando Terrazas se andaba ya retirando, María Elena campos ponía algunas obras en la Normal; en este oficio había grandes tabúes: ni las señoritas, así llamadas, decentes ni los jóvenes serios le entraban, ahuyentados por la posibilidad de ser considerados o proclives a la prostitución ellas, o ellos jotitos. Aún hoy creo que Chihuahua no es ciudad con vocación para el teatro, la prueba está en que con tantos habitantes haya sólo un puñado de teatreros.”
El tema de la tercera mesa fue gracioso hasta por su nombre: “El teatro y las dependencias que lo auspician.” Mario Montoya del Val, vestido con camisa negra muy abierta al pecho desde donde nos encandilaba un medallón dorado, señaló que el público chihuahuense paga-pide-exige buen teatro y eso es lo importante, ofrecer buenas producciones y no las salas vacías en los eventos de las instituciones, que gastan más en publicidad y en justificar presupuestos que en poner buenos espectáculos.
La libertad de creación es más importante que las monedas oficiales. Y aquí otra vez Marcela Frías que concluyó diciendo: “Las instituciones que auspician qué bueno que auspicien, pero falta.”
Hablaban ante un público de cuarenta personas. Al final de cada tema alguien por ahí participaba con preguntas y comentarios, cual debe, como aquel señor que dijo: “Mi nombre es el Doctorbonimejía y soy amante de la cultura y el arte y miembro del foro nacional de profesionistas y similares y …” (aquí sigue una lista de membresías y charras); o aquella otra señora que señaló:”[Soy maestra de lengua y literatura en el Cedart y doy tiatro”; y así. Hubo una discusión acerca de lo improvisado que son los profes de teatro: “No hay educación artística en los maestros, ni estudian ni se preparan”, dijo una dama, y Chávez Amaya pudo entonces exclamar: yo pienso que ahí hay una Dualidad.
En fin, todos felices y algo excitados, respirando ambiente de congresistas con café para tomar en los cinco minutos de receso, con gafetes muy formales en los pechos de los H. Directores; con ausentes voluntarios como Talavera y Ramírez a quienes sí invitaron pero no quisieron, o Hernández Soto y Homero Baeza que estaban programados pero no vinieron; todos con saludos de beso y murmullos de reojo, retacados de discursos hasta las nueve cuarenta y cinco de la noche, hora en que terminó este primer día de trabajo.

Septiembre 1984

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